Capítulo 48: visita y confesión

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Se acercaba el Día de la Primavera y comenzaban los planes. Definitivamente debíamos hacer algo al aire libre y se estableció que sería frente a los acantilados, nuestro lugar de reunión usual.

A pesar de que yo estaba muy ocupada con las tareas de la casa y el negocio, ellos se las arreglaban para venir a verme y pasábamos las horas en el almacén. Así que estar en el negocio se convirtió en una nueva forma de tiempo libre; mientras mis amigos estuvieran presentes, en cualquier lugar y hora podía sentirme relajada y en confianza. Después de todo, si los amigos no logran hacerte sentir cómoda es porque no son amigos.

Por otro lado, Dylan no venía a Los Acantilados, aunque me decía reiteradas veces que vendría a verme en el momento que pudiera. ¿Y cuándo podría? No sé, pero ya me estaba hartando y quería ver a mi novio de una vez por todas. Lo extrañaba y mucho.

Era uno de aquellos primeros días de septiembre a las tres de la tarde, Fer me pedía el favor de pintar sus uñas de la mano derecha —ya que ella es diestra y no podía hacerlo correctamente con su mano izquierda—; Lari se veía muy ocupada hablando con Renata por chat, un chat al que no paraban de llegar mensajes, por lo cual los dedos de mi amiga no dejaban de teclear; y yo hablaba con Matt de los libros que me prestó. Los tenía allí mismo, en el almacén, así que los coloqué sobre el mostrador antes de continuar con la impaciente mano de Fer. De verdad que él sabía sobre libros y tenía mucho tacto para adivinar lo que me gustaría, tanto que al terminarlos quería quedarme con ellos. Pero el deber es el deber y eran sus libros; además, podía ir a su casa cuando quisiera —o cuando pudiera— y ojear mis partes favoritas.

De tanto en tanto aparecía algún que otro cliente interesado en quesos o fiambres o quizás alguna bebida. Y, mientras eran atendidos, nuestra conversación seguía. Nada nos impedía detener esas charlas entretenidas.

Pero a última hora de la tarde alguien llegó. Se encontraba de pie en el marco de la puerta, observándome con su típica sonrisa torcida en el semblante y más atractivo que nunca.

No era un cliente. Era Dylan.

Todos esos días me estuve diciendo a mí misma que si al fin se decidía a venir a verme, mi actitud sería de una novia enojada y nada conforme con lo que hizo. Me vería distante y haría que lo pensara mejor antes de volver a hacerme esperar tanto tiempo. Sin embargo, no me pude contener y corrí hacia él con una gran sonrisa dibujada en el rostro. Dylan me envolvió en un fuerte abrazo y me levantó en el aire, despegando mis pies del suelo.

Al depositarme otra vez saludó a mis amigos, quienes intentaban ser educados y reprimir su desdén. Sí, les caía bien; pero en cuanto supieron que no parecía dar indicios de venir de visita como prometió, su opinión acerca de Dylan cambió. No me quejo de nada, ellos debían tener la facultad de verlo como yo no podía. Los amigos siempre tienen el ojo crítico en todas las relaciones, no vaya a ser que una se quede ciega de amor.

Matt recogió los libros y se los pasó a Lara —las uñas rojas de la mano derecha de Fer todavía se estaban secando—, se ocupó de apagar las luces y cerrar la puerta del local. Me dio las llaves antes de irse y me saludó. Es increíble lo rápido que hicieron todo.

Cuando le llegó el turno de saludar a Lara, miró a Dylan a los ojos y le dijo muy seriamente que esperaba que tuviera una explicación. Acto seguido, tomó el camino y se apuró hacia donde estaban Matthew y Fer para continuar juntos hasta sus casas.

El moreno atractivo, cuya boca se encontraba a centímetros de la mía, me observó.

—¿Y? Decime —Lo alenté con una sonrisa para que hablara. No, no podía tomarme nada en serio con él tan cerca.

—Oh, sí —dijo, su rostro iluminándose al recordar que tenía una explicación pendiente—. Me han ascendido, esa es la razón.

—¿Qué? ¿Sólo eso? —pregunté con un gran gesto de sorpresa y separándome de su abrazo.

Nada más que un añoWhere stories live. Discover now