Capítulo 4: parapente

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A la hora del almuerzo apareció Lara, quien nos saludó y se sentó a comer con nosotros. Casi al mismo tiempo llegó Cody y me besó en los labios a modo de saludo. Luego hizo un ademán de saludar a la ronda de gente en la que yo estaba sentada.

–Luci, voy a estar haciendo parapente hoy. ¿Vendrás?

–¡Obvio! – respondí, emocionada.

–Te veo a la salida para ir a los acantilados del sur de la ciudad –saludó a todos otra vez y se fue.

–¡Es oficial! –dijo Clari.

– Hace rato es oficial, chicas.

–Lo sé, lo sé –espetó Fer, rodando los ojos–. Sólo decíamos que nunca lo habíamos visto oficialmente, con nuestros propios ojos. Ahora que vimos un beso –arqueó sus pobladas cejas– merece un aplauso.

Entonces la ronda aplaudió.

–Gracias –dije algo avergonzada. Dejé que mi vista cayera sobre la comida y seguí con lo mío.


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–¿Cómo es que practicás parapente? ¿Desde cuándo? –le pregunté a Cody de camino al acantilado mientras nos tomábamos de la mano y las balanceábamos entre nosotros.

–Comencé a hacerlo más cotidianamente hace poco tiempo, pero antes solía ser sólo en vacaciones. Es hermoso, te va a encantar. Yo lo sé.

–Espero que así sea.

–No tengo ninguna duda.

Llegamos al lugar. Se ubicaba, como Cody dijo, en un acantilado del sur de la ciudad. Su instructor se presentó.

–Me llamo Juan –me estrechó la mano y también a Cody.

–Lucía.

Nos pusimos a extender la vela en el césped, yo ayudé mientras el instructor nos daba las indicaciones sobre la manera en que debemos posicionar cada parte, con los cordines que se unen a estas, y a las bandas izquierda y derecha para luego conectarlas al arnés. Todos los días se aprende algo nuevo.

Luego Cody se colocó el arnés con todo el equipo que lo sostendría mientras estuviese en el aire, y comenzó a arrastrar el parapente unos pocos centímetros hasta que el viento hizo que se eleve. Yo me quedé a un lado. Después de varios intentos, finalmente logró elevarlo y, de la manera más rápida que puede, se volteó hacia su meta –en este caso el mar–. Se colocó en posición de correr, me guiñó un ojo, me tiró un beso y acto seguido empezó a dar pequeños trotes con su cuerpo inclinado hacia adelante. Después de unos cuatro pasos, un pequeño salto para impulsarse hacia arriba. Se elevó por el aire y se alejó, acomodando su cuerpo en el arnés.

No podía creerlo, verlo allí arriba, volando. Había visto a mucha gente hacerlo desde la distancia, cuando iba caminando por la calle, desde mi casa. Pero nunca a alguien cercano a mí. Nunca vi la preparación que se requiere y todo el equipamiento. Y, sobre todo, siempre había pensado que lo hacía gente más experimentada, pero no alguien de diecisiete años. En definitiva, nunca le había prestado la suficiente atención al deporte y eso me mantuvo en la ignorancia total de quienes estaban allá arriba, creyendo mis propias suposiciones.

Estuvo un tiempo largo en el aire, haciendo giros, descendiendo y ascendiendo. Por lo cual noté que sí era experimentado, después de todo me había contado que lo hacía en temporadas de vacaciones, quien sabe hace cuántos años.

Finalmente bajó a tierra de nuevo.

En cuanto se sacó el equipo caminó hacia mí mientras sonreía y acto seguido me dio un fuerte abrazo. Se lo devolví, susurrando en su oído que estuvo genial. Escuché su risita provocada por mi comentario. Lo abracé aún más fuerte, luego nos separamos.

–Si te ha gustado tanto, ¿qué te parece probarlo vos también? –la pregunta me tomó por sorpresa, no esperaba que me ofreciera subirme y hacerlo yo. Tampoco me imaginé a mí misma manejando uno de esos.

–¿De verdad? ¿Yo? No sé si pueda.

–Sí, tranquila. Vas conmigo y yo te enseñaré.

–No tengo experiencia en esto y me pone muy nerviosa.

–Ya lo sé –dijo mientras me tomaba de los hombros y me dirigía hacia el parapente.

Así que repetimos el procedimiento que anteriormente vi hacer a Cody. Procuré recordar cada parte, cada movimiento que había visto para que resulte lo mejor posible.

Comenzamos extendiendo la vela, posicionando cada parte perfectamente para luego levantar vuelo con el viento. Nos colocamos el equipo para sostenernos y nos conectamos por medio del arnés. Juan le entregó a Cody los cascos y él me dio el mío. Lo ayudé a levantar el parapente y apenas lo logramos, comenzamos a trotar. Coordinamos nuestros pasos de manera adecuada y damos el pequeño saltito para impulsarnos.

Nos elevamos por el aire y dejamos el acantilado, sobrevolando toda la costa atlántica. Nos adentramos en el mar, Cody dio la vuelta y pudimos ver el lugar por donde despegamos; y la ciudad, tan hermosa como siempre.

El mejor detalle de todos es que en ese momento en el que estábamos volando, se dejaban ver los colores casi mágicos –naranja, amarillo y rosa– a lo largo de todo el firmamento. El sol se ocultaba por el oeste y supe que no pudo existir mejor momento para hacer parapente más que ese. La vista era increíble, el viento rozaba nuestras piernas y pies; y, puedo asegurarlo, no hay sensación más bonita que esa. Los Acantilados comenzaba a encender sus primeras luces nocturnas, sus primeros faroles de la calle, sus primeras estrellas. Y, más lejos, Mar del Plata hacía lo propio.

Cody se volteó, sonriendo.

–¿Te gustaría probar? –me entregó los frenos, que son dos comandos atados al borde de salida de la vela y que controlan el parapente.

–Está bien –dije algo insegura. Me incliné para besarlo en la mejilla y tomé los frenos.

–Lo estás disfrutando, ¿no?

–¡No tenés idea de cuánto! 

Nada más que un añoWhere stories live. Discover now