Capítulo 58: promesa rota

19 9 28
                                    

El viento soplaba fuerte mientras caminaba a casa, pero el calor del último día de octubre se estaba manifestando abiertamente. Estaba todavía a una cuadra cuando vislumbré la figura de Dylan sentado en la puerta de entrada, conforme me acercaba lo veía más claramente. En cuanto me reconoció creí ver un atisbo de pánico en sus ojos, pero debió desaparecer rápido porque pensé haberlo imaginado y lo olvidé. Se puso de pie, sólo llevaba zapatillas y vaqueros color negro, su torso estaba desnudo. Me sonreía y yo lo hacía de vuelta mientras entraba por el caminito hacia el jardín de mi casa.

Hasta que sentí ese olor y mi actitud cambió. Él debió notarlo, porque sus ojos me observaron un instante antes de preguntarme qué me pasaba. Estoy segura de que lo sabía y estuvo expectante, esperando esa respuesta.

—Fumaste —afirmé.

Dylan se apartó unos centímetros de mí, cabizbajo.

—Lo siento.

—¿Cuántas veces más lo hiciste? —inquirí casi gritando.

Él sólo se atrevió a seguir con la mirada puesta en el pavimento y a negar. Entonces lo tomé por los hombros, hice que diera media vuelta y lo empujé hacia dentro de mi casa. No quería hacer una escena para los vecinos.

—¿Cuántas? —Volví a preguntar, pero tampoco quiso decir nada.

—¿Hasta cuándo pensabas ocultarlo?

En ese momento apenas pudo mirarme por un segundo y volver a bajar la mirada.

—Al menos decime en dónde estuviste anoche, porque algo me dice que no la pasaste acá.

Si bien sus ojos estaban normales y no tenían rastro alguno de los efectos de la droga, su ropa olía a aquello y no era nada agradable.

—Por ahí...

—¿"Por ahí"? ¿Eso es todo lo que vas a decirme? —Iba a volverme loca si no hablaba más claro y con detalles.

—Estaba con amigos, ¿vale? Joder, tía, no dejas de preguntar cosas sin sentido. —En ese momento iba a objetar que nada de lo que decía era sin sentido, pero el alzó la mano para que lo dejara hablar. Al fin, pensé—. He regresado a casa por la mañana, he comido algo y después me senté en la puerta de entrada a descansar, dónde me has encontrado.

—¿No te das cuenta de que no deberías haberlo hecho? Ni siquiera sé cuántas veces más sucedió. —Ante este comentario Dylan negó otra vez, como si fuera mejor que no me enterara de ese detalle—. Me lo prometiste.

—Lo sé, y perdón por eso. Me cuesta, lo admito, es difícil.

—Deberías tratarte —le solté. Lo hice casi sin pensar, fue lo primero que se me vino a la mente y simplemente lo dije.

Por un momento se me quedó viendo petrificado, como si hubiera tenido la idea más demente que hubiera escuchado jamás, para después suavizar su mirada y decirme que no le gustaba el hecho de ver a ningún tipo de médico ni grupos extraños ni nada de eso.

—Lo peor de todo es que no sé quiénes son esos amigos y si andas haciendo cosas peligrosas o alguna locura, o si andás con alguien más —sugerí con un dejo de tristeza que se me escapó.

Dicho esto, se le abrieron mucho los ojos, me tomó del rostro y se acercó más a mí para reafirmar sus palabras. Su mirada estaba puesta totalmente en mí, su rostro muy cerca y podía sentir su respiración mientras hablaba.

—Joder, no podría andar con nadie más por ahí. Aunque esté colocado no soy gilipollas, ¿sabes? —Soltó mi rostro—. Si me conoces, entonces ¿cómo te atreves tú a formular semejante suposición? Está bien que me he desaparecido durante la noche mientras no estabas en casa y que no me he duchado creyendo que vendrías más tarde, pero, por favor, no creas que te cambiaría por una aventura. Me hiere. Y sé que estás pensando que pondría la excusa de que, estando fumado completamente, no tendría la suficiente conciencia para saber lo que hago o que, si la tuviera, lo usaría como excusa. Pero no soy esa clase de persona. Nunca pienses así de mí.

Nada más que un añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora