Capítulo 8: amigas

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Clari me observó con expresión confusa, pero todavía evidentemente enojada. Era tan impulsiva que a veces no sabía cómo hacer para que entre en razón. Sé muy bien por qué habló así y también sé que tal vez yo lo habría hecho.

Pero no. A diferencia de ella, yo prefiero esperar antes de hacer algo de lo que luego me voy a arrepentir, como hablar mal a alguien que (supuestamente) todavía es nuestra amiga. Sí, sí; sé que me enojé con ella porque no avisó que quizás no podría volar. Pero vamos, seamos sinceros; porque como amiga que la conoce hace años sé que puede mentir y cuándo lo hace. ¿El por qué? Eso sí que nunca lo sé, tendrá sus extrañas razones.

Por otro lado, si bien me dije a mí misma que no iba a retener a nadie a mi lado, tampoco voy a espantar a Lara a propósito. Y no me parece educado ignorarla deliberadamente.

Después de algunos metros nos detuvimos y solté el brazo de Clara.

–¿Qué fue eso? –le pregunté.

Cualquier rastro de confusión y curiosidad que haya expresado su rostro se esfumó y, en su lugar, dio paso a la ira que sentía unos minutos antes y que nunca desapareció, sino que aumentó definitivamente y comenzó a hablar muy rápidamente.

–¿Que qué pasó? –exclamó.

–Sí... –comencé de nuevo, pero me interrumpió.

–Muy bien, te diré lo que pasó: resulta que nuestra examiga desaparece, casi ni nos habla, y luego viene como si todo fuera tan normal y me sonríe –parecía desesperada por soltar todo lo que tenía dentro. Me di cuenta de que había estado soportando a Lara todo el día.

–A ver, calmate. Está bien, pero ahora no quiero pelear; ahora sólo quiero que se termine el día y nos vayamos a casa, luego veremos como solucionamos esto. Además, todavía podría ser nuestra amiga, si se quiere alejar, que se aleje. Pero no la echemos nosotras.

–¿Solucionar? –volvió a atacar– ¡Esto ya no tiene solución! ¿No lo entendés? Parece que todavía no. Lucía, vos nunca... –se detuvo en la mitad de la frase mientras observaba algo que, aparentemente, sucedía a unos pocos metros de donde estábamos paradas nosotras.

Me voltee, picada por la curiosidad. ¿Qué podría haber hecho a Clara, justo a ella, detenerse tan abruptamente ante una frase? Siempre terminaba de decir lo que quería y seguía discutiendo a más no poder hasta sentir que había ganado.

Una chica. Morena, cabello algo ondulado y algo seco por acción de una planchita, atado muy fuerte en una cola de caballo alta, ojos café oscuros. ¡Era Fernanda!

Estaba corriendo con unos cascos blancos desde donde escuchaba música, haciendo ejercicio como le dijo a Clara. Por el rabillo del ojo percibí que mi amiga se cruzaba de brazos; Fer seguía su marcha sin mirarnos, por lo que Clari decidió moverse y salir a buscarla.

Caminó, casi corrió hacia ella y pretendía agarrarla del brazo, pero no llegó y, en su lugar, tiró de la manga de su camiseta. Al instante, Fernanda se volteó, sorprendida, y se nos quedó mirando.

–¿Qué hacen acá? –hizo su mejor intento de sorpresa.

–Vinimos a hacer parapente, ¿o ya te olvidaste? Te invitamos, pero ¿adiviná qué? Parece que no es un deporte lo suficientemente bueno para vos –parecía que Clari seguía con su humor de perros todavía–. No te preocupes en hacer tu mejor actuación. Sabemos perfectamente que no querías detenerte.

La expresión de Fer cambió, bajó la mirada y nos dio una leve sonrisita de disculpa, luego nos volvió a mirar.

–Por cierto, para mí no es un deporte si no requiere mover el cuerpo. ¡Muevan el culo, sedentarias! Lo único que hacen es estar sentadas en un arnés mientras el viento los lleva de acá para allá.

Nada más que un añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora