Capítulo 20: engañar

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Y compré la cámara. Anahí sabía salirse con la suya cuando quería.

–¿La quieres probar? –me preguntó al salir.

–¿Ahora mismo?

Asintió en respuesta.

–Estamos caminando en el medio del gentío.

–¡Para eso existen las heladerías, Chiquita!

–Me estoy congelando, ¿y vos querés que tomemos helado?

–Entonces un café –resolvió ella, sonriendo porque sabía que se saldría con la suya otra vez.

Me encontré meditando la situación. Miré de reojo a Agustín, que tenía una sonrisa de emoción en el rostro porque sabía que tomaría café. Pero no, no le era permitido tomar café hasta que mis padres consideraran que tenía edad suficiente. Ellos eran tan estrictos con respecto a eso que parecía un capricho de padres demasiado obsesionados con la salud. Pero yo no iba a desobedecerlos porque sabía perfectamente que se darían cuenta.

–Está bien –cedí finalmente–. Pero Agus no probará ni una gota de café, ¿entendido?

–¡Pero vamos a una cafetería! –chilló él, repentinamente enfadado.

–Vas a tomar chocolatada, como siempre –resolví firmemente.

–Vale, no presionaré para que tu hermano beba café esta vez. Lo siento, Agustín, pero obedecerás.

Yo asentí totalmente de acuerdo, mientras Agus se limitó a bajar la cabeza y seguir caminando hasta la cafetería más próxima que encontramos.

***

Terminando de tomar nuestras respectivas bebidas: yo capuchino, Agustín chocolatada y Anahí el café más puro y fuerte que encontró en la carta del lugar, comencé a abrir el paquete en el cual estaba la cámara semiprofesional. Tomé el manual de instrucciones, pero Anahí me lo arrebató y también a la cámara, diciendo que no lo necesitaba y que era muy fácil de usar.

No estoy segura de que así lo fuera, pero la observé un largo rato hasta que por fin encontró la manera de encender el aparato y de entender cómo usarlo. Luego me lo pasó y comenzamos a sacar fotos muy divertidas. Ellos mirando hacia la cámara y haciendo caras raras y yo, la más normal y aburrida del lugar, posando con una sonrisa sencilla en las selfies que me atrevía a hacerme. Y es que no estaba muy canchera con las cámaras semiprofesionales, así que más que expresión sencilla, tenía una que decía "no sé cómo sostener esto, pero haré una sonrisa para salir bien".

–Ey, ¿qué clase de cara es esa? ¿No ves que las poses de hoy son "caras locas"? –preguntó Anahí– Ah, tendré que enseñarte como hacerlas.

Se levantó de su asiento y se situó a mi lado en la silla contigua a la mía, que estaba desocupada. Comenzó a hacer sus mejores caras, provocándome risas que no pude medir porque no tenía comparación lo que estaba haciendo con las caras que le había visto hacer anteriormente. Obviamente aquellas expresiones salieron muy bien fotografiadas en mi cámara: yo con el rostro contorsionado por los ataques de risa y ella ridículamente expuesta con esas caras de muerte.

–Se suponía que debías imitarme, pero me vale. Con esa risa seguro que pareces un tomate en las fotos. Vuestra cámara, fotógrafo –tomó la belleza que había comprado de las manos de Agustín y comenzó a ver las fotos–. Y no estoy para nada equivocada.

–Asomé mi cabeza por encima de su hombro y, evidentemente, estaba en lo cierto.

–Salimos, no mal, sino horrorosamente ridículas y feas –expresé con un toque risueño en la voz.

Nada más que un añoWhere stories live. Discover now