Capítulo 7: cita

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Cody me invitó al cine y al acantilado para hacer parapente otra vez. Le dije que primero el parapente y le sugerí que, esta vez, si no le molestaba, podrían ir las chicas porque estaban muy emocionadas de probarlo algún día.

Me miró con sus ojos color cielo y me dijo sonriendo:

–Te gustó más de lo que imaginaba –su sonrisa se ensanchó todavía más, al punto que creí ver la sonrisa más grande y más bonita del mundo.

Tomó algunos de mis cabellos y los enruló en su dedo índice, sin dejar de mirarme. Me enojé y los arranqué de su mano con un movimiento brusco. Entonces soltó una gran carcajada, mirando al cielo.

–Me encanta cuando pretendés hacerte la enojada y no te sale ni un poquito.

–¿A quién no le sale ni un poquito? ¿A mí..., o a vos? –lo empujé con la mayor fuerza que logré reunir hasta que se cayó en la arena, sentado. Reí para mis adentros, juro que ver cómo se caía sentado fue de lo más gracioso.

Me miró, sonrió en gesto de estar planeando algo y comenzó a ponerse de pie. Entonces comprendí y eché a correr, aunque sabía que era inútil porque Cody es muchísimo más alto que yo y me tendría al alcance de su mano en cuanto le diera la gana. Además de que correr mientras uno ríe disminuye la velocidad y entorpece el ritmo, lo cual estaba en mi contra.

A pesar de todo seguí corriendo y llegué hacía unos 10 metros más allá del punto de partida. Pero –obviamente– Cody me alcanzó y, cuando chocó contra mi espalda, me tropecé y me precipité hacia la arena de la peor forma que caí en mi vida. Escuché el sonido hueco de mi cuerpo golpeando el suelo y otro sonido más, también hueco.

Cody yacía a mi izquierda. Al parecer cayó justo después que yo, casi al mismo tiempo.

Un intenso, pero soportable dolor me recorrió la espalda de arriba hacia abajo. Miré a Cody y, por su expresión, supe que estaba sintiendo lo mismo. Se volteó hacia mí y me miró a los ojos, volvió a sonreír.

Y, repentinamente, los dos nos largamos a reír como si nos hubieran contado el chiste más cómico de la historia, a pesar de estar tirados en el suelo, en el medio de la arena que –seguramente– se estaba filtrando por todos los rincones entre la ropa y nuestra piel.

Cuando finalmente dejamos de reír, Cody me miró por milésima vez en el día con esos ojos suyos color mar cristalino, casi tan transparentes como para reflejarte en ellos. Rozó mi mejilla derecha con la yema de sus dedos y arqueó sus cejas rubias, como si pidiera permiso para hacer lo que iba a hacer, como si nunca lo hubiera hecho antes. Yo sonreí y asentí.

Nos besamos. Y nos quedamos ahí por el resto de la tarde, echados en la arena con los brazos extendidos, nuestros cuerpos formando dos cruces que parloteaban al ritmo de la marea por el resto de la tarde.


********

Y llegó el día domingo, día en que fuimos a hacer parapente con las chicas. Decidimos ir temprano por la mañana para desayunar en un café.

Elegí algo cómodo porque iba a estar todo el día en acción, remera de tela fina y fresca con un short jardinero y sandalias de goma, tipo ojotas. Y, por supuesto, nunca faltó en mi bolso el protector solar para mí y para los olvidadizos, que luego andan por ahí pidiendo un poquito.

Doce en punto del mediodía nos reunimos en el balneario. Estábamos todos, incluida Lara que esta vez sí quiso acompañarnos. Pero misteriosamente no llegó Fernanda.

–¿Qué pasó con Fer? –le pregunté a Clara.

–Me dijo que no vendría. Tiene que hacer deporte y ponerse en forma, según ella.

Nada más que un añoWhere stories live. Discover now