Capítulo 32: pantuflas color lavanda

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Me hizo entrar en su departamento; sí, en el suyo porque es el que está primero y yo no quería aparecer así de empapada en mi casa. El ambiente olía a calor y tostadas. Efectivamente, observé una estufa en un extremo de la habitación. El lugar es muy similar a mi departamento con la única diferencia de los muebles que hay allí.

Desde la cocina apareció un atolondrado Marcos, llevándose una tostada a la boca y con el abrigo pasado por un solo brazo. Al vernos, se detuvo en seco. En su rostro surgió una sonrisa graciosa que no pudo ser reprimida, aunque lo intentó con todas sus fuerzas.

—Ahora no es tiempo de bromas, papá.

—Vale, pero es que están empapados, de verdad. Por suerte este ambiente es cálido. Asegúrate de que Lucía no se enferme.

—Descuida, lo haré —respondió Dylan a su padre.

Ante esa manifestación de preocupación por mí, me sonrojé y esperé que no se notara. Si me preguntaban, iba a decir que era el calor del ambiente, aunque no sé si me creerían puesto que acababa de llegar de esa humedad repugnante y estaba temblando de frío.

Marcos se despidió cordialmente de nosotros con una sonrisa. Y cuando estaba a punto de cerrarse la puerta detrás de él, Dylan gritó:

—¡Suerte en el juego!

Eso despertó mi curiosidad.

—¿Qué va a jugar?

—Póker.

Levanté las cejas, sorprendida. No imaginaba que fuera amante de los juegos de casino.

—En tu casa —repuso.

—¡¿QUÉ?! –exclamé al instante, y eso lo hizo reír.

—Supuse que no lo sabías.

—¿Por qué siempre soy la última en enterarme de todo?

Se volvió a reír, su sonrisa estaba en sintonía con el sonido de su voz, tan risueña.

—Vale, pero le has avisado a tu familia que saldrías hoy, ¿cierto? Si no haces esas pequeñas cosas, no esperes que ellos te devuelvan el favor.

Lo miré a los ojos fijamente, para que entienda que no soy ese tipo de persona.

—Lo mencioné ayer en voz alta, e incluso en la mañana les dejé una nota en la heladera. No soy una mala hija, si es eso lo que pensabas.

—No se me ha pasado por la cabeza en ningún momento —respondió—. Ah, te voy a dar algo de ropa para que no te dé un resfriado o, peor aún, una gripe.

Se dirigió hacia el fondo, donde está su habitación y me hizo un ademán para que lo siga. Caminé detrás y me quedé de pie en el marco de la puerta mientras buscaba y rebuscaba algo en su armario.

El dormitorio era el típico de alguien que se acababa de mudar hacía poco tiempo. Paredes blancas, sin nada de especial, una cama, un pequeño mueble con una silla de nogal oscuro a manera de escritorio donde estaba su notebook, y algunos lápices y cuadernos —supuse que del último año de instituto—.

—Creo que lo mejor que he encontrado es esto —se volvió con ropa en sus brazos, hombros y manos. Me lo lanzó en la distancia.

Se trataba de un jogging holgado en la cintura y los muslos, ajustado en los tobillos, con un cordón en la parte delantera; una remera negra de mangas cortas con estampa de The Beatles; y un buzo que me iba ancho por todas partes para abrigar el resto de mis brazos que quedarían descubiertos.

—Es lo más pequeño que encontré, lo siento.

—No importa, este uniforme está empapado, muero por algo caliente y cómodo. Y esto se ve como si lo fuera, así que voy a hacer mi mayor intento y ver cómo lo arreglo. Vos ya hiciste suficiente.

Nada más que un añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora