Capítulo 43: funeral

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Conducía por la ruta hacia el lugar donde vería por última vez a mi amiga, a quién nunca más sentiría viva, su energía perdida en un abrir y cerrar de ojos. Recordaba su último abrazo, su última sonrisa, la manera en que me había guiñado un ojo al compás de su frase sobre las "Chicas Super-poderosas".

¿Por qué ella?, pensaba de camino hacia allí. Clari, una chica llena de expectativas, llena de vida, de pronto ya no era poseedora de ella, no disfrutaría nunca más de lo placentera o agria que esta puede volverse. Todo el mundo lo haría, cada amigo, cada familiar, cada persona que alguna vez quiso seguiría su camino. Pero ella ya no podía hacer eso. Y aquel pensamiento me frustraba. Mucho.

Era más poderoso que mis fuerzas y en pleno viaje me largué a llorar otra vez. Estaba cansada, había estado toda la noche bañada en lágrimas, con un insomnio repugnante. Y en la mañana, al darme una ducha, descubrí que era un asco. Y ahí estaba de nuevo, una lágrima tras otra sin poder detenerlas por mí misma; así que simplemente me quedaba intentar sacarlas de mis ojos para poder ver por dónde iba conduciendo.

Me pareció irreal por un momento toda esa situación. Fueron unos días de locos que no pudieron arreglarse: primero descubro que mi novio tiene problemas con la droga, dejamos de hablar, todavía no solucionamos ese tema, e inmediatamente me cae encima una noticia tan horrible como un chorro de agua fría en la espalda que no me deja respirar. Jamás pensé que podría pasar tanto en tan poco tiempo, sentía que la vida no me daba un respiro, nada parecía solucionarse, sino que todo empeoraba.

Recorría los caminos, mi hogar, otra vez. Sólo que ahora tenía un tinte oscuro y triste; las casas, el viento del invierno, la hierba verde y la hierba quemada por el sol en el abismo que se erguía por encima del mar, todo Los Acantilados estaba sumido en el más triste de los días. Por un momento creí que ya no sería capaz de ver a esa ciudad de la misma manera y me sentí aún peor. Me ahogaba en mis propias lágrimas, que no querían frenar absolutamente por nada del mundo y me repetía que todo estaría bien. Pero no lo estaba, era innegable.

Estacioné, me sequé la cara y esperé unos minutos antes de salir de mi auto para darme tiempo a reponerme. En la puerta del lugar donde se reunían todos los seres queridos en memoria de Clari y su familia había gran parte de ellos, algunos hablando entre sí, otros llorando.

Entré en la recepción donde había familiares lejanos que nunca había visto y seguí por un pasillo hasta que llegué a la última puerta abierta. Pasé por el umbral. El aire estaba plagado de olor a café y murmullos incesantes de conversaciones y llantos. Fue insoportable entrar allí.

Inmediatamente vi a Fer, a Matt y a Lara, quienes vinieron a mi encuentro y me abrazaron. Nos dirigimos más cerca de donde se encontraban los cuerpos de Clari y sus padres, y permanecimos ahí, quietos; nuestras respiraciones juntas, la de Fer entrecortada, y la de Matt y la mía profundas y silenciosas. Lari tenía la mirada vacía, se veía muy diferente al día anterior.

Era consciente de que en ese momento estaba viendo a mi amiga por última vez, y lo peor de todo era que ni siquiera la estaba viendo viva. Y aquel pensamiento ensombreció todo. Sería mil veces mejor si me hubiera dicho que se iba a la Antártida y que no sabía cuándo volvería. Pero una despedida así de una de tus mejores amigas de la infancia... No, no debería ser posible.

—¿Por qué ella? —susurró Fer contra mi pelo, en vano.

Por lo menos no era la única en tener esos pensamientos tan horribles. Después de todo, ellos también eran sus amigos. Los abracé más fuerte y observé a mi amiga lívida y carente de vida, por encima de su hombro. Seguía siendo tan hermosa, su tez clara ahora se veía mucho más pálida, el cabello castaño oscuro resaltaba su rostro delicado. Y en la sien izquierda, justo sobre los comienzos del pelo, un corte y un círculo morado. "Ese debió ser el golpe mortal", pensé.

Nada más que un añoWhere stories live. Discover now