Capítulo 64: padre e hijo

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Al día siguiente, Matt se fue temprano de casa, parecía apurado y supuse que debía ayudar a su madre con algo en especial. Quizás tenía una de esas visitas de familia que tanto dice que su madre recibe pero que no son nada importantes, sino aburridas. Siempre menciona las ganas de ir a su cuarto y estar en paz, pero Carol no lo deja por respeto a los visitantes. Lari decidió quedarse un rato más hasta luego del desayuno para darme apoyo moral, lo cual agradecí secretamente.

Menos mal que se fueron de mañana, a partir del mediodía volvería Dylan y no quería que nadie presenciara la escena donde yo rompería definitivamente la relación. Estuve pensando toda la noche en Fer y en cómo sería echar a Dylan. Tenía unas ojeras terribles y mis amigos lo habían confirmado cuando les pregunté si se notaban en la mañana.

Me pasé el mediodía esperando su llegada y cerca de la una de la tarde apareció por la vereda caminando con un aspecto terrible; en cuanto me vio, su rostro se ensombreció y se llenó de culpabilidad, sabía lo que le esperaba.

Salí a la vereda sin poder esperar a que él entrara. Me daba igual si algún vecino escuchaba.

Supuse que mi rostro debía reflejar todo el dolor y la rabia contenidos porque él no pudo hablar. Y con mucha razón, estaba destruida de todas las maneras posibles. Finalmente hablé:

—Te diré esto una vez: no voy a seguir con la relación y es tiempo de que se termine. Sé que vos no querés lo mismo, pero no estoy dispuesta a seguir así.

Él se acercó lentamente con los ojos inyectados en sangre, no supe adivinar si en realidad estaba por llorar o era el efecto de la droga.

—No, no quiero separarme de ti... Lucía —Intentó tomarme las manos, pero yo las arranqué de las suyas y él retrocedió un paso, sorprendido. Me miró expectante.

—Quiero seguir a tu lado. Te prometo que no voy a consumir más ni acercarme a ellos —insistió.

—No más promesas. ¿No ves que eso ya no importa? Es demasiado tarde. —Mi voz se quebró y no quería sufrir así frente a él, no quería recibir ningún abrazo suyo, ni siquiera deseaba que me toque. Realmente odié ese momento, lo odié a él por obligarme a hacerlo y me odié a mí por estar viviendo aquella situación—. Ya no podés mejorar, no querés hacerlo.

Entonces algo más pasó: la cereza del pastel.

Un auto se estacionó frente a mi casa, era el auto de mi familia. Y de él bajó un Marcos encolerizado.

—No te bastó con drogarte en España, también tenías que arruinarlo todo aquí —bramó mientras se encaminaba hacia su hijo.

—Pero, papá... —Intentó excusarse Dylan.

—Pero nada, te traje aquí para empezar una nueva vida y sigues siendo el mismo gilipollas de siempre. —Lo tomó de la remera y lo miró fijamente a los ojos—. Mira, estás hecho un desastre.

Nunca había visto a Marcos así. Cuando se giró hacia mí, lo hizo por un breve instante y pude apreciar una mirada de lástima y un poco de culpabilidad. Acto seguido, volvió a instarle a su hijo:

—¿Por qué no le cuentas a tu novia lo que estuviste haciendo? ¿Por qué no te disculpas con esta familia? ¿Eh? —Su mano nunca se despegaba de la remera de su hijo y le temblaba por la rabia contenida.

—Señor, yo ya sé que su hijo tiene problemas con las drogas —intervine.

—Pero, querida, es más que eso... —respondió y se volvió una vez más hacia su hijo—: Nunca aprendes, contigo es siempre lo mismo. Vamos ya mismo a buscar tus cosas, te subirás a tu moto y nos iremos. Yo conduzco, ni se te ocurra en este estado.

Nada más que un añoWhere stories live. Discover now