Capítulo 65: la verdad sobre Matt

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Ese mismo día, mi familia resolvió que lo mejor era que volviera con ellos al menos por una semana o dos. No me querían dejar ahí después de los eventos que tuve que presenciar.

—Agus nos espera en casa —comentó mamá—. Una vecina lo está cuidando, no estaba bien traerlo a que vea esta situación.

Me llevé algunos libros, ropa y me subí al auto de vuelta al centro de Mar del Plata. De todos modos, ya había terminado con todos los exámenes y trabajos prácticos, y tampoco tenía faltas, así que era libre de no asistir al colegio esa última semana.

Una vez en casa, ya nadie me veía, podía descargarme tranquila. Me lamentaré hoy, pensé, y así no habrá espacio para ello mañana.

Cuando Anahí se enteró de lo que había pasado, se sintió muy mal. Un poco culpable, como Marcos, porque era alguien de su familia quien nos había robado las bicis. Y lo que más le sorprendió fue saber que en España su primo ya tenía la adicción. Dijo que su tío no les había dicho nada. Pero claro, no es algo que uno tenga muchas ganas de contar.

Fer no entendía nada, puesto que ella estaba en el baño durante el momento vergonzoso que pasé con Dylan en la fiesta. Al fin, Lari se ofreció a contarle todo así yo no tendría que volver a relatar y revivir algo que prefería olvidar. Sin embargo, no estaba muy comunicativa conmigo después de entregársela en bandeja a sus padres. Sí, fue brusco, pero necesario. Ya se le iba a pasar.

Matt, por otro lado, era el que más raro estaba. No entendía sus motivos para faltar esos días al colegio, a Lari le había dicho que estaba enfermo y a mí lo mismo, pero ya me conocía ese truco suyo. Ya volveré al barrio para sacar de su cueva al ermitaño ese, pensaba.

En esa última semana escolar que me quedé con mi familia tuvimos más noticias del juicio que se llevaría contra Gastón y la exdirectora Martínez. Y llegó diciembre, hacía cada vez más calor y pronto sería verano, en unas semanas más llegarían los turistas de temporada a esta parte de Buenos Aires.

Uno de mis últimos días en el departamento de Mar del Plata recibí una carta por correo electrónico que parecía escrita por Jane Austen o algún personaje respetable de la época de la regencia. Decía así:

"Estimada señorita ama de casa, estudiante y gran comerciante:" —esa frase me sacó una sonrisa.

"Me dirijo a usted con la finalidad de hacerle un comunicado muy especial. En primer lugar, estoy profundamente agradecido por tener a una amiga así de comprensiva y en quien confiar (aunque haya cuestiones que no puedan contarse siquiera a alguien tan buena como usted). Su sincera amistad y la de todas las personas que pasaron por mi vida este año son valiosas de una manera increíble. Le puedo asegurar, honrada dama, que nadie imagina, ni siquiera usted misma, lo que significaron cada una de sus palabras, sus acciones y sus manifestaciones de cariño para conmigo.

«Con respecto a lo segundo que debo decirle, permítame disculparme primero. Verá, es hora de irme después de esperar tanto tiempo. No es posible seguir en este lugar y resolví hace tiempo tomar la decisión, no hay nada que pueda curarme más que esta partida. Nos volveremos a ver, no lo dude ni se preocupe.

«Hasta entonces, buena suerte.

«P.D. Mis libros son suyos."

Así como me hizo sonreír, aquel largo mensaje despertó en mí una preocupación extraña, como un mal presentimiento. Tal vez era por eso que faltaba a clase, la última semana no le importaba y se pasó los días arreglando las maletas para ir a alguna parte, de vacaciones, supongo. Pero Carol no mencionó un asunto como aquel en ningún momento y, por otro lado, ¿qué significaba eso de que sus libros eran míos? Nada cuadraba de ninguna manera y una preocupación crecía en mi interior.

Nada más que un añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora