Capítulo 35: Día del amigo

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Llegó el veinte de julio, Día del amigo, y me preparé. Desayuné recordando que una semana atrás le avisé a Dylan que vendría conmigo a Los Acantilados, que yo lo llevaría porque me había sacado el permiso de conducir. ¡Al fin! Tomaría prestado el auto de mi familia, un Volkswagen Fox que adquirimos el año anterior, y nos llevaría hasta mi hogar.

Elegí la ropa con mucho cuidado de no estar desabrigada, hacía mucho frío en las calles a pesar de que el sol estaba en todo su esplendor. Agarré el bolso más práctico que encontré y comencé a meter cosas, desde comida para llevar hasta el equipo para tomar mate —supuse que haríamos un picnic o algo así, no importaba el frio que hiciera, siempre salíamos al aire libre—, hice una nota mental sobre calentar agua y colocarla en un termo tiempo antes de partir; guardé también allí el librito de Matt para devolvérselo.

En el almuerzo estuve muy inquieta, mi madre lo expresó así:

—¿Podés dejar de jugar con los dedos en la mesa y en tu pelo, y dedicarte a comer y escuchar la conversación de una buena vez?

Levanté la vista repentinamente, al sentir que me estaban observando.

—Sí, ya voy —respondí pasando la mirada de papá a mamá una y otra vez.

—Tranquilizate, hija, ¿sí? —volvió a insistir mamá— Sé que verás a tus amigos después de mucho tiempo, pero...

—Y además les presentará a su novio —dijo papá, divertido.

—¡Papá! —protesté.

—¿Qué? ¿Creíste que no sé lo de ustedes? Los padres debemos estar bien informados sobre la vida de nuestros hijos.

—Muy bien —volvió a hablar mamá poniendo los ojos en blanco—. Sabemos que hoy te reencontrás con ellos, pero siguen siendo tus amigos de siempre, nada cambió entre ustedes. Y no está de más mantenerse relajada de vez en cuando, en especial a la hora de la comida. El alimento tiene que ser bien asimilado, cariño.

—Lo sé, mamá —respondí sin ganas.


***

Más tarde me dediqué a esperar a Dylan. Pero él no llegaba y comencé a desesperarme. Decidí entonces enviarle mensajes y llamarlo, pero no mostraba señales de vida por ningún medio. Mi desesperación iba en aumento.

El agua estaba lista para conservarse en el termo, así que terminé con mi preparación del bolso y me mantuve atenta a la puerta por donde tenía que llegar Dylan. Recorría la casa desde donde estuviera cada cinco minutos hasta la puerta o alguna ventana del edificio para ver si había una mínima señal que me indicara que ya estaba allí. Nada.

Mi desesperación ya era evidente y me estaba alterando notablemente. Caminaba de un lado a otro.

—Esperá un poco más —me decía mamá.

Pero ya estaba cansada de esperar. En un ataque de nerviosismo y enojo por el hecho irrefutable que Dylan me estuviera dejando plantada, tomé las llaves de la puerta de entrada y del Volkswagen y me decidí a ir a buscarlo.

Caminaba frenéticamente hacia la puerta y mi madre repetía con insistencia que esperara un poquito más, cuando de pronto sonó el timbre. Fue bastante inesperado así que me paré en seco, luego proseguí, murmurando un "ya era hora".

Abrí la puerta con furia, preparada para gritar en su cara si era necesario y aunque me viera escandalosa. Pero apenas giré la llave y el picaporte, la puerta se abrió de un golpe y unos brazos muy enérgicos me rodearon el cuello, tomándome desprevenida y haciendo que me tambalee. Por encima del hombro pude ver a Fer y Matt, sonriéndome. Clari me soltó del fuerte abrazo, mi cara todavía hecha una confusión. Pero pronto sonreí al ver que todos a mi alrededor lo hacían.

Nada más que un añoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora