Capítulo 50: el infierno continúa

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Faltar a clases no era una opción porque no cambiaría nada y sólo generaría preguntas entre mis amigos. Así que preferí evitarme inventar mentiras y simplemente ir.

Fue un día tortuoso, jamás me había sentido tan mal, tan incómoda en un lugar. La presión en el pecho estuvo desde el minuto uno, desde que abrí los ojos en la cama. Encima, estaba alerta todo el tiempo, no quería cruzarme con ese monstruo; tenía tantas ganas de volver a casa y encerrarme que, cada cierto tiempo, no podía evitar que mis ojos se desviaran hacia la entrada de dos puertas.

Antes de la primera hora y de subir a nuestro salón, decidimos ir al baño con Lari y Fer. Agradecía volver a entrar con ellas y no sola, mis pensamientos volaban hacia lo que había pasado el día anterior una y otra vez.

Sentí la mirada de Matt sobre mí mientras transcurría la primera hora.

—¿Por qué ayer te volviste sola a tu casa? No nos esperaste como siempre y no supe qué decirles a Fer y a Lara —no tardó en preguntar.

Cierto, siempre volvía con ellos. Tenía la mente en cualquier parte y salí prácticamente huyendo del colegio. No recuerdo siquiera si llegué a despedirme.

—Muchas cosas urgentes del negocio. —Mentí. Genial, justo lo que no quería hacer.

—La próxima nos avisás, no tenemos problema en ayudarte —respondió mi amigo, no muy convencido de mi argumento.

—Sí, lo siento.

No hice más que avivar la preocupación de Matt, puesto que me siguió echando miradas de reojo, de esas que sólo él sabe dar, siempre será muy suyo evitar el contacto visual directo.

Durante el recreo me quedé dentro del salón, no salí como siempre. De hecho, ellos se disponían a salir cuando vieron que no me levantaba del asiento.

—¿Vamos? —preguntó Fer.

—Yo no tengo ganas hoy, vayan ustedes, chicos.

Se miraron entre los tres con los ceños fruncidos y volvieron a sentarse. Matt sacó un juego de cartas de su mochila y propuso jugar al jodete, así que eso hicimos.

Pero gran error el mío de no aprovechar el primer recreo para ir al baño, ya que en medio de la clase de la profesora Pierotti me dieron ganas de ir. La profe me habría dejado ir si se lo hubiese pedido, sin embargo, pronto noté que era incapaz de salir de ese salón sola otra vez. Me aterraba la idea de ir al baño sola. Ese baño de mujeres tan familiar que hace años pisaba cada día era un escenario que me resultaba aterrador.

La ansiedad aumentó y no tardaron en hacerlo también los latidos de mi corazón. No les podía pedir ayuda a ellos porque entonces tendría que contarles y no quería tocar ese tema, no quería que me miraran con compasión, no quería que me juzgaran. Así que me puse a contar. Uno, dos, tres... Cuatro, cinco, seis... Siete, ocho, nueve... Afortunadamente, cuando llegué a diez mi respiración se había normalizado un poco.

—Luci, llevás suspirando todo el día —afirmó Matt, evidentemente preocupado. Aquello me tomó por sorpresa, ¿tanto suspiraba?

—Sí, es que dormí horriblemente mal anoche —respondí. Al menos eso no es mentira.

Cuando el segundo recreo llegó, no dudé en decirle a las chicas que me acompañaran al baño, me vejiga me explotaría. Por suerte, es un hábito normal en mujeres, así que una no tiene que andar dando explicaciones de por qué quiere que la acompañen. Por supuesto, mi estado de alerta aumentó y tomé precauciones de no toparme con ningún sujeto indeseable. Afortunadamente no lo vi en todo el día y esta vez volví todo el camino a casa con mis amigos. Pude tener una actitud normal o, bueno, lo más normal que logré.

Nada más que un añoWhere stories live. Discover now