Capítulo 5.- ¿La conoces?

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El tan esperado viernes había llegado y yo me desperté esa mañana más enérgica que de costumbre aunque no había podido dormir lo suficiente como para que mi cuerpo en un día normal rindiese lo necesario. Aun así, y con mis ojeras al frente de nuevo, o más bien con mis marchas de mapache furioso, como me solía decir mi amigo Lincoln de vez en cuando, esa mañana la felicidad casi me hizo dar brinquitos por mi piso. Digo casi. Porque yo no era persona hasta que mi café matutino no hiciese su efecto directo contra mi organismo. Hasta que esa cafeína inundase por completo cada poro de mi piel y como por arte de magia pudiera revivir cada mañana.

Quizás mi energía algo inusual en esas circunstancias se debía a que esa noche volveríamos a tener una de esas noches en directo que tanto me gustaba. Quizás. Pero yo sabía que no, ya que esas noches se habían vuelto continuas a lo largo del tiempo que la cafetería llevaba abierta, y ningún viernes me había despertado con esa sensación tan nueva para mí, pero totalmente placentera y agradable. Así que quizás, sólo quizás, podría deberse a que esa noche, si Clarke decidiera aparecer, y los dioses se volvieran a poner de acuerdo en echarme una mano, quizás entonces podría percibir la voz de la rubia en las paredes de mi cafetería. Sin ruidos ni distracciones del exterior.

Recordaba cómo ante el tacto de su mano sobre mi pierna no pude casi reaccionar, y cómo tras despedirme y levantarme del banco para volver a la cafetería, tuve que volver a girarme para invitarle a pasar el viernes noche en mi adorada fortaleza. Sin más, sólo con su presencia, había hecho que mi objetivo de ese momento se esfumara por un momento de mi cabeza. Y aunque en ocasiones seguía siendo un poco bloque de piedra... poco a poco fui llenando mi cuerpo de vida ante su presencia.

Ese día en el trabajo las salidas hacia la puerta de la cafetería fueron más seguidas que todas las que había hecho a lo largo del año y medio que llevábamos abiertos. ¿Por qué? Pues eso le preguntaba yo misma a mi atolondrada cabecita que últimamente quería pasar más tiempo fuera, pasando frío, que dentro de la cafetería donde el calor me cobijaba, donde mi cuerpo no pasaba esos ratos al intemperie.

-¿Te ocurre algo? –Me preguntó Lincoln a mi lado. Ni tan siquiera me había dado cuenta de su presencia mientras mis ojos permanecían clavados en el banco que Clarke solía frecuentar, pero el cual llevaba todo el día privado de su presencia.

-¿A mí? Nada. –Respondí rápidamente mientras mis ojos se movían alternamente por toda la calle, buscando algún reflejo de su presencia.

-Estás de rara... -Dijo mirando de arriba abajo, con escrutinio, queriendo adivinar algo diferente en mí como si su mirada fuesen dos infrarrojos capaces de ver más allá de la piel. ¿Acaso se pensaba que tenía algún poder especial?

-Ontari viene también. –Solté un tanto aliviada al ver como mi amigo me seguía el rollo por completo, pasando así su foco de atención a mi hermana, y resguardándome de su poder especial por si por algún motivo lo tuviese.

-Es tan enamoradiza. –Sonrió, pensando en igual que yo que sus frecuentes visitas tan animadas las noches de los viernes se debían a que Murphy aparecía. –Ella se ha llevado todos los genes afectivos y amorosos de tú familia. –Dijo mirándome sonriente, sabiendo cómo me repateaba que dijera esas palabras.

Que sí. Que Ontari y yo éramos completamente diferentes. Ella era una autentica enamoradiza de la vida en general. Alguien totalmente llena de emociones y sensaciones que disfrutaba con cada nuevo día como si fuera el último. Por el contrario yo vivía mi vida de forma más pausada, más relajada y no tan encaprichada con el mundo y sus realidades.

Para mí amigo esa era la actitud de una mujer de hielo. Alguien que no tenía intenciones de vivir y disfrutar. Aunque para mí la forma de mi amigo tampoco lo consideraba vivir. Vivir intensamente como me decía él mientras cada cierta noche la pasaba con una chica diferente, no era vivir. Posiblemente yo vivía más que él a través de un buen libro, refugiada en mi casa, envuelta en mis sabanas y disfrutando del placer que me proporcionada la lectura, no una compañía de unos minutos sobre el colchón. Esa felicidad pasajera no era la felicidad que según él era la adecuada para vivir. O ese era mi punto de vista, aun así yo no le reprochaba nada. Cada cual son su vida y sus formas de auto engañarse.

Tal vez (AU) -Español [Clexa]Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora