Adele

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—Inicio del Prólogo—

Adele cabalgaba a través de la pradera en su hermoso y blanco corcel pura sangre. 

A ambos les gustaba sentir el golpe del viento, cargado del aroma a hierba y margaritas silvestres. 

La lacia y rubia cabellera de la chica se movía con gracia sobre la montura. Era una ninfa amazónica capaz de inspirar hasta al más insípido de los artistas. Ella lo sabía. Era consciente de su belleza, pues era la más codiciada, la más admirada de su Clan.

Su familia tenía una cómoda posición, por lo que se esmeraron en su educación. Sus padres le planificaron un futuro maravilloso: ella no necesitaba mejorar su posición dentro de la sociedad, aun así querían alcanzar, a través de ella, la gloria que su sangre no podía darles.

Fue concebida para ser grande entre los suyos, una persona influyente, una entre los grandes de Ardere.

Como era costumbre los recién casados debían presentarse ante los ancianos del Clan para recibir sus sabias palabras sobre el futuro de los hijos, porque, sin importar la jerarquía dentro de Ardere, una profecía hecha por el Oráculo jamás era despreciada.

Los ancianos, ex-miembros del Prima, profetizaron que tendrían un vástago que estaría unido al  heredero de Ardere. 

Tan anhelado y bendito futuro no hizo más que llenar de gozo los corazones de la joven pareja, por lo que cuando la familia principal declaró que estaba esperando un hijo, el cual sería el Primogénito de Ardere, el joven matrimonio decidió que era el momento de traer a su propio retoño al mundo.

Finalmente, Ardere dio la bienvenida a una niña que regiría los caminos del Clan, una niña a la que llamaron Evengeline. 

Los padres de Adele se alegraron por aquel nacimiento, celebrándolo como si fuese suyo, pues albergaban la esperanza de que el fruto de su amor sería un niño, un varón cuya misión sería convertirse en el esposo de una de las más grandes Primogénitas de su Clan. Sin embargo, la vida les jugó una mala pasada, y el varón que habían anhelado terminó siendo una niña.

Lloraron su desgracia, preguntándose por qué el Oráculo había errado. 

Convencidos de que Adele no sería la única hija que tendrían y que, por consiguiente, quizás el Oráculo se terminaría de cumplir en otro vástago, intentaron por todos los medios traer otro hijo al mundo, pero para desgracia del matrimonio, todo esfuerzo fue hecho en vano.

A la familia le costó hacerse a la idea de que su hija jamás sería una de las más grandes de Ardere, que no tendría una descendencia gloriosa como ellos habían soñado, mas aprendieron a resignarse y complacerse con su hermosura e inteligencia. 

Adele tenía unos grandes y límpidos ojos azules, enmarcados en unas largas pestañas, labios sensuales, un rostro con forma de corazón, nariz regía y un esbelto cuerpo. Su voz seducía multitudes, era una hábil lectora, pianista y amazona. Tenía todos los talentos que una mujer de su época se podía permitir.

Sus padres siempre fueron muy francos con ella, nunca le ocultaron cuáles habían sido los planes que habían hecho para su futuro, ni el honor que pensaron les traería al hogar, gesto que hizo que en más de una ocasión Adele se sintiera decepcionada del error cometido por el Oráculo; en el fondo, ella también deseaba estar emparentada con la familia principal de Ardere y no tener que conformarse con estar por debajo de Evengeline.

Sabía muy bien, la experiencia la había enseñado así, que cuando la Primogénita se presentaba en algún baile, toda la atención se volcaba hacia ella. Era imposible estar por encima de Evengeline, aun cuando la joven, a la que todos admiraban, no era más que una simple e insípida chica de cabellos oscuros como el ébano y ojos triviales.

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Where stories live. Discover now