El Corazón de la Luna

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El bosque daba la sensación de una noche tan oscura como el azabache. Los seis viajeros aterrizaron en un lugar rodeado de árboles, en medio de la nada. Ibrahim no pensó ni dos minutos para abrazarse; estaba haciendo frío, podía ver su respiración caliente abrirse espacio entre el gélido aire.

—Moriremos de hipotermia —se quejó.

—¿Acaso sabes dónde rayos estamos? —preguntó Dominick apartándose un poco de todos.

—La verdad es que no lo sé —respondió Aidan, escuchando el bufido de este.

—Recuerdenme no seguirle la próxima vez.

—¿Oye! ¿Cuál es tu problema conmigo? —Lo enfrentó.

—Eres demasiado estúpido para hacer las cosas. Cometes tantos errores que hasta podría jurar que es un castigo que tú lleves el Sello y no una persona más capaz.

—Nadie te obligó a venir —le reclamó Saskia.

—No, Saskia, espera —intervino Aidan—. Esto no es por haberte traído hasta aquí, esto es por algo más o, ¿me equivoco?

Bastó que Aidan diera un paso hacia Dominick para que Gonzalo se interpusiera entre los dos, deteniéndolos con sus manos

—¡Suficiente! No voy a permitir que se peleen como unos idiotas.

El grito de Gonzalo fue más que suficiente para hacerles reaccionar, mas ellos nos fueron los únicos que le escucharon. Entre los árboles una flecha viajó, pasando entre Dominick y Gonzalo, haciendo que todos volvieran su vista el este.

—Alguien viene —susurró Gonzalo haciendo que su arco apareciera—. ¡Gracias Cerezo! Por lo menos mi Donum aún funciona —comentó lanzándose al frente, agachado para hacerse con su adversario.

Los demás imitaron su acción. Aidan y Dominick se miraron por última vez, estaban juntos en eso y no iban a permitir que conflictos personales acabaran con la vida del otro.

Las flechas siguieron surcando el espacio, muchas de ellas iban a dar entre el bosque. Gonzalo se percató de que eran flechas comunes, que no provenían de ningún don, sintiéndose un poco más seguro. 

La oscuridad y el refugio que les ofrecía el bosque comenzó a acabarse. Los seis llegaron a un claro, frente a ellos estaban parados cinco sujetos, envueltos en un manto largo negro. Aidan se irguió al recordar sus sueños: aquellos seres se parecían mucho.

Uno de ello tenía extendida su pierna, la cual sobresalía a través de su capa, al igual que el arco. Gonzalo se armó y salió al frente, con Aidan imitándole. Estaban en ventaja numérica y eso le daban una pequeña garantía de que no les matarían tan fácilmente, en especial porque eran dos arcos contra uno.

—Identifiquense —le gritaron.

Una gutural sonrisa salió de uno de ellos.

—¿Te atreves a venir a nuestra tierra y nos exiges que nos identifiquemos? —habló uno de ellos.

—La verdad tampoco es que nos importe mucho quienes son —se atrevió a responder Dominick—. Solo queremos que nos digan dónde estamos y cómo salimos de aquí.

—¿Están perdidos? ¿Piensan que creeremos tal mentira?

—Es en serio —respondió Saskia—. No tenemos nada en contra de ustedes, solo queremos saber donde estamos y luego continuar nuestro camino.

—No confiamos en extraños —contestó una mujer—, y mucho menos si vienen vestidos con ropas que no nos son familiares.

Todos, a excepción de Gonzalo y Aidan, se observaron por un momento. Allí estaban, parados en un claro de bosque que para ellos era el equivalente a la nada, vestidos de negro y mezclilla, con botines, envueltos en cardigans que no eran lo suficientemente gruesos como para protegerlos de un clima al que no estaban acostumbrados.

—Bueno, puedes verlo así o pensar que tu ropa es un tanto vieja en consideración de dónde venimos —contestó Gonzalo—. ¡Oye! —llamó a Aidan, sin bajar el arco—. Nunca has intentado hacer aparecer una bazuca, así acabaríamos con esto de una vez.

—Creo que mi Donum aún no se actualiza.

—¿Donum? ¡Ja! —le respondió el primer sujeto que les había hablado—. Algo tan extraordinario no puede ser compartido con animales.

Gonzalo dio un paso adelante, pero Aidan, soltando el arco, el cual desapareció en el acto, le detuvo, poniendo su mano en el pecho del chico.

—Detente, Gonzalo. Ellos son la Fraternitatem.

Se aventuró a dar un paso al frente, cuando una flecha le rozó el brazo. Sintió el ardor de la cortada, por lo que se volteó a comprobar que tan grave era. El cardigan y la polera estaban rotas, el tibio calor de un hilo de sangre emergió. Aidan miró una vez más al frente y sonrió.

—La próxima vez daré en el blanco.

—No te parece un poco ridículo que si son la Fraternitatem Solem, se valgan de un arco ordinario— comentó Dominick.

—Lo están haciendo porque no nos ven como una amenaza —le refutó Ibrahim.

—Es que no lo son, o me equivoco, señor Joseph de Las Indias —respondió una joven, bajándose la capucha.

Sobre su manto coló la Cor Luna, ante ellos estaba Evengeline.

—Te dije que no volvieras.

—Venimos porque una amiga necesita un remedio que solo ustedes pueden proveer.

—¿De qué remedio hablas? —preguntó Evengeline.

—De la Cor Luna.

El sujeto que parecía el líder de todos ellos se quitó la capucha. En su rostro se dibujaba la ironía y la prepotencia. No hizo falta presentaciones para que todos supieran que se trataba de Louis de Aurum. Dominick le observó detalladamente, ambos tenían la misma contextura, aunque aquel sujeto era más pálido que el cuadro que reposaba en su residencia, sus cabellos rubios le hacían ver más imponente, dándole un aire aristócrata, pero con una mirada tan oscura, muy a pesar de sus luminosos ojos azules. Ese era su antepasado.

—¿Quieres la piedra? —le preguntó—. Tienes que ganarla.

—Aceptamos el reto —contestó Aidan sin pensarlo mucho.

—Eres bastante temerario, Joseph. No has escuchado de que se trata la prueba y ya estás aceptando el reto.

—Déjale, hermano Aurum —respondió George, lo que hizo que Itzel apretara sus puños—. No te permitiré que nos arruines la diversión.

—¿En qué consiste la fulana prueba? —preguntó Saskia, caminando para posicionarse al lado de Aidan.

—Cuenta la leyenda que fue una Ignis Fatuus quién le arrancó la Cor Luna al Imperator —comentó Jane—. Lo hizo y su Clan sufrió las consecuencias —señaló a Aidan—. Que salga al frente el portador del Sello de Ignis Fatuus.

—¿Para qué rayos me quieres? —le gritó Gonzalo, todavía apuntando a Andrew, quien le apuntaba a Aidan.

—¿Acaso no lo sabes? —se mofó Louis—. Si eres la persona propicia, el verdadero heredero de Monica, el poderoso guerrero que has de reclamar la piedra como la leyenda dice, entonces serás capaz de pasar nuestra pruebita.

—Entonces, dejense de tanta cháchara inútil y digan de una vez por todas en qué consiste dicha prueba.

—Debes absorber el Donum de los tuyos, y el de los nuestro —le contestó Evengeline.

Sus palabras hicieron que los chicos se volvieran a Gonzalo. Era una prueba muy fácil para él, habían visto lo que Amina, Ignacio y él habían hecho el día anterior en la playa, así que no era algo imposible de realizar.

—¿Qué pasa si no puedo? —preguntó Gonzalo, en un tono tan serio, que los chicos le desconocieron por completo. Aun así no se encontraba nervioso.

—En ese caso —respondió Louis—, todos morirán.

—¿Ocurre algo Gonzalo? —preguntó Itzel.

—No. —Palideció, riendo compungido—. Solo que —murmuró—, yo no soy Maia.

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Where stories live. Discover now