El Diario de Ackley

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No tener conocimiento de donde estaba su Clan iba a ser un verdadero dolor de cabeza para Dominick. Acomodándose el bolso en su hombro, comenzó a plantearse seriamente buscar el paradero de los familiares de su abuelo materno. Tenía que restaurar los lazos rotos si quería estar a la par de sus compañeros. Justo llegaba a la cuadra de su hogar, cuando observó, estacionado frente a su casa, un Mercedes Benz negro, lo que hizo que se detuviera a detallar el vehículo y a las dos personas que estaban recostadas en él.

Uno era un hombre de unos cuarenta a cincuenta años, atlético, de cabellos lacios, trigueño, ojos café, nariz aguileña, labios gruesos, rostro anguloso y a su lado había una chica joven, de no más de veinte años, trigueña, de cabellos castaños y crespos, de rostro redondo y rasgos armónicos, sus brazos y piernas estaban bien tonificados.

Caminó hasta ellos, lo que hizo que sus posturas cambiaran. Lo estaban esperando.

—¿La DEA? ¿El SEBIN? ¿La CIA... PNB... Interpol... CICPC? —les preguntó moviendo su índice derecho de uno a otra.

—De Aurum —respondió la chica.

—¡Oh! ¡Claro! Pensé que sería yo quién tendría que buscarlos.

—¡Primogénito! —interrumpió el hombre—. Mi nombre es Samuel y ella es Zulimar. Formamos parte del Prima de Aurum, miembros de la Fraternitatem Solem.

—¿No es demasiado joven para formar parte del Primado? —le cuestionó fijando su mirada en Zulimar.

—Puede que lo sea, Primogénito, pero le aseguro que sé más de nuestro Clan de lo que usted conoce.

—Dominick.

—¿Perdón?

—Mi nombre es Dominick, no Primogénito.

—Primogénito —continuó la joven, ignorando su comentario—, hemos venido para hacerle entrega... —Mas no pudo terminar, Dominick había dado la media vuelta, dirigiéndose a su casa. La chica miró a su compañero, ambos estaban anonadados: él simplemente los ignoró, dejando que le hablaran a la nada—. ¡Primogénito! —le gritó, pero el chico no se detuvo, por el contrario, entró a la casa y cerró la puerta tras él—. ¿Cuál es su problema? —le preguntó a Samuel.

—Creo que no nos oirá, mientras lo llames Primogénito.

—Pero eso es lo que es.

—Eso no es todo lo que él es. Creo que será mejor intentarlo otro día —confesó, dando la vuelta para abordar el puesto del conductor.

—Tiene un hermoso Sello —murmuró la chica con una media sonrisa.

—Tiene un hermoso Sello —murmuró la chica con una media sonrisa

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Gonzalo tocó la puerta del cuarto de Amina

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Gonzalo tocó la puerta del cuarto de Amina. Eran las ocho de la noche, la cena había terminado, y tal como habían acordado, él leería para ella durante una hora.

Su prima le invitó a pasar, arreglando las almohadas de su cama para que se recostara en ellas.

El Custos traía consigo una bandeja con algunas galletas con chispas de chocolate y una jarra de chicha, la que su tía había convertido en un granizado. Se sentó al lado de Maia, poniendo la bandeja entre ellos.

—Mi tío sigue horrorizado por lo de esta tarde.

—Ese señor Arrieta es un abusivo.

—Si hubieras visto el vello de sus orejas, le hubieses tenido compasión —confesó, mientras se estremecía, riendo—. ¿En qué momento Ignis Fatuus se convirtió en una raza superior?

—No lo sé, pero es lamentable.

—¿Estás lista para comenzar?

—Sí.

Abriendo el viejo y muy bien conservado libro, Gonzalo observó la cursiva y bien trabajada letra de Ackley. Para ser un campesino tenía una letra hermosa.

Se dio cuenta de que en la carátula izquierda estaban escritas unas líneas. Era una dedicatoria hecha por el propio Ackley: 

«A ti, que le has dado un sentido a mi vida, por quien me he movido y decidido. A ti, a quien el abstracto tiempo me dio a conocer como mi destino. Que la aguja de esta Hora que guardo en mi mano se convierta en espada de justicia en la tuya. Por el beso compartido y por la llama de amor que sembraste en mi mano. Sin ti, nunca hubiera sido feliz».

Gonzalo se volvió hacia el pálido rostro de Maia. No entendían el significado de aquella extraña dedicatoria. Sin duda alguna, aquel diario no fue escrito solo para su deleite personal. Él debió escribirlo para que llegara a manos de alguien, ¿de Evengeline? ¿De Elyo? ¿De quién?

—No puede ser de Elyo —le interrumpió Maia.

—Pues, él terminó quedándose con el diario.

—Sí, se quedó con él, pero vuelve a leerlo.

—«A ti, que le has dado un sentido a mi vida, por quien me he movido y decidido. A ti, a quien el abstracto tiempo me dio a conocer como mi destino. Que la aguja de esta hora que guardo en mi mano se convierta en espada de justicia en la tuya. Por el beso compartido y por la llama de amor que sembraste en mi mano. Sin ti, nunca hubiera sido feliz» —releyó—. Tiene que habérselo dedicado a Evengeline.

—Sí —murmuró—. Sí, tuvo que ser a ella... ¿Puedes continuar?

Okey, déjame probar la chicha. —Bebió un sorbo para luego apurar el vaso hasta la mitad—. Diciembre 15: Ha pasado una semana desde que te vi y aunque la vida en el Clan permanece igual, siento que mi vida ha cambiado intempestivamente. No puedo ser él mismo y no deseo serlo. La marca del Sello aún quema mi piel. Los Primogénitos continúan acusándome de ser un imprudente pero no podía dejarte morir, era mi deber: como Hermano, como caballero y como hombre.

»No sé si estás preocupada por mí, pero estoy bien... Pude sobrevivir porque domino el fuego: puedo crearlo, manipularlo, controlarlo y sofocarlo, y eso fue lo que hice en ti, sofocar el mortal fuego que buscaba consumirte, y allí, até mi destino al tuyo. Obligué a mi corazón a compartir tu carga y temo las consecuencias de eso, aun cuando conozco muy bien el final.

Sin embargo, me encuentro incapaz de cambiar lo que has construído en mí, y por este regalo de amor que muchos consideran una maldición, te llevaré de la mano por los caminos de Ignis Fatuus y de mi monótona existencia.

»Diciembre 15. En la tarde:

»Hoy ordeñé las vacas del establo y supervisé por media hora mi mano... la marca no es visible para los demás miembros de nuestro Clan, y cada día sus líneas son más tenues, pero en la medida en que desaparece, algo en mí comienza a cambiar. Todavía no descubro qué es.

—¡Gonzalo! —Lo detuvo—. ¿Es posible...?

—¿Qué? —preguntó, llenándose la boca de galletas.

—¿Es posible que antes de Evengeline existiera otra persona?

—¿Es posible que antes de Evengeline existiera otra persona?

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El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Where stories live. Discover now