Mañana Complicada

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Era una mañana fría. Dominick salió de su casa. Dentro del morral que colgaba de su hombro izquierdo llevaba el ejemplar que Zulimar le había facilitado la noche anterior. Había decidido darle una ojeada pero la serie de detectives que comenzó a ver después de la imprevista visita, le hizo olvidar su obligación con la Hermandad. Para él la Fraternitatem no era más que Maia y el resto de los Primogénitos que día a día se hacían más cercanos a él.

El trayecto desde su casa hasta la avenida se recorría en quince minutos. Ese día había salido más tarde de lo normal, por lo que tenía que darse prisa si quería llegar a buena hora.

Durante los últimos días, se había repetido ese incidente. En los tiempos en que Irina se hacía pasar por la Primogénita de Ignis Fatuus, solía llegar mucho antes de la hora, sus reuniones antes de que el sol despuntara le habían enloquecido, pero recientemente le costaba conciliar el sueño, lo que ocasionaba su habitual retraso.

Un automóvil negro se acercó, con lentitud, a su lado. Intuyó de quiénes se trataba, se puso a la defensiva. Se detuvo, abrió la puerta trasera e ingresó, lanzando el morral en el puesto. Zulimar se volvió para saludarlo, mientras él solo le dedicó una media sonrisa. Al parecer tenía que acostumbrarse a que su Prima le acosara.

—¿Cómo estás? —le saludó al darse cuenta de que él no iba a hablar—. ¿Leíste algo?

—No. No sé si lo sabes, pero hay cosas mejores que hacer, como por ejemplo, ver televisión.

—¿Acaso no entiendes lo que significa recibir una orden de la Fraternitatem Solem?

—¿Acaso parezco el tipo de persona que recibe órdenes de los demás? —le respondió; Zulimar entornó los ojos con ira.

—Es por ese tipo de respuesta que nunca pondríamos en duda que eres el verdadero Primogénito de Aurum —le respondió Samuel, sonriendo.

No pensaba discutir con ellos. No les conocía, y además, estaba en su carro. Ellos bien podían secuestrarlo, en tal caso no dudaría en utilizar su poder para defenderse. Pensó en electrocutarlos, mas ir a un reformatorio no estaba dentro de sus planes, por lo que se lo reformuló su idea tomando el libro que Zulimar le había prestado; debía intentar concentrarse en la lectura, la cual desde el principio le pareció tediosa.

—¡Ya verás qué encantador es Louis!

—¡No tienes ni la menor idea de cómo me gustaría viajar en el tiempo para conocerlo! —se burló levantando un poco la vista del libro.

No lograba comprender cómo alguien podía malgastar todo un folio en describir los atributos corporales de un tipo cualquiera, cual si fuera un dios griego. Quizá por eso Zulimar se mostraba emocionada por Louis.

—Gracias a la descripción han podido hacer un retrato de él. Esta tarde te llevaremos a nuestra sede, allí podrás verlo y hacerte una idea de cómo era.

—Tengo una reunión esta tarde.

—¿Adónde irás?

—¿En serio lo preguntas? ¿Acaso debo darte explicaciones por el hecho de que me das la cola? Y en ese caso, Samuel. —Le tocó el hombro acercándose a él—. Debes saber que no tengo nada en tu contra y que te considero una persona bien. —Se volvió a recostar del asiento—. Pero, ¡detén el maldito auto porque no pienso seguir con ustedes!

—No tienes porque ser tan grosero, solo nos preocupamos por tu seguridad.

—¿De verdad? Te aseguró que cuando la Imperatrix nos atacó no te vi ni siquiera tomando el sol en la playa.

—Primogénito —le llamó Samuel—, lamentamos la molestia que le estamos causando. —Al escuchar sus disculpas, Zulimar se lanzó contra su puesto con los brazos cruzados, haciendo un mohín con sus labios. ¡No lo podía creer!—. Debe entender que usted es el único portador del sello ancestral y ese es el motivo que nos lleva a preocupamos por usted. Sin embargo, no es su deber respondernos, ni obedecernos.

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Where stories live. Discover now