La Rebeldía de Dominick

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Ibrahim acababa de cerrar la puerta del porche de su casa cuando un auto negro se estacionó frente a él. Dio un paso atrás, apretando los puños. Inseguro de su don, al que consideraba el menos fuerte de todos, pensó en algunas técnicas de combate que le podían sacar de apuros, eso si su atacante no llevaba algún revólver.

El vidrio de la puerta trasera del auto descendió lentamente, apareciendo Dominick detrás de ella. Sintió cierto alivio al darse cuenta de que no sería atacado; las marcas de su cuello recién había desaparecido, y no deseaba andar de nuevo cubierto de pies a cabeza. La sonrisa del Primogénito de Aurum fue muy bien recibida.

—Pareces un poco nervioso —comentó Dominick al ver como los puños del joven se relajaban.

—Quizá ande un poco paranoico. Últimamente te apareces donde sea.

—No lo tomes a mal, pero antes intentaría continuar con lo de Maia —le confesó.

A Ibrahim le pareció extraño que Dominick susurrara el nombre de la chica.

—En ese caso, solo podría asegurar que tendrás serios problemas con Aidan. No creo que le agrade saber que acosas a su pretendiente y a su mejor amigo. —Sonrió.

—Anda, sube —le invitó abriendo la puerta y arrimándose para que Ibrahim se sentara a su lado—. Ellos son Samuel y Zulimar. —Ibrahim saludó con su cabeza, acomodándose en el acolchado asiento de cuero—. Como podrás darte cuenta, son mi Primado.

Prima.

—Ella es la que siempre me corrige —contestó sonriéndole con superioridad a Zulimar.

—¿No es un poco extraño que vengas a buscarme?

—¿Más extraño que buscar a Aidan? —bromeó—. ¡Creo que es imposible! Sin embargo, para que veas que no tengo nada en su contra, iremos a buscarlo.

—¿Piensas hacer de transporte escolar?

—No sería mala idea.

En cuanto el carro se puso en marcha, Dominick sacó el libro de Louis, por lo que Ibrahim decidió ver a través de la ventana. Aún estaba oscuro en Costa Azul, mas las personas comenzaban a salir de sus casas para ir a sus sitios de trabajo o a sus colegios.

Pensó en leer un poco, mientras el auto se acercaba a casa de Aidan. No había podido avanzar mucho en la vida de Jane, aunque podría describirla como una historia muy sencilla, sin muchos matices y un tanto instructiva, si se deseaba aprender a ordeñar cabras.

—¿Qué tal tu libro? —quiso saber Dominick, quien no podía avanzar de la segunda página.

—Bien —contestó con desgano—. No es algo que desee leer, pero ¿qué se puede hacer? No la culpo por vivir en una época donde no existía el televisor.

El auto se detuvo. Recostado en la baranda de su casa, se encontraba Aidan. Llevaba un gorro Hipster negro de donde salían algunos mechones largos al frente, una franela blanca de cuello panadero, cárdigan azul, pantalón de mezclilla y zapatos casuales. Se arremangó el suéter cuando el auto se estacionó.

—¿Crees que invocará alguna de sus armas? —le preguntó Ibrahim a Dominick, después de observar la pose de modelo de su amigo.

—Tranquilo. —Medio sonrió—. Él ya sabía que vendríamos a por él.

Aidan entró al auto con su habitual sonrisa. Chocó las manos con Dominick, le dio un abrazo a Ibrahim al sentarse a su lado, y saludó a Samuel y a Zulimar sin conocerlo.

El rostro de Zulimar se tiñó de amargura, era evidente que le molestaba la presencia de los Primogénitos de Ardere y Sidus, sentimiento recíproco, dado a que Ibrahim y Aidan estaban allí para ayudar a Dominick a vengarse de su Prima.

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora