Perspicaz

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Aidan y Maia decidieron alejarse un poco del grupo, reservar un momento a solas, sin el resto de la Hermandad. Eran conscientes de que los instantes de felicidad se estaban agotando entre ellos.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó suavemente Aidan, besando sus cabellos.

—Un tanto inútil, pero las muñecas no me molestan, y tu cercanía me conforta.

—Me alegra saberlo, pues aunque no lo notes, estoy saltando de la felicidad.

—Aodh, sabes que te quiero. —Aidan se detuvo, y ella hizo lo mismo un paso más adelante—. ¿Ocurre algo? —preguntó girando sus hombros hacia donde antes había estado el tórax de él.

Fue el tono melancólico de su voz lo que le hizo detenerse. Tuvo la extraña impresión de que era el momento de despedirse.

—No así —le suplicó.

—No te estoy dejando, tonto. —Le sonrió. Aidan corrió a abrazarla—. No tienes ni la menor idea de cuánto quería que hicieras esto. —Él la apretó.

—¡Te quiero! —Besó su frente.

—¡Oh, vamos! —le gritó Dominick, que se había volteado para verificar que no estuviesen tan lejos.

Aidan sonrió.

—¿Por qué a veces se comporta como un idiota?

—Dejaría de ser él si no lo hace. —Amina sonrió, cerrando los ojos.

—¡Cielos, Amina! —Acercó su nariz a la de ella—. ¡Cuánto te quiero! —Sus labios se unieron.

Eran tan suaves, tan tiernos. Pronto los abrió con delicadeza, rozando sus dientes y entregándose a ella.

Maia suspiró entre sus brazos. El Sello de su mano vibró armónicamente mientras lo deslizaba por la espalda de la joven. Ella sentía sobre su piel los suaves surcos de calor que emanaban de la marca de Ardere.

Cuando Aidan apoyó la palma de su mano en la parte baja de su espalda, muy cerca de su cadera, estelas de energía se extendieron por todo su cuerpo, olas de calor la invadían. No pudo evitar gemir, lo que hizo que Aidan se separara.

—Lo siento —se disculpó nervioso.

—Estoy bien —respondió sonriendo. Él beso su frente, y ella se acurrucó en su pecho. En cuanto su cuerpo fue volviendo a la normalidad, se separó un poco de él—. ¿Vamos con los demás?

—¡Vamos! —afirmó, dándole un nuevo beso en la frente.

Habían caminado más allá del muelle, en un apartado que daba con un enorme rompeolas, tan alto como una pared, era imposible lo que se encontraba en detrás de ella. Aidan observó la enorme muralla y sonrió: aquel podía ser un buen sitio para entrenar.

Los chicos habían sacado las bebidas y los panes del bolso. Aidan y Maia llegaron justo cuando se empezaban a servir las botanas, por lo que el joven se apresuró a sacar su snack del bolso.

—Creo que están un poco caliente —comentó Ibrahim sobre las bebidas.

—No importa. ¡Es hora de merendar! —le aseguró Saskia—. ¡Me muero de hambre!

Dominick la miró con una clara expresión de «¿Más o menos?». Ibrahim fue más amable y le pasó su pan con jamón y queso.

Gonzalo estaba dedicado a destapar las bolsas de botanas, recompensándose con un puñado en la boca.

—Deberíamos hacer esto más a menudo.

—¿Qué? —preguntó Itzel—. ¿Reunirnos para hablar de la Hermandad?

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Where stories live. Discover now