Dar la Cara

160 34 8
                                    

Leticia no tardó mucho en llegar a la sede de la Coetum. El rechinar del automóvil en cuanto entró al estacionamiento hizo que Gonzalo, quien se encontraba sentado con Ibrahim en uno de los pretiles, se levantara para salir al encuentro de su Clan.

Del auto no solo descendieron los miembros de Ignis Fatuus, sino también el resto de los Primogénitos, a excepción de Aidan. Gonzalo se olvidó de Ibrahim corriendo a abrazar a Maia y a su tía, esta última no dejó de besarlo, para luego darle un espacio a Ignacio, con el cual se abrazó fuertemente.

—Chicos, debo ir al Auditorium —les comunicó Leticia—. Tengo que reunirme con Israel. Por favor, no se separen y esperen aquí. Probablemente la Coetum quiera hablar con ustedes.

Gonzalo asintió, caminando con su hermano a un lado para reunirse con los demás, quienes inspeccionaban los ojos de Ibrahim. Las densas natas que se concentraban en sus córneas horrorizaron a Itzel.

—¿Quién te hizo esto? —preguntó, justo antes de escuchar los gritos de Aidan, el cual corrió hacia ellos.

Su padre le había traído.

—¡Gonzalo, Ibrahim! —Puso un brazo sobre el hombro de Gonzalo abriéndose paso para llegar a su amigo que había bajado la cara—. Ibrahim, ¿cómo te encuentras?

Ibrahim levantó su rostro, apenado, mostrando sus córneas afectadas. Aidan se echó un poco para atrás, tragando fuerte, para luego caminar decidido a su lado. Le tomó del mentón, para luego abrazarlo.

—Sabes que no estás solo.

—¡Soy un cobarde! —murmuró, aferrándose a él—. No pude hacer nada para defenderlos— sollozó.

—¿Qué pasó, Ibra? —le preguntó con cariño.

—Vine a entregar los recaudos que mi Prima le solicitó a mamá... Luego salí, escuche una explosión... Me di la vuelta y, entonces... Ellos estaban allí. Intenté enfrentarlos pero solo choque con una pared que no pude ver... Y luego una chica apareció. Su dragón ocupaba el lugar que le correspondía al sello de Aurum. —Dominick apretó la mandíbula—. Movió sus manos —continuó, escondiendo su cabeza. Recordar solo le hacía daño—, mis ráfagas de viento eran un simple soplo... de sus manos salió una neblina que me impactó... perdí la noción de todo lo que estaba alrededor. Mis ojos me ardía. —Gonzalo bajó su rostro apenado, mientras que Ignacio apretaba sus puños—. Lo siento, lo siento... No fui capaz de proteger a nadie.

—¡Ibra! —Aidan pusó su mano en el hombro—. Estás aquí con nosotros. No sé qué hubiera hecho si te hubieran... No puedes culparte, estabas solo. Todos te hemos visto pelear y eres un excelente.

—No, Aidan —le interrumpió—. No es cierto. Siempre tengo que ser rescatado, soy incapaz de pararme de frente y enfrentarlos como todos los demás. Soy una burla para mi Clan y para la Fraternitatem.

Ignacio no pudo evitar reírse, ganándose las miradas de reproche de los demás.

—¿Sabes qué es lo más patético? —dijo sin importarle las expresiones de rabia que los otros le dedicaban—. Patético es que te sientes aquí a quejarte porque no pudiste hacer más. ¿Qué podías haber hecho si no tienes control sobre su Donum?

—¡Ignacio! —le llamó Dominick, deseaba que se detuviera, pero el joven solo dio un paso hacia adelante.

—Patético hubiera sido que te mataran, dejándonos expuestos a todos. ¡Piensas como un perdedor, Primogénito de Sidus! Y eso te hace lucir más como una persona ultra patética.

—¡Ignacio! —le gritó Itzel, ante el asombro de Saskia.

Realmente su amiga estaba molesta.

—Si tu idea era hacernos sentir lastima por ti, pues créeme, lo has logrado con creces, solo necesito un helado para echarme a llorar. —Se atrevió a caminar aún más cerca de él—. ¿Y me imagino que mi hermano te salvó? —Se volvió a Gonzalo—. La próxima vez, por favor, ¡deja que le maten! —Dominick saltó pero Aidan le empujó, acción que sorprendió al joven Aurum, sin embargo no arremetió contra él, el rostro del chico de Ardere estaba sombrío—. ¡Piensas como un perdedor, Primogénito de Sidus! Estás ahí, echado como un completo inútil, quejándote como un idiota. —Dominick miró a Aidan pero este negó con la cabeza, gesto que hizo que Saskia e Itzel miraran en otra dirección—. ¿Acaso es más fácil pensar en eso o darte cuenta de que si no hubieses salido, sino te hubiesen encontrado fuera de la sede, hubieran acabado con todos los Primas? —Ibrahim subió su rostro—. Eres un maldito imbécil si piensas que tú eras el objetivo de esos tipos. Tú solo fuiste el comodín con el que no contaban, la sorpresa que impidió concretar sus planes. Si no hubieras estado aquí las puertas de emergencia no se hubieran cerrado.

Dominick, Saskia e Itzel miraron con temeridad a Ignacio. ¿Era cierto lo que acababa de decir?

—¡Cierto! —respondió Gonzalo, quien había estado viendo a otro lado—. Los hubieran matado a todos. Solo hubiera encontrado cadáveres. ¡Las puertas se cerraron para protegerte! Solo los sellos de los Primogénitos pueden activarlas por un periodo de doce horas.

—¿Por qué no estás ciego, Zalo? —le interrogó Maia.

—Mis flechas disiparon la neblina lo que me permitió acercarme. Luego tuve que invocar mi poder para que esta terminara de retroceder.

—¡Eres la propia loca! —le reclamó Ignacio—. Ni siquiera tienes control sobre el Magma y, ¿te atreves a invocarlo?

—¡Fue muy imprudente! —comentó Maia, ante la mirada desconcertada de los demás—. Pudiste volar todo el edificio.

—No tengo la fuerza para hacerlo.

—Aún no —le contestó Ignacio dándole un golpe en el hombro.

—¿Y ahora qué sigue? —quiso saber Saskia.

Antes de que cualquiera respondiera, una joven afrodescendiente de rostro ovalado, nariz perfilada y labios gruesos se presentó ante ellos.

—¡Buenas tardes, Primogénitos! ¡Guardianes! —Hizo un par de reverencias—. Sus Primas me envían por el Primogénito de Sidus y por el Segundo Custos de Ignis Fatuus.

Todos se vieron las caras. Ibrahim se levantó del pretil, Aidan le ayudó a caminar.

—Yo lo llevaré —le dijo Gonzalo, tomando de la mano. La colocó sobre su hombro—. Camina cerca de mí —le recomendó—, y no te tropezarás. ¡Soy bueno guiando invidentes!

Ibrahim sonrió.

—Espero que haya recuperado la confianza en sí mismo —comentó Maia, entretanto Aidan se paraba a su lado.

—¿Por qué lo dices? —quiso saber Dominick.

—Porque de lo contrario lo destruirán en el interrogatorio —le aseguró Ignacio, viéndolos marchar.



El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz