Tiempo de Navidad

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Entre los preparativos de Navidad y la pronta celebración del Solsticio, la casa Santamaría se llenó de colores y aromas decembrinos. Maia colocaba su mano cerca del arbolito para sentir el calor de las luces golpear con suavidad su palma. Gonzalo corrió a su lado, pidiéndole que abriera su boca para darle un poco de hallaca. La joven cerró sus ojos al sentir el guiso y el pernil degustados por su lengua: para ella la Navidad olía y sabía a hallaca.

—Están buenas, ¿no?

—¡Hum! ¿Ya las sirvieron?

—Están en eso.

—Creo que este veinticuatro tendremos la mejor cena de todo el año.

—Eso espero. Mi papá consiguió un pan de jamón que está divino.

—¡Ja, ja, ja!... Suena prometedor.

—Lo es. Ya verás cuando lo pruebes. Por cierto, ¿ya te entregaron el traje?

—Sí, ayer lo enviaron del atelier.

El extraño silencio de su prima le dio para pensar.

—¿Ocurre algo?

—No —mintió.

—¡Amina! Retiraré tu regalo del arbolito si no me dices la verdad.

—Han pasado cinco días desde que Aidan y yo hicimos en Absolute Officium, y desde ese entonces no he sabido nada más de él.

—¿Por qué tendrías que saber algo?

—Le di mi anillo.

—¿Le diste...? —gritó, pero ante la reacción de alarma de su prima bajó su tono de voz—. ¿Le diste el anillo? ¿Estás loca? ¿Ese bicho tiene siglos en nuestra familia?

—Lo sé, lo sé. Quizá fue una imprudencia. Prometo pedirselo la próxima vez que lo encuentre.

—Procura que sea mañana porque de lo contrario, mi tío te va a matar.

La tarde del veinte de diciembre estaba inusualmente fresca, por lo que Aidan e Ibrahim aprovecharon para hacer algunas compras de último momento en sus bicicletas

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La tarde del veinte de diciembre estaba inusualmente fresca, por lo que Aidan e Ibrahim aprovecharon para hacer algunas compras de último momento en sus bicicletas. Querían llegar lo más pronto posible a la parte alta de la avenida en donde se concentraban la mayor cantidad de locales, decidieron atravesar el parque del Malecón.

Ibrahim se había adelantado medio cuerpo, en cuanto entraron al parque. La brisa movía las copas de los árboles haciendo del momento una velada de lo más deseada. Aidan se levantó de su asiento para sentir el viento golpear su rostro cuando se percató de unas rejas verdes que estaban siendo soldadas sobre el pretil del Malecón.

Aidan no pudo evitar detenerse para observar con inconformidad lo que estaba ocurriendo. En cuanto Ibrahim se dio cuenta de que había continuado la marcha solo, optó por regresar, parándose a su lado.

—¿Qué están haciendo?

—Ponen barandas de protección después de que un loco se arrojó al mar.

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Where stories live. Discover now