Juntos

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Montado en su bicicleta, Aidan se dirigió al Malecón de Costa Azul. Allí le estaba esperando Ibrahim sentado en un banco de hierro, con un libro en la mano. Habían acordado terminar de leer Los Sufrimientos del Joven Werther juntos, dado a que no pudieron concluirlo durante el lapso por causa de uno que otro estudiante poco aficionado a la lectura. Aidan estacionó su bici detrás del banco del Malecón, recostándola de las palmeras que le daban sombra.

—¿Qué más, bro? —saludó, chocando las manos como solían hacer. Se quitó el morral de la espalda, para sentarse a su lado.

—Normal —contestó con desgano.

—¿No has sabes si Dominick vendrá?

—Bueno, esta mañana quedamos en que vendría.

—Entonces, no debe tardar en llegar. —Vio su reloj—. Aunque es un poco temprano.

—¿Cómo sigue Natalia?

—Mi papá me dijo que se encontraba mucho mejor.

—¿No has ido a verla?

—No. La verdad es que no quiero enviarle un mensaje erróneo.

—Tienes la razón, porque cuando se entere que fuiste a buscar la piedra con la que se salvaría, se volverá más loca de lo que está. Y, sinceramente, empieza a ser una molestia.

—¡Guao! —gritó, golpeando el hombro de su amigo—. ¡Mi amigo Ibrahim ha vuelto!

—Te he hecho falta, ¿verdad? —preguntó, entretanto Aidan arrojaba su brazo sobre sus hombros para atraerlo hacia él.

—¡Cómo no tienes idea!

—¿Sabes? Pensé que te estarías cortando las venas.

—Las depres me dan muy extraño. ¿Has sabido algo de Gonzalo?

—No —respondió acomodándose los lentes—. Desde que salieron de la casa de Luis Enrique no sé nada de él.

—¿Puedo llamarle?

—¡No! ¡Déjale! No me lo tome tan en serio.

—¡Hermano mío! Creo que deberíamos unirnos y acabar con esos rompecorazones de Ignis Fatuus.

Dominick apareció. Su actitud era un poco más relajada que la noche anterior, lo que Ibrahim agradeció, pues lo último que deseaba era una pelea entre los otros dos. Le dejaron en el medio. Dominick sacó el libro del maletín, colocándolo este último en el suelo, después de buscar el libro. Aidan, para dejar más espacio en el banco, puso su morral sobre sus piernas, y encima recostó sus manos sosteniendo el libro.

En completo silencio comenzaron a leer las últimas páginas del libro. Intentaban ir sincronizados, así recibirían las mismas impresiones. Mientras leía, Aidan no pudo evitar pensar en las actividades que hacía antes de que la lectura le llamara la atención: el diciembre pasado se había ido a surfear, a pesar de los regaños de su abuelo, quién se preocupaba por el aumento de la resaca y del oleaje a finales de año. 

Su vida había cambiado plenamente, su abuelo ya no estaba, Irina ya no ocupaba sus pensamientos, el surf y la música no eran las únicas actividades que le motivaban, la Hermandad pasó de ser una leyenda a un hecho real, y él formaba parte de ella, su círculo de amigo se incrementó. Se sentía dichoso, pese a no tener a Rafael ni a Amina en aquellos momentos.

—¡Ooooh! —gritaron los tres.

Aidan recogió las piernas, llevándose el puño a la boca, Ibrahim se tocó sus labios con la mano y Dominick se lanzó hacia atrás, golpeando su espalda con el respaldo del banco.

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora