Los Procedimientos de la Hermandad

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Aidan se colocó la bata para dormir. A causa de los viajes en el tiempo tenía que irse a la cama con un vestido, pero no todo era malo, el colchón era mucho más cómodo del que tenía en Costa Azul. 

Subió su vista al techo de la cama, observando con detenimiento el sello bordado de Ignis Fatuus; cada detalle de la cresta que coronaba el ave, su estilizada cola, las alas elegantemente plegadas. Cerró sus ojos, esa sería su última noche en la Aldea de Ackley. Lo único que deseaba era que la mañana del viernes no llegará tan rápido.

Pero la mañana llegó, más fría que de costumbre. Los rayos de sol atravesaban pesadamente los cristales del ventanal de su habitación. Abrió los ojos, acurrucándose entre las sábanas. Continuaba en la casa de Ackley.

Se sentó en el colchón, estrujándose los ojos, mientras el cabello le caía en la cara. Saltó de la cama, dirigiéndose a la jofaina para asearse. En ese momento deseó tener las comodidades de su baño. Sumergió las manos en el aguamanil, le era tan incómodo asearse de esa manera, pero debía acostumbrarse, pues no sabía cuánto tiempo estaría allí.

Se vistió con las ropas que Ackley le prestó. Tenían contexturas parecidas, por lo que la ropa le quedaba perfectamente bien. Entró en el comedor, Itzel se le había adelantado, la encontró probando una de las empanadas que la señora Ethel les había hecho.

La joven le sonrió, levantando su mano, en un claro gesto de bienvenida, sin dejar de comer. Al acercarse a la mesa, Ackley puso una mano en el hombro de Aidan a manera de saludo.

—Después de la comida nos reuniremos con mi Prima. Ellos les darán información referente a sus clases y a la recepción que tendrán de sus Primogénitos.

—Pensé que solo visitaríamos nuestros Clanes.

—Las Aldeas no están tan cerca como imaginan, señorita Mary. No podemos garantizarles el viaje ida y vuelta diariamente.

—Es cierto, Mary —recalcó Aidan, tomando algunas masas de la mesa—, te recuerdo que no se están viviendo tiempos de paz en la Fraternitatem Solem.

—Dice la verdad, caballero.

—Solo fue una idea. Me encuentro muy a gusto en esta casa y no me gustaría marchar de aquí. Además, se deben descartar todas las opciones.

—Les prometo, my lady, que si desea regresar a mi Clan, es bienvenida. La invitación se extiende para usted —le dijo a Aidan—. Pueden regresar cuando les apetezca, serán bien recibidos en mi casa. Espero que mantengan el contacto con nosotros y no nos olviden.

—No dudes que volveremos en cuanto termine nuestra visita —le aseguró Aidan—. Es un alivio saber que podemos regresar en caso de no ser recibidos por nuestros Clanes.

—No creo que no les reciban. Solo deben mostrar sus sello a sus Primogénitos y ellos se verán en la obligación de protegerlos y de ofrecerles una digna estadía.

—¿Lo harías con un Ignis Fatuus? —le preguntó Aidan.

—Lo haría aún mejor de lo que lo he hecho con ustedes —confesó tomando un poco de vino—. ¿Hay algún miembro de mi Clan en Las Indias? —Aquella pregunta hizo que Aidan e Itzel se miraran inconscientemente—. Lo pregunto porque tengo entendido que solo en esta parte del mundo existe mi Clan.

—¿Eso a qué se debe? —preguntó Itzel.

—Creo que deben indagar un poco en la historia, sé que lo harán en cuanto estén en sus Clanes... El Clan que más bajas ha tenido en enfrentamientos contra los Harusdra es el mío, lo que ha ocasionado que nuestra población haya mermado tanto, sin contar con el hecho de que procuramos no tener contacto con personas que no pertenezca a nuestro Clan.

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora