Presuntuosa

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La tarde había caído sobre Costa Azul. Antes de las cuatro, hora que comenzaba el juicio en contra de Ignis Fatuus, los cinco Primogénitos esperaban en los pretiles del estacionamiento la llegada de Maia y sus primos. Su entrada al recinto estaba terminantemente prohibida, aun así se les había convocado solo para asegurarse de que también aprenderían la lección.

—Pensé que asistirías —le dijo Ibrahim a Dominick—. Estabas presente cuando todo ocurrió.

—Mi Prima no vio conveniente que estuviera allí.

—¿Y eso? —quiso saber Saskia.

—Dicen que puedo causarle más problemas a Ignis Fatuus de lo que ya tienen encima.

Aidan le miró con resentimiento, ¿en serio no se había dado cuenta de que podrían condenarlos por lo que pasó? Al Prima de Ignis Fatuus no le importaba el resto de la Fraternitamen, estaban allí solo para asegurar la tranquilidad de su Clan y manejar a su Primogénita.

—¿Qué fue lo que hicieron? —preguntó Itzel—. Recibí la selfie de Gonzalo e Ignacio con uno de los hombres que nos atacó. ¡No sabes cuánto deseé estar allí!

—¡Debes verlos! —exclamó Dominick aún sorprendido—. Sencillamente, quedé sin aliento. Los tres se mueven como si fueran uno solo. ¡Fue una experiencia intimidante!

El carro Peagout de Leticia apareció en el estacionamiento. Los jóvenes se pusieron de pie, sabían que no podían acercarse a ellos: cuando un miembro de la Fraternitatem Solem iba a ser enjuiciado por la Coetum debía permanecer alejado de todo contacto humano.

Leticia fue la primera en bajar, iba con una blusa celeste y un pantalón de vestir blanco que hacían resaltar su piel.

Detrás de ella descendió Ignacio, luego de abrir una de las puertas traseras. Iba vestido con una polera negra, pantalones de mezclilla oscuros, su cabello estaba perfectamente peinado, y la seriedad de su rostro le hacía más llamativo a las féminas de lo que por sí ya era.

Gonzalo bajó después de él. Su vestimenta era parecida a su hermano en cuanto a la selección de la ropa y de los colores. Las mangas de su polera llegaban a sus codos, y el cuello panadero le hacía ver más alto de lo que era. Abrió la puerta por la que descendió Maia, su polera tenía corte asimétrico, llevaba el cabello recogido en un chongo, con algunos mechones sueltos. Desplegó su bastón y caminó en fila, entre Ignacio y Gonzalo.

Anonadados, los jóvenes contemplaron como estos pasaron por un lado de ellos sin saludarlos. Todos iban erguidos, la postura de su cuerpo indicaba que iban a luchar, parecían cazadores dispuestos a hacerse con su presa, en ellos no había rastros de miedo o temor. Sus semblantes eran fríos, inexpresivos, prestos a todo, inclusive a salir sin vida de aquel lugar.

No hubo palabras de aliento, ni sugerencias, ni abrazos para dar fortaleza, los tres desaparecieron detrás de Leticia entre los árboles y la naturaleza que le llevaban a la entrada del Auditorium. 

A los demás solo les quedó esperar, asombrados ante la solemnidad de sus amigos, esperando que pudieran salir bien parados de aquel ataque que su propio Prima les estaba propinando.

A los demás solo les quedó esperar, asombrados ante la solemnidad de sus amigos, esperando que pudieran salir bien parados de aquel ataque que su propio Prima les estaba propinando

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El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora