Acuerdo entre Clanes

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Aún era posible para Amina llegar temprano al salón de clases. Aidan y ella habían salido unos minutos antes con el propósito de despistar a Ignacio. Sabía muy bien que no podía seguir ocultándose por más tiempo de su primo, tenía que enfrentarlo, más deseaba que Gonzalo también estuviera presente.

Ellos no se opondrían, por lo menos no de la forma que sus padres o, inclusive, el mismo Prima lo haría, así que podía ser sincera con estos. Todavía tenía que correr el riesgo de que la delataran o convertirlos en sus cómplices. Ambas situaciones eran igual de inquietantes para ellas: la primera le transformaba en una enemiga, y en el caso de darse la segunda opción, podía ser descubierta por la Fraternitatem trayéndole graves consecuencias a sus primos, los cuales serían castigados con ella.

En los últimos dos meses había conocido muy bien cada rincón del colegio, podía recorrerlo con personas o sin ellas; se había adaptado a él, así como todos los miembros del instituto se habían adaptado a ella. El acoso de Irina había desaparecido con Griselle, esta ni siquiera perseguía a Dominick como lo hizo en el principio, y eso le daba un poco de paz.

Pensar que su vida no era del todo un caos le hizo descuidarse en su caminar. Un cuerpo macizo se llevó su hombro derecho, al punto de hacerla girar sobre su eje. En el proceso perdió el equilibrio, cayendo al suelo. Tuvo que meter su muñeca izquierda para amortiguar la caída, sintiendo nuevamente la punzada en su nervio medio. El dolor hizo que su rostro se contrajera. En mal momento le habían tirado.

—Lo siento. —Escuchó una voz varonil. Una mano grande y fuerte se posó en su brazo, apretándola ligeramente para levantarla—. Déjeme ayudarla. ¡En verdad, lo siento!

—No —titubeó, sintiéndose ligeramente mareada. El mareo no era producto del golpe, tampoco del malestar procedente de su mano—. No importa. —Aceptó la ayuda, lo menos que deseaba era ser pisada—. Fue solo un accidente.

—Lo siento... A veces soy un poco despistado. De verdad que me siento apenado.

Una presión fue creciendo en su pecho, dificultándole respirar. Supo de inmediato que su padecimiento era a causa de aquel sujeto, cuando se dio cuenta, sintió que su interior se deshilvanaba.

Aquel joven era alto, de contextura atlética, quizá no como Dominick pero si lo suficiente como para no pasar desapercibido. Tuvo que sonreírle, pues al parecer no tenía intenciones de marcharse.

—Está bien. De verdad —mintió—, sobreviviré a la caída.

—Déjeme acompañarla a su salón.

—No te preocupes.

—No, déjeme hacerlo, por favor. Déjeme remediar de alguna manera lo que he hecho.

Asintió. Él no iba a desistir en ofrecer su ayuda y ella solo quería terminar con aquella situación.

Tuvo que explicarle que debía colocar su mano izquierda sobre su hombro derecho, así le guiaría. El joven tomó su bastón. Ambos caminaron en silencio por los pasillos del instituto.

La sensación en su corazón no se iba, sentía la tentación de transformar sus iris así podría detectar la presencia de cualquier sello maligno, era la única explicación que tenía para lo que estaba sintiendo. No percibía el Sello de los otros Clanes alrededor de ellos. Había algo extraño en ese chico, adicionalmente, su léxico no era como el de los demás.

Su intuición le gritaba y exigía que no se confiara. El miedo comenzaba a apoderarse de su ser, por lo que se preguntó en cuál universo paralelo estarían Ignacio y Aidan. Podía defenderse sin su guardián, aunque quizá el dolor de sus muñecas limitase un poco su acción, en todo caso lo comprobaría llegado el momento.

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora