Sin Miedo

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Los non desiderabilias no tenían intenciones de matarlas, pues en cuanto el campo de protección se extendió sobre las Primogénitas y los niños, se marcharon. Unos miembros de Astrum que habían escuchado los gritos se acercaron, encontrando a Saskia y a los demás inconscientes. No tardaron en avisar a la Fraternitatem Solem.

La noticia del ataque llegó hasta los Primogénitos.

La primera reacción de los Prima fue mantenerlos alejados, pero Dominick, Aidan, Maia y sus guardianes podían desplazarse con normalidad, por lo que se dirigieron a la playa en la noche para conversar con Ibrahim y Saskia por video llamada, ya que las condiciones de Itzel no eran muy óptimas.

Dominick y Aidan esperaban cerca de una palmera. El primero mirando al horizonte y el segundo abría un hueco en la arena con su pie. No se habían dicho palabra alguna desde que llegaron al lugar, apenas un saludo gestual, mucho más corto que el que Aidan acostumbraba a hacer con Ibrahim.

El carro Peugeot de Leticia se estacionó, tan de repente que los cauchos chirriaron. De él descendieron los tres miembros de Ignis Fatuus, iban vestidos de negro. Últimamente se estaba haciendo común verles así. Ignacio llevaba en su mano una tablet, y Gonzalo ayudaba a su prima a desplazarse hasta donde estaba el resto de la mermada Hermandad.

—Si el plan de los non desiderabilias era disminuir nuestro grupo, hay que felicitarlos porque lo están logrando —comentó Gonzalo, pero nadie se rió de su comentario.

—Primogénito de Ardere, por favor, llame al Primogénito de Sidus. Yo me encargaré de entrar en contacto con la Primogénita de Astrum.

—¿Qué fue lo que pasó? —quiso saber Dominick.

—Al parecer las atacaron en la calle. Nadie sabe muy bien lo que ocurrió —comentó Aidan, mientras era atendido por Ibrahim—. ¡Hermano! ¿Cómo estás?

—Aquí, estresado con lo que está pasando. Sabes que no puede ver, ¿verdad?

—Sí, lo sé.

—Entonces, una llamada era suficiente.

—Quizá tú no veas pero los demás sí —le respondió Gonzalo.

—¡Lo siento! —contestó sonrojándose, mientras que en la tablet aparecía el rostro de Saskia.

—¿Qué pasó? —Saltó Dominick.

—Estoy bien, gracias por preguntar. Aún no he muerto —contestó. Estaba acostada en su cama, de su brazo salía una vía que iba hasta un perchero—. Saben que si nos cachan hablando tendremos serios problemas.

—Problemas tendremos si seguimos ajenos a lo que ocurre a nuestro alrededor —le aseguró Ignacio—. Necesitamos saberlo todo, Primogénita de Astrum. En estos momentos, cualquiera puede ser la próxima víctima.

—Bien, íbamos a mi casa, nos detuvimos a comprar hamburguesas cuando fuimos interceptados por cinco sujetos, tres eran mujeres. No tendrían más de veinte años.

—Es bueno saber que los Harusdra aún no sacan la artillería pesada —confesó Gonzalo, creando zozobra entre los presentes—. ¿Qué? —les preguntó—. ¿Acaso no lo sabían?

—¿Qué más ocurrió? —intervino Maia. Su voz era la más calmada del grupo.

—Pues una de ellas, una chica asiática hizo que Loren volara por los cielos. Cayó sobre Itzel y, después de eso no tengo una secuencia exacta de lo que ocurrió. Sé que le hicimos frente, aunque dos de ellos jamás entraron en el duelo, solo se quedaron observando. Uno era un chico fornido como Dominick, de corte moderno, estaba tan relajado que pensé que aquello solo era un juego para él.

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Where stories live. Discover now