Un Tormentoso Momento

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Eran las dos de la tarde cuando Ibrahim salió hacia el Auditorio de Astrum. Un par de días atrás su Prima le pidió a su mamá un listado del Populo que se había presentado luego de que los sellos aparecieran. No solo lo habían pedido digitalmente sino que también lo querían en físico. Sabrina iba a entregarlo pero se vio afectada por una gripe muy fuerte, por lo que le encomendó la tarea a Ibrahim, a fin de cuentas él era el Portadordel Sello.

Desde que llegó, Ibrahim contempló con asombro y orgullo los rosales: las amarillas de Ardere insinuando la alegría del Clan, las anaranjadas de Lumen, llenas de la magnanimidad y sabiduría, las rojas símbolo del amor del Sidus por la Fraternitatem, de su entrega sin reservas, las blancas de Aurum siempre fieles a su misión, las rosadas de Sidus, muestra de su amistad y equidad y, las rosas negras de Ignis Fatuus traídas desde Turquía y cuidadas con esmero, símbolo de la muerte, el sacrificio y el renacimiento, aunque Ibrahim se creía que el color fue escogido adrede, dado a que toda la Hermandad pensaba que habían desaparecido de la faz de la tierra.

El paseo de palmas y la frescura de los jardines le hizo sentirse en casa. Caminó por la acera de granito pulido entrando al edificio. Se deslumbró con las blancas paredes, con la pulcritud del lugar. Una joven trigueña, la misma que había atendido a Susana en el caso de Saskia, salió a su encuentro.

—¡Buenas tardes, joven! ¿En qué le podemos ayudar?

—¡Buenas tardes! —respondió Ibrahim sacando de su bolso la carpeta—. Señorita, tengo una entrevista con la señora Molina de Sidus para entregarle los recaudos que le pidió a mi mamá.

—Espere un momento, por favor —le contestó tomando el teléfono para comunicarse con la oficina de Sidus. Ibrahim contempló los tallos de bambú que estaban colocando en una de las esquinas donde antes estaban las palmas de jardín—. Puede acceder a la oficina número 53, tome el segundo pasillo a mano derecha, al final del mismo le recibirán.

Ibrahim asintió. Se detuvo frente a la puerta de vidrio, la cual se abrió automáticamente. El pasillo se le antojó mucho más frío que el recibidor, y aún más silencioso.

El camino que llevaba a la oficina tenía paredes blancas y muy esporádicamente su mirada se iba en los cuadros cuyos óleos reflejaban algunas escenas históricas de la Fraternitatem. No pudo evitar que su cuerpo se erizara pensando que quizá, algún día, ellos también estarían retratados en todas las oficinas de la Fraternitatem.

Cruzó a la derecha en el segundo pasillo como le habían indicado. No notó cambio alguno en la decoración, en referencia al pasillo principal. Caminó hasta el final girando hacia la puerta a mano izquierda. Sobre ella tenía un cartel en letras doradas que rezaba: «Oficina 53. Recursos Humanos de Sidus».

Tuvo que pararse entre dos láminas platinadas las cuales parecían, en conjunto, dos detectores de metales. Frente a él había una puerta de cristal a través de la cual se podía observar un amplio despacho alfombrado en rojo que contrastaba con la blancura del sitio. Había una joven detrás de un amplio escritorio y varias personas sentadas a la espera de ser recibidos.

Volteó su mirada a las láminas, en cuanto un murmullo comenzó a salir de estas. Asombrado vio cómo las mismas se traslucía en tonalidades tornasoles. Anonadado, no se dio cuenta de que su sello comenzó a resplandecer haciendo que la puerta se abriera. Dio un paso para entrar en la oficina, algo molesto por tener marcado el sello en su mejilla, sin embargo el disgusto se convirtió en vergüenza al descubrir que todos se habían puesto de pie para hacerle una reverencia.

Ibrahim deseó ser tragado la alfombra y que lo fuera a vomitar a la China. Con una timidez muy propia de él, se acomodó los lentes dirigiéndose a la joven, quien le sonreía con extremada amabilidad.

—¡Buenas! —saludó—. Vengo a entregar unos recaudos.

—¡Buenas tardes, estimado Primogénito! En un momento le hago pasar. —Tomó el teléfono para llamar a la señora Molina.

Dando un vistazo a su alrededor, pudo contemplar que habían aproximadamente trece personas esperando. Una vez más se sonrojó.

—Puedo esperar.

—La señora Molina dice que puede entrar.

—Lo siento —le dijo a las personas que le miraban y cuchicheaban maravillados ante su presencia, cual si fuera algún ídolo del momento.

Dio tres pasos hacia atrás, levantó su mano escondiendo su rostro, y prácticamente, corrió a refugiarse en la oficina de la señora Molina.

Dio tres pasos hacia atrás, levantó su mano escondiendo su rostro, y prácticamente, corrió a refugiarse en la oficina de la señora Molina

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Julia Molina era baja de tamaño, un tanto regordeta pero con un rostro que inspiraba amabilidad. Su piel de un hermoso tono canela le restaba edad. Su cabello castaño iba estilizado en un corte bob corto. La señora le hizo una reverencia, invitándole a sentarse en una cómoda silla. Ibrahim por poco se tropieza al sentarse. Aún no superaba la escena del recibidor.

—Es un placer tenerlo aquí, Primogénito de Sidus.

Ibrahim intentó esbozar una sonrisa. Rápidamente le tendió la carpeta, lo único que deseaba era marcharse de aquel lugar. Pero la señora Molina no se lo hizo tan fácil. Pronto comenzó a hablar sobre lo que esperaba el Prima de su Primogénito, de la importancia de que Sidus se fortaleciera ante la Fraternitatem, ganando un respeto que por años había estado en manos de Aurum y de Lumen, y otros asuntos que Ibrahim no alcanzó a oír.

Sus cinco minutos se convirtieron en media hora, y después de que la señora lo apapachara un par de veces le permitió marcharse.

Una vez fuera de la oficina, Ibrahim se preguntó si no había estado mejor en la sala estar que adentro, pero tampoco juzgó conveniente seguir en aquella sala en donde lo único que faltaba era que alguien saliera con una servilleta a exigir un autógrafo que no estaba dispuesto a dar.

Se aferró a su bolso, levantó la mano y se marchó de aquel lugar. A él le hacía falta la seguridad de Dominick, la actitud "anti-parabólica" de Aidan y la simpatía de Gonzalo, sin contar con la superioridad que proyectaba Ignacio. Pensando en su desafortunada actuación frente a su Populo y una parte de su Prima, salió del edificio, sintiendo el calor de la calle golpear su rostro y tuvo la sensación de que todo estaría bien. Ya había pasado la prueba.

Cruzó a mano derecha, dirigiéndose a los jardines y a la estatua de la Dama de Astrum cuando una explosión detrás de él le hizo tambalearse.

No le quedó más remedio que correr hacia el edificio, de donde provenían aterradores gritos. El bolso se le cayó a medio camino, y pronto se vio impactado por una pared invisible que le golpeó, tirándolo al suelo. Se acomodó los lentes, parándose rápidamente. Con dos movimiento de sus manos hizo que un viento, tan suave como la brisa, salieran disparadas hacia la pared. Se lamentó por no conocer ni haber practicado lo suficiente con su Donum pero ese no era un momento para quejarse.

—¡Vaya, vaya! —dijo una joven menuda con la mascarilla de porcelana sobre su rostro, dirigiéndose hacia él, pasando a través de dos hombres más fornidos que Dominick—. No sabía que el Primogénito de Sidus fuera tan débil.

La joven movió sus brazos cual si fueran serpientes, soplando a su alrededor. Una neblina amarilla se apoderó del lugar. Lo último que Ibrahim vio fue el dragón negro moverse en el hombro de la chica, indicándole que era descendiente del Clan Aurum.

Extrañamente su cuerpo no se desvaneció, pero él había perdido contacto con el exterior. Le habían dejado ciego. 

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Where stories live. Discover now