Sangre de Lumen, Sangre de Ignis Fatuus

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Turbado, no dejaba de contemplarla. Allí, dormida entre las sábanas, se le antojaba tan débil, tan frágil. Era una Ignis Fatuus, su pacífico Clan podía convertirse en un pueblo letal, esa herencia corría por sus venas, mas ello no era garantía de que jamás saldría lastimada, ni de que sus primos, por mucho que la quisieran y por todo el empeño que emplearan para defenderla, fueran infalibles en su deber con ella.

Amina se volteó, continuaba dormida. Su rostro se le antojó adolorido. Acarició sutilmente los mechones que cruzaban por su faz.

Ella se había convertido en lo más preciado en su vida. Recordó aquella vez que, sorprendido por sus afectos, habló con su abuelo sobre sus intenciones con Irina y con ella. Los sentimientos de aquel Aidan jamás podían ser comparados con el del Aidan actual.

¡Cómo habían cambiado! ¡Cuánto habían crecido! Cada día Maia era, un poco más, parte de su ser, de su cuerpo, de su alma. Un órgano vital que habitaba fuera de él, pero del cual no podía prescindir. No pensaba que podría morir de amor, jamás llegaría a ese tipo de cursilerías, pero si era consciente de que estaba dispuesto a sacrificar su vida por ella.

Cuidadosamente tomó la mano que sobresalía de la cama, dándole un límpido beso. La observó por última vez, sonriendo: parecía un ángel sumido en dulces sueños. Consolándose con su imagen, y sujetando su meñique con el propio, se recostó de nuevo en el colchón inflable.

El cuarto le parecía tan claro que, por más que lo intentó, no podía conciliar el sueño. Con la mirada puesta en el techo, evocó el momento en que los Ignis Fatuus llegaron a la casa de Saskia ataviados de negros, con extrañas botas y chaquetas cuyas capuchas llevaban abajo. Se estremeció al recordar aquella escena: sus rostros lucían un tanto demacrados, pero el habitual júbilo de Gonzalo le hizo ignorar cada detalle que ahora rememoraba.

Mas el estremecimiento de su cuerpo no pudo ser comparado con el pinchazo que sintió en su corazón al caer en cuenta de que Amina no le había contado nada. Quizás para ella, el hecho de pasarse el día con sus primos fue algo tan insignificante que ni siquiera se explayo en el tema, apenas si lo mencionó.

En ese instante, los nervios, la angustia y el mal presentimiento comenzaron a congregarse en la mente de Aidan. Tuvo un natural impulso de ir a despertar a Gonzalo, le exigiría una explicación,pues no encontraría paz hasta conocer la causa de los moretones de Maia. Pero lo que su corazón y su alma le animaban a hacer, no lo pudo terminar de concretar. Finalmente, el cansancio jugó en su contra, la pesadez de su cuerpo se manifestó, quedándose dormido sin darse cuenta.

Ya no era el Aidan en pantalones deportivos y franela que había salido de su casa para dormir en la casa de su amada, era el Aidan de jubón, capote y gregüescos, quien se encontraba frente a una Evengeline que se iba desvaneciendo ante él.

Su reacción fue meter sus brazos, dejando que la joven cayera entre ellos. No era muy pesada. Sintió su suave cabello sobre su piel. Ella era tan blanca que parecía refulgir con la luz del sol.

Pensó en gritar para llamar a su padre, mas no era persona de armar un escándalo por situaciones de emergencia que podía solventar. Se inclinó un poco, para acomodar a la chica entre sus brazos, sostuvo sus piernas, tomando impulso para que su cuerpo se acoplara a sus brazos. Caminó hacia la casa, teniendo cuidado, pues la amplia falda no le permitía tener una zancada mayor a la que por lo general tenía. Evengeline no era tan ligera de peso como él pensó.

Se inclinó para levantarla un poco más alto, necesitaba subir el par de escaleras que le llevaban a la puerta de entrada. Una vez allí, se puso de espaldas a esta para golpearla con el tacón del zapato. Los golpes atrajeron la atención de los habitantes del hogar, quienes no repararon en acudir, temerosos, a la llamada que se le estaba haciendo.

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Where stories live. Discover now