Presión

192 32 9
                                    

La luna había ocupado su lugar en el cielo, mientras Ibrahim se detenía frente a la ventana de la cocina para observar a su madre regar las plantas del pequeño jardín. Tomó un poco de jugo pensando en el cuidado que su madre tenía con las rosas, era más especial con ellas. Le recordó a Aidan. De cierta forma su relación había madurado. Él ya no sentía la necesidad de seguirle, de llamar su atención de la forma como normalmente lo hacía, y sin embargo le sentía más cercano.

Había comprendido que, como su madre, él cuidaba más de Maia que de cualquier persona; su amor por ella llegaba al extremo de someterse a terribles torturas solo por estar con ella. ¡Hasta se enfrentó a Ignacio! Pero detrás de esa conversación había algo más, pues la límpida mirada y la encantadora sonrisa que su amigo solía exhibirse se había teñido de oscuridad, extendiéndose como sombra maligna sobre su corazón. Tomó su celular, para repicarle.

—¡Hey, mi pana! ¿Cómo estás?

—¿Qué más bro? ¿Estás sólo?

—Acabo de llegar de la casa de Itzel.

—¿De la casa de Itzel?

—Sí, mi casa estaba abarrotada de gente. Ya sabes que a veces prefiero tener un poco de soledad y es algo incomodo llegar agotado a casa y tener que fingir que estás entretenido en conversaciones que realmente no te importan, así que pensé...

—Pensaste en ir a la casa de Itzel. ¿Y dónde quedó todo aquello de la amistad?

—No te pongas así —le reclamó—. Pasé toda la tarde contigo. Ir a comer a tu casa era como mucho.

—Un poco más y me insultas —se quejó—. Pero, bueno, tú sabrás. De todas maneras sigues siendo bienvenido en mi hogar.

—Lo sé. Siempre serás mi mejor amigo —hizo un breve silencio—. ¿Por qué siempre me haces decir cosas tan cursis? —Se estremeció, escuchando la carcajada de Ibrahim del otro lado.

—Quizá te contagié y te estás transformando en gay.

—¡Sí, y tal! Como si fuera posible.

—Bien, bien, no me burlare de mí mismo. Oye, me quedé pensando en tu conversación con Ignacio. —Del otro lado del teléfono se hizo un incómodo silencio—. ¿Sigues allí?

—Sí, aquí estoy.

—Entonces, no te fue tan bien.

—La verdad es que tampoco me fue mal.

—¿Pero...?

—No lo sé. Fue algo así como un sí pero no, ¿me entiendes?

—¡Claro! Puedes andar con ella pero no debes hacerlo.

—¡Exacto!

—Sin embargo, no creo que eso te quite el sueño.

—Tienes razón, pero —hizo una pausa—, sé que él no se meterá conmigo,ni será una amenaza para ella. Me dejó muy claro que si lo nuestro llegaba a ser descubierto, a ella podrían pasarle muchas cosas malas, y eso no me agradó.

—¿Y hablaste con algún adulto al respecto?

—¿Cómo crees? Será para que me den un sermón y vayan a contarlo a alguien más.

—Tu papá no te acusará.

—Hace unos días atrás, papá me dijo que lo mejor que podía hacer era alejarme de ella. Eso hizo que automáticamente lo tachara como persona no confiable. A la otra persona que le puedo preguntar es a la mamá de Itzel, pero me da como corte.

—La sra. Susana puede aclararte todas tus dudas. Podrías disfrazar la verdad para que no sospechen de ti, ni de Maia.

—Ella no es estúpida, ¿sabes?

—Lo sé, pero tampoco nos quiere mal. Por lo menos, no irá a entregarte como lo haría la madre de Saskia o ponerse histérica en el caso de la mía.

—Tienes toda la razón. Si me animo este fin de semana le preguntaré.

—¿Y la has visto?

—¿A quién?

—¿A Maia?

—Hoy no. Estaba por llamarla cuando me repicaste. ¿Por?

—Por nada, pensé que habías pasado por su casa.

—Sabes que tenemos prohibido hasta asomarnos en la cuadra.

—¿Y desde cuándo te detienes por prohibiciones?

—Tienes razón, pero sería un descaro si me aparezco a plena luz del día.

—¡Aidan! —le gritó.

—¿Qué?

—¿La has visitado de noche?

—¡No hemos hecho nada! —le contestó—. Aún...

—Es decir que piensas...

—No pienso nada. ¡Tú fuiste el primero que pensaste!

—Hablaremos abiertamente de sexo o qué.

—No hablaré contigo de eso. ¿Es en serio? ¿Acaso quieres que nuestros sellos le griten a todo el Prima de que hemos estado juntos?

—¿De qué hablas?

—De nada... Creo que comí de más en la casa de Itzel. Te veo mañana en el colegio.

—Nos vemos mañana. ¡Pórtate bien!

—¡Lo haré!

Ibrahim sonrió, colgando la llamada. Se sentía orgulloso del autocontrol de su amigo y de su sinceridad para responder, aun cuando no pudo preguntarle lo que quería saber.

Pensando en agradecer a su madre por el detalle de llevarle a la modista para alistar el vestido que luciría el día del Solsticio, Saskia hizo algunas panquecas con forma de corazón, mientras Soledad tomaba una ducha

Oops! Această imagine nu respectă Ghidul de Conținut. Pentru a continua publicarea, te rugăm să înlături imaginea sau să încarci o altă imagine.

Pensando en agradecer a su madre por el detalle de llevarle a la modista para alistar el vestido que luciría el día del Solsticio, Saskia hizo algunas panquecas con forma de corazón, mientras Soledad tomaba una ducha. Esmerada en su tarea, Saskia esperaba con ilusión la grata sorpresa que se llevaría su mamá.

La emoción de preparar una cena especial hizo que se olvidara de ponerse las alohas, por lo que andaba descalza en la cocina. Sacó la leche, los huevos, la harina todo uso y el azúcar. Hizo la mezcla agregándole una pizca de sal. Prendió el sartén, cuando estuvo caliente, colocó un poco de mantequilla en él, vertiendo la mezcla. En cuanto el panqueque salía del sartén lo colocaba en la tabla y con un molde le daba forma. Los arregló en el plato, frente a ellos colocó un poco de queso y mantequilla para que Soledad las untará.

Su madre salió del baño. Saskia la vio dirigirse a su habitación, y unos instantes después se acercó a la cocina, con la nariz levantada en señal de haber captado un aroma.

—¿Qué es esto? —preguntó viendo el plato.

—Hice un poco de panqueca para la cena, como agradecimiento...

—¡Estás loca! —le gritó interrumpiéndola—. ¿Cómo crees que voy a comer esta porquería? —Agarró la panqueca y se la arrojó al pecho—. ¡Guácala! Mi mano se ha llenado de grasa. ¿Acaso quieres que me vea gorda como ballena el día del Solsticio? —Saskia tenía las manos entre su pecho y su estómago, en su rostro había una clara mezcla de tristeza y miedo; todo su esfuerzo había sido en vano, su madre estaba molesta y no tenía ni idea de cómo mirarla—. Harías bien en no comer esa porquería. ¡Bótala! —le ordenó—. Y ve a dormir sin cenar, a ver si así logras adelgazar unos cuantos kilos.

Dio la media vuelta y se fue. Saskia espero escuchar el clip de la puerta al cerrarse, para tirarse al suelo a llorar. No podía comprender qué era lo que le había hecho para que su mamá le tratase tan mal.



El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum