Fuga a la Playa

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El aroma de playa bañó todos los sentidos de Maia, quien arrojando su maletín, se deshizo de sus zapatillas y se echó corriendo al mar. En cuanto el agua tibia tocó su cálida piel, saltó de la emoción. 

Aidan la contemplaba mientras desataba las trenzas de sus zapatos deportivos. En aquel momento, recordó a la perdida jovencita que, semanas atrás, había jugado temerosa en la misma orilla y se había refugiado en sus brazos. ¡Cuánto había pasado desde entonces!

Se acercó con cautela hasta estar a un metro de la chica. A su mente acudieron tantos recuerdos que tuvo miedo de que aquello no fuese más que una de esas visiones que se presentaban en su sueño, y que solo el despertar le hacía comprender que había sido transportado a un pasado o un futuro que no podía interpretar. 

Maia se detuvo, con el rostro fijo en el horizonte.

—¿Qué hay más allá? —le preguntó.

—Una línea dibujada por el mar. Quizás alguna isla, otro continente, y así hasta que vuelves a dar con nosotros, aquí de pie ante el océano.

—Un mundo redondo en un tiempo que se antoja como una línea recta. —Volvió su rostro hacia él—. Creo que contigo el Donum de Clarividencia dio un salto —confesó risueña.

—Quizá, pero aún conservó los sentimientos más puro que un Ardere puede tener.

—Te diré lo que tus sentidos no pueden percibir —confesó. Él la miró con preocupación—. La Fraternitatem está reunida en este momento.

—¿La Hermandad? —preguntó incrédulo.

No era posible hablar sobre una Hermandad si uno de los Clanes se negaba a aceptar el vínculo sobrenatural que les unía.

—Sí, la Fraternitatem Solem. Mi Clan ha aceptado renovar los lazos fraternos que nos unen y combatir de su lado para derrotar a los non desiderabilias.

—¡Eso es maravilloso! —exclamó, tomándola de los hombros.

—Sí, lo es —le respondió sin mucho entusiasmo—. Desde hoy estaremos unidos como hermanos.

Aidan iba a responder lo genial que eso sería, nadie los separaría, pero cayó en cuenta de que el significado de la palabra "hermanos" sería literal: él nunca podría tener ningún tipo de relación sentimental con ella. Estaba prohibido.

—Es parte del acuerdo al que llegué con mis padres; ellos debían volver a la Fraternitatem y yo...

—Y tú te separarías de mí —la interrumpió—. Definitivamente, esto no es un sueño, porque si lo fuese me hubiera despertado ya —contestó, separándose de ella.

—Aodh —susurró—, sé que fue una estupidez, pero no había otra solución. Mis padres querían volver a Maracaibo o establecernos en San Cristóbal.

—Y cruzarían la frontera si me acercaba —se burló.

—Pensé que lo entenderías.

—Mi abuelo me dijo que lucharías por nuestro amor, tanto como yo estoy dispuesto a hacerlo.

—La muerte de tu abuelo cambió muchas cosas.

—¡Claro que las cambio! Mi casa está más triste, y ahora mi vida comienza a vaciarse por completo. Creo que nada más me puede pasar.

—Lamento mucho no ser una Ardere, y todavía más, pertenecer a Ignis Fatuus —confesó cabizbaja.

—No, no, no. —Se acercó a ella, lo menos que deseaba era lastimarla—. Amina, sabes que te quiero por encima de nuestros Clanes, de nuestros Dones —confesó, acariciando su suave rostro, se sentía tan tibio al contacto con sus manos.

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora