Prima vs. Prima

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Solo había dormido un par de horas, más sentía como que había estado acostado por toda la eternidad. Escribir aquella carta dio descanso a su corazón.

Se levantó, dejando a un lado su camisón para comenzar con la complicada rutina de vestirse. Escogió un jubón y unos gregüescos de un azul grisáceo, o eso le pareció, salió de la alcoba acomodándose las mangas. Había dejado el cuello en la habitación, ya que le resultaba incómodo e innecesario.

En la sala se cruzó con Ackley quien contemplaba el cuadro de Monica. Se detuvo a acompañarle, comparándolo con la chica: el Phoenix de su frente resplandecía con luz propia.

—El Primogénito siempre eleva la dignidad del Sello del otro —murmuró.

—¿A qué te refieres?

—Cuando este cuadro fue bordado se decía que Monica había unido su vida a otro guerrero. —Aidan miró el cuadro, recordando la historia que Itzel le había contado—. Mas cuando contemplo su Sello no encuentro distinción alguna de una unión extraordinaria. —Volteó sus avellanados ojos hacia Aidan—. Se decía que se había unido al hijo de un Prima, lo cual significaba que su esposo sería miembro del Prima, heredando lo que era de su padre, pero el Sello de ese vástago de Prima no exhibiría su color plateado frente al resto de la Fraternitatem. Su Sello se revestiría de un dorado menos tenue, pues su alma estaba unida a la de una Primogénita. Sin embargo, ¿qué ocurriría con el Sello de ella? Su marca siguió igual. Antes de que los argumentos se convirtieran en Leyes, los miembros de la Fraternitatem solían casarse entre sí, inclusive en la historia de nuestra Hermandad, algunos magnos Primogénitos se mezclaron con miembros de otros Clanes, haciendo que la descendencia adquiriera el Sello Real de los Primogénitos, mientras que este continuaba con su Sello incorruptible. Es por eso que el Primogénito lo aporta todo y no recibe nada a cambio.

—¿Quieres llevar el sello de otro Clan?

—¡Nooo! ¡Por el olmo! Eso sería una locura. Amo mi sello más de lo que merece ser amado y no le ligaría a ningún otro!

—Entonces, ¿adónde van tus reflexiones? Porque al parecer has pensado mucho en ellas.

—Las he pensado por ti. He pensado en tus sentimientos por la otra Primogénita y lo que le ocurrirá a tu Sello si te unes a ella.

—¿Qué le pasará a mi Sello? —preguntó.

—Se tornará en un blanco tornasol, o al menos eso es lo que dicen las Crónicas del Séptimo Clan. Llevarás el Sello de la Primogénita en un dorado tan perfecto como el de ella. Luego, el Sello más poderoso hará lo suyo y consumirá cada marca del Populo, y los seis Clanes pasarán a ser cinco.

—Piensas en tu pueblo antes que en todo lo demás, y eso es loable. Pero creo que no estás en capacidad de comprender mis sentimientos, por lo menos no aún.

Ackley se volteó a verlo con cierta inquietud en su rostro. Era la primera vez que Aidan dejaba su timidez a un lado.

—Yo pienso en mi gente, y ella piensa en la suya. Es allí cuando te preguntas ¿realmente vale la pena el sacrificio? Sí, no me mires como si no supiera nada de sacrificios porque los entiendes perfectamente. Es allí, justo en ese punto, en donde comienzas a pensar racionalmente, comprendiendo que te debes a la Fraternitatem por completo y en consecuencia, te desangras, hiriendo tu propio corazón. Incluso, te atreves a besar otros labios anhelando los que no puedes tener, y llegas a consumir tus caricias en otra piel que no deseas tocar. Al final del día, terminas asumiendo que eres un maldito adicto de la versión original y corres a su encuentro sin importar que te maten en el camino. Nunca llegas a temer por tu vida como temes por la de ella, y terminas convertido en un juguete del destino. Maldices por tener un Sello que no pediste o porque el objeto de tu amor es tan sagrado que te vuelves indigno de ella en todos los sentidos. Tienes que alejarla, y lo haces, la alejas... Solo para darte cuenta de que has puesto un puñal en la boca de tu estómago, en dirección al corazón y que cada día lo empujas más y más contra tu carne. Pero, ¡sopresa! No mueres, solo agonizas, agonizas con una estocada mortal que jamás podrá arrebatarte la vida, transformándote en un muerto viviente, en una persona que come, respira, camina, aparenta amar pero que realmente está vacío. —Su rostro estaba compungido. Las lágrimas amenazaban con salir. Se llevó las manos a la cintura intentando mantener la respiración para controlarse—. Todas las noches de mi maldita existencia corro a su cuarto, corro hacia ella. Me he vuelto un autómata, y perdona si no entiendes lo que significa ser un autómata, pero el día en que te enamores comprenderás lo que es perderte en ti mismo. Las personas que están a tu alrededor, aun sabiendo que no eres feliz, se convencen de lo contrario, tu vida se vuelve en un vulgar infierno. Y, con todo y eso, es una existencia soportable, hasta que aparece la amenaza de que un desgraciado se gane sus besos, sus caricias, sus palabras de amor, entonces, la agonía se renueva minuto a minuto. ¿Mi Sello? ¿Mi Clan? ¿La Fraternitatem Solem? ¡Nada de eso te satisface! La misión termina siendo una carga, un yunque que odias como a ti mismo, que te ahoga, pero te deja vivir. Mas podría encontrar satisfacción en saber que por lo menos ella sigue con vida. Finalmente, aceptas que ningún esfuerzo hecho por conservar su vida rendirá frutos, y ruegas para que ella no odie su existencia como tú odias la tuya.

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Where stories live. Discover now