Ante la Prueba

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—¿Qué dices? —le gritó Dominick.

—¿Acaso estás insinuando que no puedes hacerlo? —le interpeló Saskia—. Entonces, ¿qué fue lo que vimos allá?

—Ni siquiera sé si Amina es capaz de hacerlo. Entre nosotros es otra cosa. Somos el mismo Donum, pero...

—Por lo visto han perdido, por lo que procedemos a cobrar nuestra recompensa —le contestó Louis.

Con un suave movimiento de su mano, del suelo húmedo comenzaron a surgir gotas de agua. Todas ellas se unieron, formando una lanza puntiaguda, tan mortal como el acero, aun cuando la misma no se había solidificado.

—¡Espera, pana! Yo no he dicho que no lo haré —le aclaró.

—¿Qué haces? —le dijo Aidan, dirigiéndose a él.

El arco desapareció de la mano de Gonzalo, entretanto Aidan le tomaba por las solapas del cardigan. La forma en que le agarró no era una expresión de rabia, sino un acto de desesperación.

—Voy a intentarlo —le susurró.

—No voy a permitir que te sacrifiques. Debe de haber una forma de volver.

—Aidan, estaré bien. —Le sonrió.

—No, no voy a permitir que mueras aquí. Serás el primero a quien matarán.

—Creo que hay más probabilidades que yo salga vivo que todos ustedes —respondió—. Además no creo que vivir en este siglo sea tan malo. Claro si nos saltamos la parte en que todo arde.

—¡No, Gonzalo, no! —Le abrazó.

—¡Aodh! —respondió a su abrazo—. Eres un sujeto genial, pero a veces escuchas demasiado a tus voces del pasado. —Le tomó por los hombros, para verlo fijamente a sus ojos verdes—. No escuches al llorón de Dominick, tú todavía posees algo que él no puede tener.

Aidan miró rápidamente a Dominick. Sabía que se estaba refiriendo al corazón de Amina.

—Y esto será un poco complicado —le contestó, en cuanto el chico le volvió a observar—, pero si no salgo de esta, y llegas a sobrevivir a la venganza de mi hermano, tienes que prometerme que cuidarás de mi prima, sin importar que Arrieta esté por el miedo.

—Te lo prometo.

—¡Bien! —Movió los hombros—. Me has quitado un peso de encima, aunque creo que Ignacio te matará.

—Esperamos por ti, Ignis Fatuus —le llamó Andrew.

—Pana, es bueno saber que hablas. —Levantó su dedo índice—. Pero, aún tengo una cosa que hacer.

Caminó hacia Ibrahim, le tomó por los hombros y le miró fijamente.

—Por cosas como está es que no debes desear ser un Ignis Fatuus —le dijo—. La verdad es que no vine a darte una charla sobre lo que es o no un miembro honorable de mi Clan. —Las lágrimas comenzaron a acumularse en los ojos de Ibrahim—. Si, ¡honorable! Tipo samurai y esas cosas. Nacimos para esto... ¡Todos!, pero lamentablemente, ustedes aún no lo saben. —Sin más una lágrima se deslizó por la mejilla de Ibrahim, y Gonzalo la detuvo—. Un guerrero no se puede permitir llorar en tales circunstancias.

—¡Maldición, Gonzalo! No somos espartanos —le reclamó Ibrahim.

—No, pero mientras más acepte que moriré en el siglo XVI y no en el XXI como debe ser, más deprimido estaré. Aun así hay una cosa que más lamento... Lamento que no puedas llegar a ser nunca un Ignis Fatuus. Sin embargo, hay algo que puedo hacer por ti.

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Where stories live. Discover now