Bajo el Olmo

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He venido hasta el viejo olmo, ese que ha estado en nuestro Clan por generaciones, siempre a la espera de que la bendición del Donum recayera en los habitantes a los que cobijaba. Pero no he venido solo, corazón y alma mía, Elyo me acompaña por estos caminos recién cubiertos de nieve, saltando entre la escarcha acumulada, que conducen a la lejana colina donde nuestro árbol legendario se muestra coronado.

                                                                                                                               Ackley.

Las palabras revoloteaban en la mente de Amina. Ackley se había edificado dentro de su Clan como un olmo que daba sombra y esperanza. Por siglos, Ignis Fatuus se desvivió luchando y protegiendo a la Fraternitatem Solem. 

Ellos no tenían el don de justicia de los Lumen, ni una contextura física agraciada con la agilidad y el don estratega de los Aurum, por el contrario, eran simples miembros de la Hermandad, se consideraban a sí mismos como servidores de los otros Clanes, a pesar de que todo inició por un Ignis Fatuus. 

Lejos de dirigirse a la cima de la pirámide y ocupar el mayor rango jerárquico, se encaminaron hasta la base de la misma para sostenerlos a todos. Sin Ignis Fatuus no habría Fraternitatem Solem. Sin Ignis Fatuus jamás hubieran existido Dones que compartir. Amina lo sabía. 

El sentido de pertenencia, el amor exacerbado, casi insano, el recelo de los miembros de su Clan después de la masacre que sufrieron a manos de los demás Clanes hizo que los valores de Ignis fueran transgiversados, hasta que finalmente cedieron a fusionarse con el resto de sus hermanos, a los que consideraron verdugos y enemigos.

Pero ningún sueño se alcanza si no es precedido por un sacrificio. Ella había prometido alejarse de Aidan para lograr la tranquilidad de sus padres, sin embargo, en todos los sentidos, había faltado a su palabra, no lo negaba, mas le era imposible separarse de él. No podía completar el sacrificio. Era como tener una espada apuntando a la boca de su estómago y no tener la fuerza, ni la voluntad necesaria para envainarla en su cuerpo.

Su mayor miedo era que, al ser descubiertos, Ardere pagara con el mismo castigo al que Ignis Fatuus fue sometido en los tiempos de Ackley.

Mientras que su antiguo Primogénito, desconociendo la suerte que le aguardaba, tenía sus esperanzas en el futuro de Elyo, ella se encontraba sola, pues si llegaba a ser descubierta, tanto sus padres como sus guardianes correrían con su mismo destino.

El timbre de entrada a clases sonó. Ignacio tomó del brazo a Maia, arrastrándola por los pasillos del instituto. Debían llegar temprano si querían presentar el examen de Biología, lo menos que deseaban era tener un conflicto con el profesor Suárez, el cual no era del agrado de Ignacio, de hecho, ninguna persona que le hiciera correr para llegar a clases puntualmente un viernes podía ser de su agrado.

Llegaron justo antes de que el docente cerrara la puerta. Amina se sentó algo fatigada, Ignacio tomó asiento a su lado, pero lo que realmente le sorprendió era que Aidan volvió a sentarse detrás de ella. Sentir su aroma le hizo sonreír. También él sonreía, aun cuando anhelaba volver al puesto que en esos momentos ocupaba Ignacio, no le importó ocupar el que ahora tenía asignado.

Observó a Ignacio. Por un instante pensó que el agresivo primo de Amina lo fulmiraría con la mirada, pero este le miró sereno, sus labios ni siquiera titubearon, y con una tranquilidad que no era propia de él, terminó de arreglarse al lado de su prima, dándole la espalda a Aidan.

Este no entendía si aquel había cambiado de actitud o si se traía algo entre manos; quizá era una de esas pocas personas que actualmente tenían palabra y que cumpliría con lo pactado, a pesar de no haber firmado ningún contrato ni haber hecho un juramento: él no se impondría, y confiaba en el amor y la prudencia de Aidan, lo suficiente para darle el tiempo para separarse de Amina.

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Where stories live. Discover now