De Control y Descontrol

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Esta primavera le enseñaré a trepar el olmo, pues no tendrá mejor maestro que mi persona: en Ignis Fatuus no hay nadie que pueda superarme en tiempo y agilidad al momento de trepar. A su edad ya había alcanzado la copa del árbol. Esa fue una asombrosa experiencia, más gratificante que el día en que mis manos ardieron y mi Donum se manifestó. En la cúspide de sus ramas me sentí libre, fue un sublime instante de perfecta felicidad, y hubiese seguido siendo así, si no hubieras aparecido en mi vida.

                                                                                                                                    Ackley.

Leticia se encargó de recoger a Ignacio y a Maia en el colegio. Les llevó a comer sushi asegurándoles que les tenía una sorpresa.

Ignacio se sentó al lado de su tía, mientras Amina iba atrás con la cabeza recostada del asiento. No podía dejar de pensar en el beso que había compartido con Aidan. Estaba decidida a encontrarse con él durante el fin de semana. Él era lo único que le hacía sonreír, sin su presencia los minutos se le antojaban eternos.

Su mamá tenía la agenda colmada para el sábado; al ser la última semana de noviembre, la familia Santamaría comenzaba a alistar los preparativos para la Navidad. Era extraño que su madre no estuviera emocionada con la fiesta del Solsticio, y eso llamaba poderosamente la atención de Amina, ya Saskia tenía el vestido casi listo y el de Itzel estaba en proceso, pero no la agobiaría, le bastaba con pensar que su casa olería a manzanas y canela y todos mostrarían una alegría genuina.

Entretanto, Ignacio iba concentrado en la carretera. Su tía había salido del Centro Comercial tomando la autopista. Tomó el primer elevado para desembocar en las seis vías que llevaban al centro de la ciudad.

El tráfico no era lento, por lo que este pudo apreciar los edificios mezclándose con la vegetación. En el Distribuidor La Campiña, tomó el desvío para salir a la Avenida Bolívar. Por una de las tantas calles que comunicaban la avenida principal del centro de la ciudad con otras avenidas no menos importantes, Leticia tomó una vía alterna, de un carril a ambos lados, cuya isla estaba cubierta de Camorucos.

La Avenida Sucre, que era su destino final, era aún más amplia que la Avenida Bolívar, tenía cuatro carriles en cada dirección, así como una cantidad de tiendas y edificios que le estaban causando jaqueca. Las aceras eran amplias, muchas de ellas daban espacio a jardines adornados con bancos de hierro forjado donde algunos señores se encontraban sentados leyendo el periódico, entretanto las mujeres charlaban amenamente.

Entre dos amplios jardines de Trinitarias, con caminos de arena prensada, se encontraba un edificio de vidrio, de unas doce plantas, muy amplio, con estructura aerodinámica. Ignacio sonrió con malicia en cuanto su tía cruzó para entrar en el estacionamiento de dicho edificio.

—¿Nos ha tendido una emboscada o nos ha secuestrado? —comentó observando con perspicacia a su tía.

Maia se irguió en su puesto.

—No deben tomarse a mal estar aquí. Sabes que todo lo que ves les pertenece.

—Le pertenece al Prima, no a nosotros. Y el Prima solo sigue las instrucciones de Arrieta.

—Pensé que eso era cosa del pasado.

—¿Cosa del pasado? ¡Ni siquiera ha pasado una semana desde que Amina intentó arrancar su sello!

—El señor Arrieta no es un hombre rencoroso —confesó, estacionándose—. Quizá deberías aprender de él y olvidar.

—Nunca pensé que los adultos fueran tan...

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Where stories live. Discover now