«Lo Has Cambiado Todo»

194 33 13
                                    

Las últimas noches habían sido de insomnio para Aidan, por lo que en cuanto llegó a su habitación se lanzó a la cama a dormir. Ni siquiera se molestó en cambiarse la ropa, ni hambre le dio. El sueño se apoderó de él. Jamás había estado así de cansado.

El mundo de sus sueños se transformó en bosques verdes profundos y en un cielo tan oscuro como la profundidad del mar. Era de noche, él lo sabía. Tuvo la sensación de que alguna extraña bestia lo perseguía por lo que se echó a correr saltando las raíces de los árboles y esquivando las ramas que amenazaban con golpearlo.

No vestía de época, simplemente era él en la inmensidad de un lugar que desconocía por completo.

Necesitaba saber de qué o de quién estaba huyendo, su cuepro temblaba de miedo, hasta llegó a sentirse como un cobarde. En ese momento un pensamiento lo invadió: «Soy el ángel de la muerte».

La piel se le estremeció, por primera vez en su vida estaba sintiendo un pánico abrumador. Pensó en rezar, pero hasta se le había olvidado cómo recitar el Padrenuestro y eso que lo hacía todas las noches.

Sin embargo, el miedo no le paralizó, sino que por el contrario, le dio la rapidez con la que, hasta ese instante, no contaba.

Entre tanta oscuridad a unos pocos metros, divisó un claro de bosque. Aceleró aún más sus zancadas, frenándose en la entrada del mismo. Ya la muerte no le perseguía, lo sabía, pero la imagen que se presentaba ante sus ojos le había hecho olvidar su primera angustia.

Once personas vestidas con mantos largos negros, estaban alrededor de una joven. Intentó ver el rostro de las personas pero todas iban cabizbajas, sus rostros estaban cubiertos por las capuchas de las mantas.

La chica vestía de negro, pero no era de su época. La doncella retratada en el cuadro que se exhibía en la sala de la casa de Ackley vino a su mente, pues el vestido negro y rojo con bordados de oro era muy parecido al de la joven desconocida.

Esta abrió sus manos y sus ojos. Haces de luz salieron a través de ellos. Aidan sintió cómo su corazón se agitaba en su pecho, tuvo un maligno presentimiento, mientras la mujer se iba elevando en el aire. Quiso dar un paso adelante, y en ese momento, la joven se convirtió en una esfera de luz que terminó por dispersarse.

El fulgor de la explosión hizo que Aidan cerrara sus ojos, cubriéndose el rostro con el brazo. Cuando todo volvió a la normalidad se volteó a observar la escena. Las personas y la joven habían desaparecido, y ante él solo estaba el claro iluminado por los débiles rayos de la Luna. Su mirada fue atraída hacía el lugar en donde la joven había estado parada. Un ave aleteaba en su lugar, ascendiendo desde la hierba. Su cresta era comparable a las flores de papiro y exponía una hermosa cola.

El ave se encendió en llamas, y desde sus alas comenzó a surgir la espiral de Ardere, coronándose con llamaradas de fuego, todas ellas muy vivas.

Aidan abrió sus ojos, sentándose en la cama. La noche había caído. Se llevó la mano al pecho, su corazón aún retumbaba con fuerza por la emoción.

Tenía la frente sudorosa y el cabello pegado a la nuca.

—No puede ser —pensó.

Ante él se había presentado el sello de Ardere y de Ignis Fatuus unidos, fruto del sacrificio de una persona.

Ante él se había presentado el sello de Ardere y de Ignis Fatuus unidos, fruto del sacrificio de una persona

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora