«Quédate»

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Sin importar las miradas de todos los presentes, Aidan pudo hacer su sueño realidad. No soltó ni un momento a Amina, caminando, tomados del brazo, por los pasillos del colegio. Ni siquiera se fijó en el hermoso vestido azul que resaltaba la belleza de Natalia, ni en las demás personas que compartían época con ellos, ni de la mirada inquisidora de su hermana, ni del resto de los miembros de la Hermandad. Nada le importaba, solo su felicidad y así se lo hacía saber a todos.

A medida que transcurría el día, Amina se acostumbraba aún más al vestido. 

La tarde fue mucho más calmada pues el tráfico de estudiantes había disminuído considerablemente.

Aidan había desaparecido por espacio de unos minutos, lo que preocupó a la joven, sin embargo durante todo ese tiempo Ignacio no se separó de ella.

—Creo que nos ha ido bien. He escuchado buenas opiniones.

—Realmente estás preciosa —le confesó, sin evitar sonrojarse.

—¡Gracias, Iñaki! Eres todo un caballero.

Ambos caminaron hasta las puertas del auditorio. Estas se abrieron, apareciendo nuevamente Aidan, quien le agradeció a Ignacio haberla traído hasta allí.

—¿Y esto?

—Hace unas semanas atrás me comprometí con una joven. Le dije que bailaría con ella, sin embargo no llegué a tiempo.

—¡Aodh! —murmuró.

—Es de caballeros cumplir con nuestras promesas, y yo aún te debo ese baile.

—Pero es complicado bailar con este vestido, además todo el esfuerzo que hiciste para ensayar fue más que suficiente para demostrarme que me quieres y que realmente eres un caballero.

—Aun así —Le ayudó a subir las escaleras, dándole una señal a un par de jóvenes que se encontraban allí con sus violines, los cuales comenzaron a tocar un suave vals—. Espero que tan maravillosa bailarina, y hermosa dama, me conceda este baile.

Ignis de Ignis —le llamó un tanto apenada—, ¿dónde aprendiste a hablar así? —preguntó haciendo una reverencia para tenderle la mano.

Él colocó una mano en su espalda, y ella hizo lo propio al recostar la suya en su hombro. Ambos comenzaron a bailar por todo el espacio.

—He estado practicando.

Sus Sellos comenzaron a resplandecer, mientras ella sonreía. Ambos estaban danzando felices al compás de los violines. Aidan rio al ver sus Sellos centellar armónicamente.

—Si hubiéramos vivido en esa época, ¿así se verían nuestros Sellos?

—Creo que sí. Aunque no puedo verlos, puedo sentirlos —Se recostó en su pecho—. Danzar es muy importante para mi pueblo, es por eso que mamá se mortificó tanto por enseñarme. Nunca fue su idea que esto se convirtiera en mi pasión, solo quería mostrarme las raíces de mi Clan.

Aidan besó su cabello recordando a los jóvenes y niños de Ignis Fatuus practicar una rara danza. Luego se enteraría por Ackley que aquello era una expresión de amor por medio del cual, los miembros de su Clan, manifestaban sus sentimientos, atando su corazón de por vida a la otra persona.

—¿Y qué significa el baile?

—Es una expresión de alegría, de felicidad, un gesto de amor y entrega para con la otra persona. —Se detuvo alejándose un poco de él.

Él se quedó paralizado, contemplando cómo la joven comenzaba a mover sus brazos sobre su cuerpo, trazando un arco con tanta belleza en sus manos que se le hizo un nudo en la garganta. Verla moviéndose al ritmo de una música que no comprendía y que era ajena a su realidad pero que él podía sentir como fluía desde su ser atravesando el suyo propio, fue atrapándolo.

El mundo desapareció y su mundo se convirtió en ella. La joven giró alrededor de él, iba a alejarse nuevamente, pero este le tomó por la cintura atrayéndola hacia sí. Recostó su frente en la de ella.

Sus mejillas estaban sonrojadas, podía sentir el calor de la sangre golpear cada parte de su ser, a pesar de que solo la había visto bailar. Comprendió el poder de aquellos pasos que acababa de interrumpir abruptamente. Amina sintió el golpe ardiente de su aliento cerca de su mejilla, y el corazón agitado de Aidan en su pecho, así que coloco su mano izquierda cerca del corazón del joven.

—Detente, por favor —le suplicó—, o mi corazón desfallecerá.

—Lo siento —murmuró.

—No —Besó su frente, con sus labios ardientes. Aidan se estaba quedando sin aliento—. No debes disculparte... Es lo que siento por ti lo que no me deja, lo que no me permite que continúes.

—Lo siento. Nunca pensé... Nunca creí que fuera verdad.

—¿Qué? —susurró besando su mejilla, mientras sus ojos se cerraban. Apretó su cuerpo contra el de ella.

—Es una danza para comprometer de por vida dos corazones, pero, supuestamente, solo da frutos en aquellos que se aman de verdad.

Aidan colocó una mano en su mentón, sin abrir sus ojos, besó una vez más su mejilla, y luego sus labios. Eran refrescantes, dulces como fresas, lo que le llevó a apretar los suyos contra los de ellas con más fuerza. En su ser corría el ímpetu de la juventud, la energía de la pasión.

Su sencillo beso se convirtió en una clara expresión de deseo, yendo más allá de sus labios. Toda ella era cálida y su calor calmaba la sed. Su mano viajó por la espalda de la chica, sin soltarla, sus mechones dorados terminaron zafándose de la cola cuando Maia llevó su mano hasta el cuello de este, para no dejarle ir. Él sentía que no podía respirar nada más que su piel, así que minimizó la intensidad de su beso, no así la frecuencia del mismo, para luego volver a besarla como al principio. De su boca bebía la vida que le estaba entregando.

—¡Aodh! —murmuró Amina, al sentir el Sello de Ardere calar cálidamente sus huesos.

Él apenas emitió un quejido sin dejar de besarla, pero el suave calor comenzó a ser más intenso. Amina podía sentir cada órgano dentro de su cuerpo, experimentando las emociones propias de quien se entrega al amor.

—¡Aodh! —susurró una vez más en cuando él besó su mejilla.

Pero no fue su nombre sino el gemido de esta quién le hizo detenerse. Amina tenía la tela de su frac empuñada en ambas manos y se aferraba a ella con tanto fuerza que pensó que le rompería la ropa.

—Lo siento —murmuró—. Lo siento, no debí —confesó jadeante, tragando con dificultad.

—No, no es tu culpa —Ella también tragó—. Yo así lo quise.

—¡Oh cielos, Amina! ¡Me estoy muriendo por ti! —le dijo abrazándola.

—¡Lo siento Aodh, no debí realizar esa danza!

—No te culpes, mi pequeño sol. Ni siquiera llegaste a completarla así que no te culpes, no te sientas responsable por esta muestra de amor, pues mi corazón es tuyo sin necesidad de lunas eclipsadas, ni bailes, ni rituales.

—¿Qué hubiera pasado si hubiese obligado a tu corazón a corresponderle por siempre al mío?

—Yo te he dado mi corazón antes de cualquier cosa. Te lo he dado sin que me obligaras a ello, te lo entregué de a poco cada día: el día que esperé contigo la llegada de tu madre, y te supliqué que no te fueras del colegio, cuando te tomé de la mano para que pudieras jugar en la playa, cuando te llevé en mi espalda y me sentí tan orgullosamente responsable de ti. Cada día él es más tuyo que mío... Y hoy me di cuenta que, inclusive, mi voluntad corre detrás de ti.

—Por lo mismo no es justo pedirte más, pues sería exponernos ante todo. No me importa nada. No me importa la Fraternitatem, ni mi Clan si no estás conmigo... Es por eso que no debí comenzar a bailar, pues me das más de lo que merezco.

—Tú mereces mucho más de lo que humanamente te entrego —La besó—. ¡Oh, Amina, Amina! ¡Cómo deseo que puedas sentir la grandeza de mi amor por ti!

—Puedo sentirla —Se refugió en su pecho—. Mi alma está unida a ti, Aodh, a tal punto que si te vas, ella renunciaría alegremente a mi cuerpo y correría en pos de ti.

—Solo quédate conmigo, así como estamos ahora y podré soportar cualquier cosa.

—Así, así nos quedaremos por siempre.

El Corazón de la Luna |EN EDICIÓN|Where stories live. Discover now