Capítulo 30 | Parte 2.

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Capítulo 30

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Capítulo 30. 

"Respira, Nere. Respira profundo y cierra los ojos por un par de segundos. Es sólo uno más de sus arranques." Intentaba tranquilizarme en mi subconsciente, obligando a que mi corazón se calmara y que fuera más resistente a todo esto.

Me levanto de la cama y me acerco al gran ventanal acristalado, pensando que esto se estaba saliendo de control. Presiono mis labios, y con las mangas de la camisa de Adrián, seco las lágrimas que hace unos segundos habían comenzado a derramarse sin control.

Me han dolido demasiado esas palabras, pero si tanto detesta que esté influenciando en su vida personal... ¿Por qué quiere que esté aquí con él?

Me siento tan triste, pero a la vez una rabia se apodera de mí. No es justo que yo pague por algo en lo que no he tenido que ver para nada.

[...]

Al cabo de unos largo minutos, Adrián sale del baño con su cuerpo completamente humedo y con una toalla enrollada en su cintura. Le doy la espalda, simulando que miro por la acristalada y enorme ventana. Presiono mis ojos al sentir que estaba mirándome. Escucho que busca entre los cajones de su ropa.

— Creí que ya te habías ido a la cama. — Me advierte comedido, ahora más calmado que hace unos largo minutos atrás.

— Si no te importa, me iré a estudiar un rato. — Le digo con rabia y me dispongo a salir del apartamento para dirigirme hacia el rústico despacho.

— Es tarde. Además, pronto traerán tu cena.

— Qué sea tarde no es un problema para mí. — Le digo a punto de salir. — Si tanto te preocupa, vete a la cama tú y cancela el pedido. No tengo hambre.

— No me hables así, jovencita. — Me advierte entre dientes, pero soy capaz de dejarlo con las palabras en la boca.

¿Qué carajo le pasa? No puede tratarme como una niña descarrilada cada vez que le da la gana.

Automáticamente tomo el libro que había utilizado y me siento en uno de los sillones, en una esquina que había adoptado como mía para estudiar. La medicina jamás me fallaría, con ella puedo refugiarme cada vez que quiero y puedo.

[...]

Así me mantuve por minutos, horas... La realidad es que debido a la frustración había perdido la noción del tiempo.

Sin esperarlo, la estantería de libros se desliza y Adrián entra al despacho, en silencio, sin dirigirme la palabra. Achico mis ojos, acurrucada en el sillón con el libro entre mis piernas. Me quedo totalmente en silencio. Realmente no sería yo quién le dirigiera la palabra primero.

Veo que se sienta junto a su escritorio y se recuesta sobre el respaldar del asiento. Se revuelve su lacio cabello y los mechones se desordenan por su frente. Tenía puesto un pantalón de pijama color negro que se holgaba sobre su cintura y su duro abdomen.

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