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Unos leves empujones en su hombro le despertaron de su sueño. Jaemin abrió sus ojos algo perezoso mirando a la mujer del servicio quien le sonreía de manera un poco forzada. Su uniforme blanco y negro lucía perfectamente colocado como cada mañana. El cabello estaba estrictamente peinado hacia atrás totalmente recogido sin un solo mechón fuera de lugar.

— Joven Na, el desayuno ya casi está listo. Su uniforme se encuentra en la tercera percha a la derecha en su clóset. Su madre y padrastro estarán esperándole para desayunar juntos.

Jaemin sólo pudo asentir de manera leve, aún algo somnoliento pero no hacía falta que escuchara de manera atenta el pequeño discurso de la mujer pues era igual al de todas las mañanas. Esperó a que la señora Lee se marchara para levantarse de su cama de sábanas azules. Revolvió su cabello castaño con su mano derecha mientras caminaba hacia su baño privado. No había tiempo de tomar un baño relajante en su tina, debería de hacerlo cuando volviera de la escuela.

Se dio una ducha rápida, saliendo del cuarto de baño con una toalla en la cintura. Se dirigió a la otra puerta de su cuarto, abriéndola y revelando una habitación nueva que era usada como su armario. Se veía como un largo pasillo con las paredes llenas de perchas con su ropa acomodada por estilo, color y temporada, al fondo una estantería dividida en dos. La parte mayoritaria era de zapatos y la otra estaba repleta de accesorios de todo tipo, también había un pequeño asiento en el lugar, además, un gran espejo para que pudiera arreglarse sin necesidad de salir de allí.

Tomó su uniforme con una sonrisa a la vez que buscaba en las gavetas su ropa interior y medias, los zapatos perfectamente lustrados estaban esperando a un lado. El uniforme escolar consistía en unos pantalones de vestir, un chaleco, corbata y saco azul marino junto a una camisa blanca. Todo ello tenía bordado en hilos dorados el escudo de la escuela.

Una vez se colocó todo, peinó su cabello aún ligeramente húmedo hacia atrás y salió de su habitación. Los pasillos estaban decorados con importantes pinturas de artistas que desconocía pero seguramente costaban cientos de dólares, el suelo era de madera que parecía brillar y los pequeños pero deslumbrantes candelabros iluminaban su camino.

Finalmente cuando llegó al extremo superior de las escaleras imperiales aguantó el aire unos segundos antes de soltarlo suavemente y comenzar a bajar tratando de ser silencioso. Cada nueva mañana debía de darse ánimos para poder tener algo tan simple como un desayuno con su madre y el esposo de la misma.

Porque sí, Jaemin parecía tener una vida perfecta a los ojos ajenos. Casa perfecta, ropa perfecta, hasta muchos dirían que su rostro era perfecto. Pero había una cosa en él que no lo era y podía ver la decepción en su madre con cada día que pasaba y aquello se hacía más palpable.

Era un omega, no debería de ser uno.

O eso es lo que ellos creían al parecer.

Aún no se había presentado, lo cual agradecía, pero había formas de prever lo que el destino tenía preparado para él. Existían costosos exámenes médicos que podían dar una pista sobre que categoría sería la persona. Exámenes a los que su madre lo sometió más de una vez en su vida. Los resultados no eran exactos, pero mientras se aproximaba la fecha de la presentación de la persona, más exacto era el resultado. Seis veces se los realizó, seis veces donde le dijeron que sería un omega.

Su madre era una beta, su padre también lo fue. Era el primer omega en varias generaciones, casi una burla genética de la vida. Su madre estaba más que decepcionada. Un omega, según muchos, era una triste carga que quitarse de encima. Si tan solo pudiera cambiar su destino, si tan solo las pruebas se equivocaban y quedaba como un simple beta, si tan solo eso pasaba, todo sería perfecto.

Opuestos En Común. NominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora