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La niña de pelo negro ocultaba el rostro tras sus dos manos y sollozaba fuertemente. Otras cuatro niñas la molestaban, tirando su mochila al piso y empujándola dentro del círculo que habían formado éstas con su cuerpo. Tenían aproximadamente unos doce años y vestían el costoso uniforme del exclusivo Dalton School de Nueva York.

Ella sólo deseaba que la tierra la tragara o que la golpeara de una bendita vez, así que las observó a cada una, una vez que se descubrió el rostro y apretó los puños a la espera del golpe con el que la amenazaba la más grande del grupo. Ya tenía el labio roto por el golpe de bienvenida que le habían dado y el rostro muy rojo de tanto llorar. La pobre no podía entender por qué se ensañaban con ella desde el primer día que pisó el colegio.

Un Bentley negro se detuvo en medio de la calle y de él bajó disparada una hermosa niña de pelos dorados, quien corrió hacia el grupo de niñas para intentar detenerlas. Llevaba el mismo uniforme que ellas, por lo que debía ser del mismo colegio. La pequeña rubia gritaba furiosa a cada una, pero éstas o la ignoraban, o se burlaban de ella también, entonces retrocedió y buscó con la mirada algo con qué herirlas. Nunca estuvo más feliz de ver unas piedras en la acera, las cuales tomó como pudo y empezó a tirarlas con toda la fuerza que podía.

Las bravuconas corrieron hasta perderse en las siguientes cuadras. La rubia, seguida por su chofer (con su perfecto uniforme negro), se acercó a la niña que había sido agredida, la cual se limpiaba el rostro con las manos y buscaba algo a su alrededor. La pequeña pelinegra se agachó para recoger su mochila y la sacudió. Al levantarse de nuevo, se encontró con los más bellos ojos que jamás había visto. La rubia la miraba apenada, como si estuviera deduciendo su estado y le tendió un cuaderno que había recogido del piso.

— ¿Estas... bien? — preguntó la rubia. La pelinegra se sorbió la nariz y con la cabeza gacha, asintió. En ese momento llegó otro auto igual de lujoso que el que estaba estacionado a un costado de la calle y de él bajó un hombre mayor, como de unos cincuenta años o más, vestido con un elegante traje. La rubia lo observó detenidamente, admirando la real preocupación que demostró por la otra niña.

— ¡Señorita! ¿Qué le sucedió? — El hombre inspeccionó a la pelinegra, con mucha preocupación. La niña intentaba evitar la mirada de la rubia, quien estaba muy cerca, esperando saber si de verdad esa chica estaba bien.

La pequeña rubia sintió mucha pena y una fuerte conexión con esa niña que por fin se había animado a mirarla. En su ojo empezaba a formarse un moretón y, tal vez, era eso lo que intentaba ocultar. Ella era hermosa, tan delicada que parecía irreal.

— Mi nombre es Jennie, Jennie Kim — Le tendió la mano y la tuvo así por un rato hasta que la otra niña decidió estrecharla.

— Yo... soy Lisa — Para la rubia fue suficiente, no le importaba su apellido. Con ese auto, chofer y yendo a su mismo colegio, debía tener uno muy importante. Lo que de verdad le importaba era que ella estuviera bien.

— Luz, mi niñera y yo, solemos ir a pasear al Central Park por las tardes. Si quieres... podemos ser amigas. Podemos pasear juntas — Lisa esbozó una tierna sonrisa y todo su rostro pareció iluminársele. Asintió un poco desconfiada, pero no por su intención de ser amigas, sino porque no creía que esa hermosa niña quisiera serlo.

— Es muy amable de su parte señorita — Afirmó el hombre a quien Lisa llamó Timothy unos segundos antes, para confirmarle que estaba bien — Estoy seguro que a la señorita Lisa le haría muy bien tener una amiga como usted ¿No es así? — Él cuestionó, con la mirada cómplice hacia su joven acompañante. Ésta se sonrojó levemente.

— Si decides ir, mi lugar favorito es el Bow Bridge, a las cuatro — Jennie se despidió agitando la mano. Alfred, su chófer, tomó la mochila con distintos tonos de rosas en la mano y la condujo de nuevo hasta el auto — ¡Nos vemos, Liz! — gritó, ya desde la ventanilla, cuando ambos autos se cruzaron.

The Secret [Jenlisa]Where stories live. Discover now