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Jennie y Rosé llegaron por su parte al Presbyterian Hospital de Nueva York, mientras que Lisa lo hizo por el suyo al culminar su jornada laboral. Jeongyeon había invitado a Nayeon a que las acompañara, ésta aceptó sin dudarlo y no sólo eso, sino que llevó su donación particular. Era otra, se notaba incluso en su forma de vestir, ya no más ropas oscuras y tristes.

Todas habían recibido por parte de Momo las indicaciones pertinentes para estar en ese lugar y, en ese momento, se encontraban en el área de esterilización. Lisa se preguntó si de no haber conocido a su chica dorada, o si no la hubiera amado tanto como para luchar por ella, estaría en ese lugar, viendo a esos niños iluminárseles el rostro con unas sorprendidas sonrisas.

Todas sintieron un gozo que no podían explicar, un gozo que era tan fuerte que se transformaron en lágrimas de felicidad. Los niños que podían moverse no dudaron en acercarse emocionados, mientras que los que no lo podían, miraban entristecidos esperando a que no pasaran de ellos. Jennie reconoció a la niña a quien había regalado su pulsera, estaba en el regazo de su madre y su aspecto, lamentablemente, no era el mejor. A pesar de eso, la pequeña esbozó su mejor sonrisa a la que le había dado su objeto más preciado, el cual, instintivamente, intentó ocultar, tal vez pensando que Jennie iba a recuperarlo.

— Hola pequeña... ¿Me recuerdas? — preguntó la rubia, sentándose por sus piernas como pudo. Quería estar a su altura para poder conversar, ya que la niña estaba sobre las piernas de su madre.

La mujer notó el repentino cambio de humor de su hija, quien momentos antes se había estado negando a entrar al consultorio del doctor que la atendía. La pequeña asintió y le mostró su preciada joya a la rubia. Jennie unió su muñeca a la de ella, mostrándole que tenía otra igual. El premio, una radiante sonrisa.

— Esto tiene un poder especial, por eso solo la tienen las que son muy, muy valientes... — susurró, haciendo que la niña arrugara la frente — Esta pulsera hace que los monstruos se mantengan alejados — añadió, acariciando el objeto. La niña asintió con una sonrisa — Mientras la tengas, ella te protegerá como lo hizo conmigo. No tendrás miedo a nada.

— ¿Cómo un escudo? — preguntó al fin la pequeña, con una dulce voz. Jennie asintió con vehemencia. La niña buscaba a alguien con la mirada, hasta que por fin pareció encontrarla — ¡Nadia! ¡Mira! ¡Tengo un escudo que me protege del mal! — Levantó su delgado brazo.

Al parecer, eran muy amigas, porque incluso sus pañuelos estaban coordinados, tenían el mismo tono rosa chicle con margaritas. La otra niña tenía un tapabocas, por lo que Jennie no supo hasta qué entrecerró los ojos, que estaba sonriendo también. La niña a quien llamaban Nadia levantó el brazo y le mostró la brillante joya que le acababa de entregar Rosé.

Su amiguita se mostró algo decepcionada y, Jennie creyó saber por qué. Se había encargado de que todas lucieran casi iguales. Todas estaban confeccionadas con perlas y tenían un dije principal en un cristal en forma de estrella que brillaba mucho a contra luz. La niña lo había presumido como algo especial y a medida que miraba a su alrededor, veía otras similares en sus demás amigas de sala.

— El tuyo es especial... — le dijo Jennie en confidencia. La niña frunció el labio y miró a su amiga, pero tenía curiosidad por saber a qué se refería la rubia, así que, ladeando la cabeza, cuestionó con la mirada — El tuyo me cuidó a mí primero y, ya vez, funcionó. Además, el tuyo es el único que tiene un corazón — Le guiñó el ojo.

La niña miró a su madre y de nuevo apareció esa radiante sonrisa que la hacía brillar. De pronto empezó a quejarse de un dolor en la cabeza y empezó a sollozar, a lo que su madre, rápidamente, atinó a rodearla con sus brazos y empezó un masaje en la sien de la niña, con sus dedos.

The Secret [Jenlisa]Where stories live. Discover now