The Secret [Jenlisa]

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Lisa paró el auto frente al edificio de Jennie. Sus miradas se encontraron y sus manos buscaron contacto. Entrelazaron sus dedos, pero la unión de ambas fue a parar a los labios de la interna. La rubia aún sentía ese fuego en su interior, su piel aún tenía su aroma impregnado, causándole estragos a su sensibilidad. Con la mano libre, acarició el rostro de su novia antes de acercarse nuevamente para besarla. Fue un beso dulce, apasionado y si no se detenían en ese preciso momento, en unos minutos estarían desvistiéndose nuevamente. Se miraron por última vez, como si separarse fuera doloroso, pero con los ojos brillando en la penumbra.

— Gracias por traerme, señorita Manoban... — dijo Jennie, apoyada en la ventana del conductor — Me alegra saber que está muy involucrada con su pasantía. Me aseguraré de que eso quede asentado en su informe final... — Le guiñó un ojo y Lisa no contuvo las ganas de robarle un pícaro beso antes de marcharse.

— Nos vemos mañana, señorita Kim. No tenga sueños muy perversos... — Ambas sonrieron y se despidieron.

La rubia se quedó mirando hasta verla perderse entre los demás vehículos. Suspiró muy profundo, se abrazó a sí misma y luego se dispuso a entrar a su edificio. Ella no sabía que estaba siendo observada, como la vez en la farmacia. Sonrió por lo bajo y saludó al portero con el semblante radiante. La persona que la vigilaba golpeó su volante con rabia y se retiró del lugar cuando ella entró.

Lo primero que hizo Jennie al llegar a su habitación, fue ir a buscar la prueba de embarazo que había comprado días atrás. La apretó en su mano y miró hacia el baño. Tomaría un baño y luego saldría de dudas de una vez por todas.

Ya en la tina, con una música muy romántica reproducida desde su teléfono, echó la cabeza hacia atrás y recordó con placer la agitada respiración de su novia en su espalda o cuello al momento de hacerle el amor. Tensó las piernas al sentir de nuevo esa presión en su zona íntima de tan solo recordarlo. Se abrazó a sí misma y terminó acariciando todo su cuerpo como si Lisa lo hiciera.

Cuando terminó su baño, salió de la tina y se cubrió con una inmaculada bata blanca. Llevaba el pelo en una coleta alta y toda la piel con un delicioso aroma a rosas. Caminó hasta el tocador que había dentro y tomó la caja para leer las instrucciones de uso. Su corazón latía muy rápido y ya no era por la excitación de hace unas horas, sino por lo que el resultado de esa prueba podía significar en su vida.

Tragó grueso y fue hasta la taza a hacer lo que debía. Sintió que le ardían los ojos y que le costaba respirar un poco, así que se talló los ojos con la punta de sus manos y suspiró. Siguió los pasos que le indicaba la prueba y se sentó a esperar, abrazando sus piernas. El tiempo parecía eterno y eso solo aumentaba su ansiedad.

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Lisa llegó a su edificio con una sonrisa inmejorable. Antes de bajar reconoció en el ambiente el aroma inconfundible del perfume de su amada y sonrió con picardía. Le encantaba la forma en la que su alma se regocijaba de felicidad cuando ella estaba a su lado o con tan solo pensar en ella.

A pesar de estar aún bajo el embrujo de su chica dorada, pudo notar el vehículo extraño aparcado enfrente. Parecía estar esperando a alguien, porque incluso estaba en marcha y con las luces encendidas. Cuando bajó, el auto detuvo su débil ronroneo y las luces se apagaron. Lisa lo miró de soslayo, pero siguió caminando hacia la entrada del edificio. Antes de llegar siquiera a la puerta, se detuvo al ver a su persistente vecina bajar del ascensor, al parecer llorando. Ralentizó sus pasos y simuló buscar algo en sus bolsillos cuando sintió que alguien la tomó del hombro por detrás.

Se sobresaltó tanto que sintió que su corazón le saldría literalmente por la boca. Sus ojos pasaron de la mujer que la había tomado, a la otra que la miraba con una expresión divertida, con los brazos cruzados. Inmediatamente sus ojos brillaron de manera especial y se apresuró a abrazarlas a ambas a la vez.