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Todo estaba listo para la reunión, Jennie observó que todo estuviera en orden, mientras Lisa ubicaba los formularios de datos personales dentro de las carpetas y las ubicaba sobre la mesa de la sala de reuniones. Cuando por fin terminó su tarea, Lisa se dispuso a abordar a la rubia para exigirle una respuesta, pero ésta última recibió un mensaje que la había dejado visiblemente afectada.

Lisa titubeó unos segundos antes de acercarse a Jennie, pero la rubia se apresuró a bloquear la pantalla de su celular, dejándola con la palabra en la boca. Jennie salió apresuradamente y llamó a alguien desde el teléfono de su escritorio, parecía alterada, así que Lisa decidió quedarse donde estaba y darle algo de privacidad. Si era algo importante, seguro después se lo contaría.

La forma en la que Jennie miraba hacia el ascensor cada vez que éste sonaba, empezó a preocupar a la pelirroja. Jennie tamborileaba los dedos sobre la superficie de su escritorio y parecía pensar algo con insistencia. Lisa creyó que sea lo que fuera que la tuviera así, tal vez necesitaba apoyo, así que caminó con su consabido andar y se quedó silenciosamente parada frente a la rubia por unos segundos, hasta que ésta notó su presencia.

— ¿Sucede algo...? — Preguntó Lisa, arrastrando las palabras — Porque si es por mi pregunta, no debes responderlo ahora... — En ese momento la rubia se percató de que había estado actuando de una manera extraña, o Lisa no se hubiera preocupado. Hizo una mueca de disculpa y negó con la cabeza.

— No ¿Cómo crees...? — Hubiera querido acariciarle la mano (que era lo más cercano a su cuerpo) pero Chaerin podía verlas desde su oficina.

«¿Por qué no se lo dejaba al saliente asesor legal la tarea de escoger a su reemplazo? De ser así ella no tendría que presenciar las entrevistas ¿Por qué Chaerin debía supervisarlo todo siempre?».

Sin embargo en ese momento recordó de quien estaba hablando mentalmente, no era cualquier presidenta, era Lee Chaerin, la mujer más intimidante que conoció en toda su vida, a quien respetaba con todo su ser.

— Perdona, no fue nada que tú hayas hecho o dicho — susurró la rubia, con una mirada suplicante — ¿Puedo explicártelo luego? — ella frunció la nariz y los labios. Lisa asintió con confianza y fue a su escritorio.

Rosé llegó al décimo piso acompañando al sexagenario señor Hamilton, el asesor legal, cuya simpática pajarita con diseños de aves era imposible ignorar. A pesar de ser un hombre a punto de retirarse de la vida laboral, podía notarse que aún le quedaba mucho por vivir, su plateado pelo no le hacía justicia a esa admirable vitalidad que demostraba con su andar, como tampoco las arrugas que rodeaban sus etéreos ojos celestes y sus labios.

La joven castaña miró con los ojos perplejos a su amiga, como si quisiera advertirle de algo, lo que no pasó desapercibido para su atenta interna. Ésta saludó educadamente al hombre trajeado y lo acompañó a la sala de reuniones como había quedado con Jennie al empezar el día.

— Es un maldito infeliz... Lo hace a propósito — mascullo entre dientes la rubia. Miró fugazmente a Lisa y al volver su rostro hacia Rosé, sonrió tímidamente — Mira... — ella le extendió el avioncito de papel. Su amiga lo desdobló rápidamente y lo leyó a toda prisa, pues no quería que alguien las interrumpiera. Especialmente alguien llamada Chaerin.

Rosé chilló emocionada y de estar solas la hubiera abrazado, pero nuevamente debía contenerse y reservarlo para más tarde. Como no pudieron ponerse al tanto de lo que habían hecho en su viaje luego de regresar a sus casas, la castaña propuso un café bien fuerte a la salida y, ahora con ese mensaje que había recibido Jennie, lo necesitaban aún más.

— ¡¿Te lo pidió hoy?! ¿Qué le respondiste? — preguntó Rosé, casi sin respirar, mientras dedicaba una rápida mirada a la aludida. Jennie frunció los labios y se quedó muy callada — Dime que no le dijiste que «No».

The Secret [Jenlisa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora