15. Medianoche

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«Hora en la que el Sol está en el punto opuesto al de mediodía y que señala el fin de un día y el principio del siguiente.»

Aitana

No había vuelto a hablar con Luis desde el día del cine en el que probé la manzana prohibida que ocultaban sus labios.

Realmente tampoco había sido por no querer hacerlo, simplemente no había tenido tiempo en toda la semana, ni siquiera como para pasarme por La Revolució Musical.

Sin embargo, hoy no tenía escapatoria, hoy volvería a perderme en sus ojos universo cuando, antes de la medianoche, yo le viese aparecer por la puerta.

El ruido del motor de aquel vehículo aéreo, al que yo le tenía un pánico inconmensurable, me obligó a apartar los pensamientos tan rápido como pudiese y agarrarle la mano a mi amiga con el fin de que mis miedos se disiparan al menos una décima parte de todo lo que ocultaban.

Perdí la maleta de vista en la cinta del aeropuerto y le recé a mi canción favorita porque un malnacido no me la hubiese robado. Que todo podía ser.

Me hice hueco entre la gente a fuerza de codazos y golpes que propiné ganándome algún que otro insulto.

Después de un rato con mis pies elevados intentando sumar los centímetros que le faltaban a mi altura, encontré la mirada ilusionada de Ana. Adelanté a una señora que probablemente me triplicase la edad y que tenía el mismo objetivo que yo: llegar a donde todo el mundo esperaba a los pasajeros.

Sonreí en señal de paz y ella hizo conmigo lo mismo. Mi mano atrapó la de Amaia para acelerar la velocidad y llegar lo antes posible mientras ella, a su vez, agarraba la de Miriam.

Casi ni me dio tiempo a pestañear cuando ya tenía a Ana dándome un achuchón el cual en cualquier otra ocasión hubiese sido muchísimo más corto.

Hacía casi una semana y media que no la había pues las vacaciones de Navidad ella pudo aprovecharlas para pasarlas con quién más quería y echaba de menos a partes iguales.

Yo, por mi parte, noté su ausencia como la que más, dado que, después de más de tres meses viéndonos de seguido, se me hacía extraño no verla y tenerla a mi lado cada día.

Sin embargo, la distancia nos había enseñado a cubrir el mar con abrazos infinitos y a contar los días para tenernos en el mismo espejo.

El abrazo de dos se convirtió en uno de tres, para respectivamente formar uno de cuatro. Pasé a ser el queso de un sándwich antes ni siquiera de darme tiempo a reaccionar. Realmente no me importaba, y podría pasar por ese alimento camuflada sin problemas. Me reí al darme cuenta de la metáfora que mi mente acababa de firmar sola.

"El queso se derrite en el sándwich y yo entre ellas".

Ana me miró un tanto asustada cuando mi carcajada aumentaba por momentos. Sequé las lágrimas que salían de mis ojos e intenté disimular ante todos los que lanzaban hacia mí sus miradas más curiosas e indiscretas.

Pasé la tarde entre los cientos de miles granos de arena metidos entre mis dedos y la brisa marina que me hacía recobrar el aliento.

Mentiría si ocultara que no me maldije más de trece veces por tener la vagueza de no haber traído ropa más adecuada para la ocasión, teniendo en cuenta que no siempre vienes a Canarias para celebrar la nochevieja.

Esta vez sería muy diferente, pues, al contrario que el resto de los años no pasaría el inicio de 2020 junto con mi familia, sino que mi primer paso con el pie derecho sería al lado de mis mejores amigos a más de dos mil kilómetros de distancia.

Tus acordes en mi guitarraWhere stories live. Discover now