56. Osteogénesis imperfecta

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«Trastorno genético en el cual los huesos se fracturan (se rompen) con facilidad. Algunas veces, los huesos se fracturan sin un motivo aparente. También puede causar músculos débiles, dientes quebradizos, una columna desviada y pérdida del sentido del oído.»


Cepeda

Durante el sábado visitamos unas termas a las que mi padre me llevaba con mi hermana cuando éramos unos críos. Pasamos allí toda la mañana, entre el agua y nuestros cuerpos, un bendito placer. Puede que tuviésemos que callarnos en el baño con la mano por el éxtasis del momento y que tuviésemos que cortarnos un poco por eso de no traumatizar al resto de turistas, pero nada que no se pudiese arreglar a media noche en nuestra cama.

Vestía un bañador que ya había vestido cuerpo muchos años atrás, blanco y con el reborde en rojo. De nuevo un moño recogía su pelo y, de nuevo, yo me sentía en una nube cuando la veía a mi lado.

No habíamos hablado de lo que éramos, tampoco me importaba mucho porque yo solo tenía ojos para ella y poder disfrutarla era un auténtico placer que, sino la quisiese solo para mí con la libertad de relacionarse con quien ella quisiera y volando tan alto como yo sabía que podía hacerlo, diría que todo el mundo tendría que vivirla una vez en la vida.

Ya al anochecer me atreví a presentarla ante mis amigos de la infancia, para ser sinceros, había hablado de Aitana mil veces y casi que la conocían tanto como yo, pero no en persona, donde tenías el placer de apreciar su luz de cerca.

Javi, que estaba de vacaciones en Galicia, también acudió albar, pues, aunque lo conocí en la universidad se podría decir que era como si llevásemos juntos desde pequeños. Trajo a su novia, Ross, que ya se había hecho amiga de Aitana cuando fue a verme a Suiza, por lo que no tardaron ni dos segundos en entablar una conversación que de vez en cuando las hacía reír.

Al día siguiente habíamos quedado para charlar con María pues hoy una de sus hijas tenía que ir al hospital para hacer una de las pruebas de esfuerzo, provocadas por un problema de respiración que la hacía más guerrera de lo que ya sabía que era.

Así que, al roce de las doce de la noche seguíamos en el bar, aunque pude notar como a Aitana le empezaba a temblar el pulso de repente y su móvil no dejaba de vibrar ¿acaso había pasado algo y no lo sabía?

Decidí que la mejor opción sería sacarla a fuera para que tomase aire y se tranquilizase y me pudiese contar lo que ocurría y eso fue lo que hice. Una vez ya lejos de la música tecno que empezaba a sonar en el interior de bar, a pesar de que quedase en su segundo plano por las voces de la gente, la invité a que se sentase en uno de los bancos de la calle.

Me acomodé a su lado, poniendo una mano en su pecho para marcar el ritmo de su respiración que iba disminuyendo paulatinamente. La sequé las lágrimas antes de dejarla un beso en su despeinado pelo. Se acurrucó en mi pecho y yo extendí mis brazos dejándome hacer, como si fuesen alas de un pájaro que iba a cobijar a su cría. Aunque ella no fuese exactamente mi hija.

No tengo ni idea de cuanto tiempo pasamos así, abrazamos, pero disfrute de esos minutos que consiguieron relajarnos a los dos. De repente levantó su cabeza de mi pecho fijando sus ojos en los míos. No había brillo, había miedo, eso era lo que más me aterraba. No quería asignarme la tarjeta de culpable antes de tiempo porque era peligroso para mi comportamiento, solo deseaba que no fuese yo el causante de ese dolor que se veía que Aitana tenía.

Quería romper el silencio y preguntarla que es lo que pasaba, pero sabía que eso no iba a funcionar. Con el tiempo había aprendido que no había que forzarla a que me contase nada, a parte de porque estaba en su derecho, porque, aunque si lo quisiese hacer y yo me anticipaba ella se bloquearía y no conseguiríamos nada más que estropearlo. Callé y tragué saliva. Eran las doce y cuarto, y un silencio nos invadió hasta casi menos veinticinco.

Tus acordes en mi guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora