21. Mares

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« Masa de agua salada que cubre aproximadamente las tres cuartas partes de la superficie terrestre.»


Cepeda

Dos meses.

Habían pasado dos puñeteros meses sin nadie a mi lado de los que quería a excepción de tener que verlos en una pantalla.

Esa era ya la vigesimocuarta reunión con la misma desde que me mudé allí. Hasta un primer encuentro no fui consciente de la situación que vivía la tienda donde trabajaba pues, según lo que sabía, no era más que un local de dos amigos, mi padre y Antonio. Sin embargo, no todo era así. "La Revolució Musical" pertenecía a la empresa internacional suiza a la que últimamente tanto acudía. Al parecer, los puestos de todas las franquicias habían cambiado y el representante de cada una debía acudir para presentar los presupuestos, y ahí entraba yo.

Por suerte o por desgracia, a mi parecer la primera, no teníamos una ligadura completa con Höld, porque ellos nos proporcionaban los instrumentos y materiales necesarios si nosotros les cedíamos un tanto por ciento de lo que ganábamos. Por lo que, realmente, la tienda funcionaba aislada del resto, pero a la vez con cierto control.

Salí de la que parecía ser la última reunión hasta después de un par de semanas y, aunque me sorprendió que Javi no pusiese la propuesta de ir a nuestro ya "típico" momento de cañas y me mandase a casa como si tuviese algo que hacer, agradecí tener la tarde libre para tirarme en el sofá y ver como daban vueltas y vueltas al reloj.

Puede que en comparación con otros días este no hubiese sido de los más agotadores, pero, por motivos que todavía no llegaba a conocer, cada vez tenía menos aguante.

Dejé el coche de alquiler a unas cuantas calles por culpa de unas obras. Recibí la llamada y, aunque en un principio me extrañó pues debería estar trabajando, no dudé en cogérselo, necesitaba oír de nuevo su voz y escuchar sus locas aventuras con aquellos torbellinos de apenas llegaban al metro.

Me pareció ver desde lejos un flequillo rebelde al que yo ya reconocía, pero pasé, centrado en prestarle atención a la leona que tenía como hermana. Parecía ella, debía estar alucinando, no podía ser, tenía que seguir estudiando y sus horarios no coincidían con los míos, quizá por esto nuestro número de llamadas había disminuido.

Mis ojos se desviaron de la pantalla y se centraron en el cuerpo menudo apoyado de espaldas a mí la pared del que ahora era mi portal. Tenía la voz de fondo de Miriam aun parloteando cuando no pude contener más esas dudas.

¿Aiti?

Su cuerpo se giró, mi estómago parecía una montaña rusa y mi corazón cada vez se aceleraba más.

Eran la miel de sus ojos.

El dulzor de sus labios.

Era su flequillo revuelto.

Era ella.

A menos de un metro de mí.

Menos mal que has llegado ya de trabajar. Me estaba congelando—dijo haciendo referencia al día en que yo aparecí en su casa por sorpresa—.

Colgué la llamada como acto involuntario, esperando una reacción que me sacase de ese shock al que había entrado casi sin darme cuenta.

Su cuerpo se abalanzó sobre el mío, mis labios querían volver a sentir y mi corazón a palpitar con motivo. Sus piernas enredadas en mis caderas, como en Barcelona, como en otros tantos sitios que nosotros guardaríamos en secreto al que añadiríamos Lucerna a la lista.

Tus acordes en mi guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora