35. Comunicar

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«Hacer saber una cosa a una persona.»

Cepeda

El silencio se abrió paso entre nosotros, yo no sabia como seguir esa conversación después de haber liberado mi secreto y ella intentaba procesar toda la información.

Vine a pensar, en si llamar y rechazar la oferta, en si no hacerlo y marcharme. No tengo nada claro porque desde que nos hemos distanciado siento que he perdido todo lo que de verdad me importaba. Tengo la sensación de que Jimena era una forma de olvidarte, porque tu recuerdo aparece todas las noches cuando cierro los ojos y eso duele de más. He sido un idiota, un cabrón y me merezco todo tu odio, Aiti.

No es cierto —dijo ella seria—.

Sí lo es. Podías estar embarazada, podía cambiar la vida, me lo dijiste con los ojos llenos de miedo, huyendo de una respuesta que se negase a aceptar la nueva realidad —ella asintió levemente, quitándose una lagrima traviesa de su mejilla, yo le limpié otra—. Yo solo tenía que decirte que sí, porque no te dejaría, aunque todo se desplomase. Solo tenía que abrazarte y quitarte el miedo como tú haces conmigo. Solo tenía que correr escaleras arriba para buscarte. Pero no. Fui un cobarde por no saber hacer todo eso, por cargarme lo más bonito de mi vida.

Yo también lo hice mal.

Ambos nos miramos, ahora el cielo si nos dejaba vernos enteros, pero rotos por dentro. Yo estaba al borde las lágrimas, con la mandíbula apretada odiándome a mi mismo, y ella, ella tenía la cara llena de lágrimas haciéndome sentir la peor persona del mundo, sabiendo que no lo hacía aposta, que era la venganza de mi subconsciente.

Se apoyó en mi hombro, yo la abracé, dejando que todas las barreras se derrumbasen a nuestros pies, obligando al mundo a parar. La iba a echar mucho de menos, más de lo que jamás me permitiría admitir. Iba a echar de menos su pelo revuelto haciéndome cosquillas cada mañana, su manía de darle el primer sorbo a mi café y dejar el cajón del baño medio abierto cuando se cortaba el flequillo. Iba a echar de menos recorrer todo el boceto de su piel, sus lunares, y devorar con ansia el que adornaba su barbilla, que me volvía loco. Iba a echarla de menos a ella, a todo la que la formaba, a lo que ella odiaba y yo admiraba. Iba a echarla de menos, pero merecía que la dejase volar.

Era hora de volver a casa, de afrontar mi nuevo destino, de rehacerme y de descubrir si de verdad eso que me aleja de mí soy yo. Porque, como decía Fito, tengo la manía de huir conmigo de mí.

Dejé el coche en frente de su portal, ninguno de los dos dijo nada, tampoco nos mirábamos, simplemente no nos queríamos decir adiós. No nos queríamos olvidar. Me tendió un papel doblado, mientras me sonreía y yo dejaba que sus ojos me recorriesen entero.

No la leas hasta que yo me haya ido, porque no podría aguantar oírla en tu voz.

Abrió la puerta del coche con lágrimas en los ojos y se fue. Sin darme tiempo a decir nada, con una hoja en la mano que no sabía lo que contenía.

*****

Llevaba un par de días en los que no podía dormir las horas recomendadas y cuando lo hacía un mínimo ruido me despertaba.

No había contado a nadie más que no fuese a Aitana mi decisión de mudarme a otro país por tiempo ilimitado y fue a esta misma a quien le pedí que, por favor, no le contase nada a nadie.

Aun días después seguía pensando como contárselo a mi hermana. Nunca habíamos estado en países diferentes, salvo la otra vez que me fui a Suiza, con la diferencia de que esa vez sí sabía cuándo volvería.

Tus acordes en mi guitarraWhere stories live. Discover now