16. Fotos

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«Técnica de obtención de imágenes por la acción química de la luz sobre una superficie con unas características determinadas.»

Cepeda

Desperté desorientado al reconocerme en una cama que no era la que siempre me acogía cada inicio de año.

Vislumbré mi guitarra negra casi incrustada en la pared, teniendo al lado mi libreta que parecía haber sufrido el torbellino de un amor desenfrenado.

La madera fría hizo que cada extremidad de mi cuerpo se activara invitándome a seguir caminando para que la baja temperatura fuese desapareciendo poco a poco.

Salí a correr como hacía cada año, desde el Puerto del Carmen hasta Playa Quemada, siete kilómetros que para Roi no serían nada pues según él de los dos era el que mejor estaba en forma.

Que iluso.

Llegué de nuevo a mi habitación y me permití que las gotas de agua fría que salían de la alcachofa de la lluvia dejarán correr por todo mi cuerpo y trajese recuerdos que el alcohol de la noche pasada había borrado de mi memoria.

Sus lenguas se enredan sin posibilidad a tregua y es cuando la mano de Aitana se desliza por la parte baja de los pantalones del gallego cuando él se da cuenta de por dónde van los tiros, obligándose a parar pues no quiere que haya ningún tipo de presión sobre ella o incomodidad. Y más después de haber pues a prueba esa burbuja para ellos dos que parece indestructible.

Aiti, para, nos van a pillar.

Aquí no nos ven —rechaza la propuesta dejando un reguero de besos por el cuello del chico—.

Aiti, en serio, aquí no. Ahora no —pronuncia él a la par que separa a la chica levemente de su cuerpo—.

Ella chasca la lengua en señal de disconformidad, aunque tampoco puede evitar que se le escape una sonrisa cuando ve brillar los ojos del gallego al acariciarla la mejilla.

La catalana dejó dos palmaditas en el pecho del chico y caminó varios pasos por delante, intentando disimular lo que acababa de pasar.

Sin embargo, la piel se echa de menos, aunque solo las paredes separen los cuerpos. Causante el más menudo de ellos de llamar con los nudillos a la habitación del otro. De que sobrase un lado de la cama que ambos querían cubrir y ella se mostró valiente a suplirlo.

Podría hacer sido de cualquier otra forma, pero no. Decidieron que lo mejor era sus brazos enredados en el otro, la camiseta robada de tono lila en la piel de ella, y los besos de la coronilla que él ofrecía. Lo mejor era los latidos de los dos sincronizados hasta que la Luna dejase paso a un astro más grande.

Mi pelo ganó de nuevo la guerra contra el peine y me apunté unas a lista de batallas en la que me declaraba perdedor.

Fueron sus ojos miel parpadeando como el aleteo de una mariposa lo que creó un tornado en mi estómago. Fueron sus finos deuda enredándose en los míos, que les sacaban un par de tallas.

Era ahora su sonrisa, que me volvía loco, la que intentaba ocultar la fugacidad de la noche, que podía haber sido más larga aún, que no me iría a quejar.

Era ella.

El sonido del ascensor hizo que la distancia cobrase protagonismo haciendo que nuestros cuerpos se sintiesen fríos ante la ausencia del tacto del otro.

Roi se puso entre nosotros y me miró con su ceja levantada. Suerte la nuestra que hasta el buffet apenas daba tiempo a nada pues me liberé de una buena charla.

Tus acordes en mi guitarraTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon