59. María

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«Uno de los personajes importantes de esta historia. Compañera de quimio y amiga de Antonio»

Aitana

Hoy era nuestro último día en Galicia.

Luis y yo solo habíamos intercambiado un par de frases desde anoche cuando le conté todo. Al menos, el ambiente ya no era cortante ni incómodo, un alivio.

Recogí todo lo que tenía en la maleta de mano que había traído mientras reflexionaba como iba a ser todo a partir de ahora. Me daba miedo pensar en un futuro donde su abrazo no fuese mi cobijo.

Elegí un vaquero y un jersey cómodo como la ropa de hoy. Me calcé mis botas negras y me dispuse a bajar al comedor. Desayuné un café bajo la atenta mirada de Luis que también se había preparado uno para él.

Hoy había quedado con María para comer y charlar hasta poco más del mediodía puesto que ninguno de los dos queríamos llegar tarde a casa.

A eso de las doce agarré mi chaqueta, cogiendo las llaves que Luis me lanzó al vuelo y salí hacia la dirección que María me había enviado. Pude aceptar el ofrecimiento de que Luis me llevase y me hubiese ahorrado perderme varias veces por las calles a pesar de que no era extremadamente.

Cuando llegué a una pequeña casa de piedra, toqué al timbre y esperé a que alguien me indicase que esa era la dirección correcta. Sandra, una de las hijas de María me abrió la puerta con una sonrisa tímida.

La ultima vez que las había visto tenían siete años y fue gracias a una foto. Ahora, ambas tenían casi quince años y les faltaba unos centímetros para tener la misma altura que yo. Saludé a ambas y charlamos unos minutos hasta que María bajó por las escaleras.

Casi podría decir que corrí a sus brazos. Ya no llevaba pañuelo en el pelo porque le había vuelto a crecer con ese color rojizo que tan bien la quedaba. Nos despedimos de las niñas y de su marido que había legado hacía cinco minutos de trabajar y nos dirigimos hacia el restaurante.

La verdad que fue un alivio ir con ella hasta allí pues pasamos por unas callejuelas que hubiesen sido mi perdición. El pueblo era una auténtica preciosidad y deseé venir aquí cada primavera para ver las flores que colgaban de los balcones crecer.

El restaurante era muy rústico, con el techo de madera y un ambiente acogedor. Al parecer, lo llevaba una señora bastante mayor ya, y su hijo era el camarero. Dejé que María me guiase con la elección de los platos y así probar la comida típica de la zona.

No pude contener una lágrima que recorrió mi mejilla al María confirmarme que, por fin, sus ciclos de quimio habían terminado oficialmente y el cáncer ya no daba cabida en su cuerpo.

Creo que no había otra cosa que me pudiese contar que me hiciese más ilusión. Aun recuerdo cuando con mi abuelo apostaban sobre quién lo eliminaría antes de su cuerpo, y siempre reían por sus bromas.

Nos miramos ambas dejando que un suspiro saliese de nuestra boca. Las palabras fueron innecesarias para saber que en ese momento deseamos ser tres en esa mesa en vez de dos. María me agarró la mano y con una sonrisa me recordó que, si estábamos los tres, aunque no le pudiésemos abrazar.

Charlamos sobre temas banales y sin tata importancia mientras comíamos un buen pulpo a la gallega como entrante principal que, a pesar de no ser mi alimento favorito, tengo que admitir que estaba para chuparse los dedos.

Me preguntó por Luis y yo bajé la cabeza como respuesta. Le conté toda la historia con la mayor entereza posible. Me animó y le insultó por lo bajito en gallego lo que hizo que sonriese. Le aseguré que él no tenía ninguna culpa de nada, y que parecíamos haber colgado una bandera blanca para pasar el día que nos quedaba haciendo la convivencia lo más amena posible. Decidí ocultar el miedo que me daba pensar como sería el volver. Pero eso solo son cosas de mi caótica cabeza.

Tus acordes en mi guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora