46. Conversaciones

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«Acción de conversar.»

Cepeda

No tenía ni idea de lo que iba a decirle, bueno sí, pero no.

Apenas tardamos más de diez minutos en llegar porque, a diferencia de esta tarde, ahora no había trafico que ralentizara el camino. Intenté disimular que mis manos temblaban tamborileando el volante con mis dedos.

Aiti abrió la puerta de casa con sigilo pues, aunque no eran más de las ocho y media, me había contado que al lado vivían una familia con hijos pequeños y no quería despertarlos cuando los padres conseguían que sucumbiesen al sueño.

Colgamos las chaquetas en la entrada y fuimos hacia el salón. Tenía una sensación rara desde que había entrado pues hace años yo consideraba a estas paredes hogar y ahora me incomodaba sentarme. Era un extraño allí.

¿Lo de siempre? —yo levanté la cabeza saliendo de mi desordenado mundo— De cena, digo.

Ah sí, por mi bien.

A los quince minutos teníamos al repartidor de comida china en la puerta con el pedido listo para ser devorado. Aiti fue a pagar y mientras me pidió que buscase una película, aunque tuviésemos que hablar y acabase quedando en un segundo plano.

Elegí una que se llamaba "Tu lado de la cama" y decía algo así como "No es fácil sentir que el otro lado de la cama se queda vacío cuando la persona que amabas se va sin decirte nada. Sin embargo, años después se reencuentran en sus lados opuestos". Aitana asintió al leer el resumen y yole di al play.

Dividimos la comida en los platos que habíamos puesto antes de que la comida llegara. Antes no nos importaba si los espaguetis se enredaban en ambos tenedores y acabábamos recreando la escena de "La Dama y el Vagabundo". Ahora sí, ahora eso estaba prohibido.

La cantidad de comida va disminuyendo y nosotros todavía no hemos intercambiado ni una sola palabra. Solo miradas. Ya es hora de arriesgarse por lo que de verdad quieres, pienso, justo antes de dejar la caja de tallarines en la mesa para empezar a hablar. Aitana me mira por rabillo del ojo y hace lo mismo con su plato.

Si aguanto un poco más me va a dar un ataque, ¿podemos hablar ya?

Sí, pero, yo... ¿de qué quieres hablar?

De... todo.

Empecé yo, era el culpable de que ahora no estuviésemos declarándonos el amor entre sábanas así que saqué mi valentía de donde no había y comencé a hablar.

No lo hice bien, te lo dije en su momento y te lo repito. Me comporté como un idiota y años después todavía no sé como arreglarlo —Aitana intentó interrumpirme, pero yo no la dejé—. Sólo quiero que sepas que me tienes para todo, da igual. Y que no me arrepiento de nada de lo que he hecho a tu lado. Nada.

Luis yo... gracias. Por todo. Me has hecho crecer y valorarme a mí misma —su teléfono empezó a vibrar, pero ella rechazó la llamada. El teléfono volvió a sonar y, hastiada, me pidió un permiso que no era necesario para aceptarla—.

No quería cotillear su llamada porque eras sus cosas personales y no quería entrometerme, pero no pude evitar lo que decía cuando elevaba el tono pues, aunque quisiese hacerme el loco, su voz se escuchaba por todas partes.

Supuse que era ese novio famoso quién la llamaba, pues nada más descolgar pronunció un cansado "dime cariño". A mí nunca me había llamado cariño, ahora que lo pensaba.

Se tiró unos diez minutos hablando con él, prometiéndole que mañana le vería y que, si no le quedaba más opción, iría con él a ver a sus padres. Los famosos. Los que no le caían bien solo por cómo se había referido a ellos.

Tus acordes en mi guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora