41. Hipocresía

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[Hola!! Os parecerá un poco raro pero soy escritor_a07. Llevaba algún tiempo queriendo escribir con @orejasdelana y se nos ocurrió intercambiarnos un capítulo.
Sí, el capítulo lo he escrito yo y espero que os encante. 😇
Y sí, el siguiente capítulo de mi novela estará escrito por @orejasdelana.

Pd: no me hago cargo de demamdas)/denuncias😂.
Que disfrutéis!!!]

«Cualidad de hipócrita»

Aitana

Escucho la respiración de la canaria al otro lado de la línea y puedo incluso imaginar los gestos que hace intentando encontrar las palabras adecuadas mientras yo me concentro en no desmayarme en este cubículo de un metro escaso.

La escena es de lo más surrealista, pues cualquiera que me viese sentada en la tapa del váter de un restaurante de alta clase, con unos vaqueros viejos, una sudadera un par de tallas más grande que tampoco es mía, y el maquillaje a medio correr, sacaría la conclusión de que necesito ayuda urgentemente.

No estaría tan desencaminado, si lo pienso bien.

Ana balbucea algo que no llego a entender, pues mis oídos parecen burlarse de mí y apenas escucho silabas que no me dejan sacar en claro ninguna frase coherente. Le pido por favor que empiece de nuevo y que me vuelva a repetir todo desde el principio porque mi cabeza ha volado en unos segundos hasta la espalda de esa espalda cubierta con una camisa blanca que he visto en la ventana del restaurante y que podría ponerle nombre hasta con el tacto de mis dedos, y ahora sí, me concentro en intentar escuchar lo que Ana me explica.

Pero prométeme que no le va a decir a nadie que te lo conté —termina rogándome una vez me ha contado su reencuentro con el gallego—.

No voy a hablar con él, Ana —le tranquilizo yo, pues si él no se ha molestado en llamarme no voy a ser yo la que le dé paso—. Necesito salir de aquí.

Las paredes cada vez se me hacen más estrechas, las últimas noticias sumado a los nervios de la desastrosa comida junto a la traición de "haber formalizado nuestra relación" ante sus padres, consiguen que mi estómago intente expulsar lo poco he comido de esa comida que perfectamente podría calificarse como terrible. La respiración se me altera y palidezco un poco más cuando descubro que llevo en el baño más de veinte minutos.

Ana escucha atenta los monosílabos que salen de mi boca cuando me doy cuenta de que, si tardo mucho más en salir, probablemente empiecen a preocuparse y llamar más la atención de lo que lo he hecho con mi episodio del macarrón, que es lo que menos quiero.

¿Necesitas que vaya a recogerte? —me pregunta ella después de unos segundos de silencio y de preguntarme por el local donde me encuentro—

Le ruego que sí, que me saque cuanto antes de esta mentira convertida en comida y me arrepiento de contestarle demasiado cortante cuando ella me pregunta si a él no le molestará que me marche de la comida tan repentinamente.

Me importa una mierda que se enfade o no, me ha traído aquí de improviso y no voy a aguantar más en esta encerrona.

Ana me promete que no tardará más de veinte minutos en presentarse en la puerta del restaurante, le envío la ubicación por mensaje para asegurarme de que las dos hablamos del mismo local y después de veinticinco minutos en el baño salgo.

La mirada de las tres personas que ocupan la mesa se clavan en mí y vuelvo a tomar asiento en la silla con toques dorados que tan solo con mirarla se me hace incómoda. El salmón que he pedido de segundo sigue intacto en el plato y seguramente ya esté frío, pues después de casi media hora de ausencia dudo que conserve su temperatura inicial.

Tus acordes en mi guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora